martes, 29 de septiembre de 2015

A veces decir adiós es no irse del todo.

El nacimiento de mi última hermana significó la ruptura absoluta y total de mi infancia. No, no tuve celos, no tuve crisis familiar en cuanto a mi lugar dentro de la familia. Simplemente me volví adulta, yo tenía 13 años, faltaba un mes para llegar a los 14. 

Para entonces, Lorena, mi segunda hermana, y yo teníamos un pacto de no agresión física. Yo estaba por "convertirme en señorita" y ella tenía mejores entretenimientos que joderme la paciencia. El colegio, la vida familiar y mi propio proceso de crecimiento eran simplemente rutinarios. Todo muy normal para una muchachita salvadoreña en los inicios de los noventa: la guerra iba terminando, aparecían espléndidos eclipses de sol y mi vecino hacía que me asomara a la ventana cada dos días para verlo.

Gabriela nació un domingo lluvioso. Jamás he visto a mi papá tan tenso como aquella tarde, a mi mamá se le ocurrió tener su último parto de la manera más normal. Es decir, por primera vez tuvo un alumbramiento normal, con dolores y rompimiento de la fuente... todo muy alegórico. Mi papá estaba tan asustado que pensó que lo correcto era no mover a mi mamá y ordenó que se pusiera una tremenda olla llena de agua a hervir, porque su último vástago nacería en casa. 

La gente tiene reacciones locas ante el miedo. 

Por supuesto mi mamá, siempre poseedora de la serenidad requerida en las crisis hogareñas zarandeó a mi papá y se fueron al hospital. Al día siguiente vi a mi papá llegar a traerme al mediodía al colegio, fuimos caminando unas 7 cuadras hasta el hospital primero de mayo y ahí conocí al bebé más hermoso del mundo. 

Acabo de colgar con aquella bebé. Ahora es una mujer, hoy cumple 24 años, está casada y vive a muchos kilómetros de mi. La llamé para felicitarla, su voz no me dijo mucho, desde hace unos meses es parca conmigo, supongo que no he sido el apoyo que esperaba o el que necesitaba, yo en cambio decidí alejarme para no dañarla. No estoy de acuerdo con sus decisiones y me han molestado varias de sus actitudes. 

La gente tiene reacciones locas ante el miedo. Y además es hereditario. 

Por supuesto mi mamá sigue siendo un punto de partida, para todos; hablando con ella, sobre otras cosas, me preguntó si le había llamado a Gabriela. Le dije que si. No tuve corazón para decirle que el "a ver cuándo nos vemos" que le dije a su hija menor me salió más falso que de costumbre. A veces decir adiós es no irse del todo. Debo reconocer que la extraño, pero a estas alturas ya no atino si extraño a la dulce bebé que fue, o a la niña desfachatada que invadía mis espacios... o a la enamoradiza adolescente que no encontraba consuelo... o la jovencita que dormía en uno de los cuartos de mi casa hace un par de años. ¿O me extraño a mí misma cuando mi corazón no era tan duro?

Ella ahora es una mujer y yo me siento como cuando tenía 13 años (casi 14), como cuando no sabía cómo cuidarla.




I feel something so wrong
But doing the right thing

viernes, 25 de septiembre de 2015

Cosas por contar.

Cuando sea una anciana tendré algo para contarle a mi pequeño Sebastián, también a los nietos que compartiré con Miguel.

Cuando sea anciana les voy a contar cómo se me empezaron a picar los pulmones, los terribles ataques de asma que adquirí en un año, regresándome a las agonías infantiles de las que me sacó mi mamá a punta de aceite de hígado de bacalao. 

Voy a contarles las borracheras monumentales que me puse con gente que he amado durante años, también de los atardeceres que vi en la carretera cada vez que me iba de casa, mientras fui una mujer soltera. Les voy a describir con lujo de detalle el momento exacto cuando un tipo con unas revistas llegó a mi mesa y me invitó a un café, les voy a contar que no me importó nada aquella tarde, que contradije a todas las medidas de protección y me fui a viajar con él. 

A todos los herederos de ese canoso les voy a contar que yo fui reacia y que ejercí el cinismo en el amor de manera férrea, que no creí que la vida podía cambiar con una canción, que me dediqué a domar miedos básicos para dedicarme luego a decidir cosas importantes como qué preparar para el almuerzo de los domingos, o el color de las chongas de regalo en los cumpleaños o el sabor de cada buena noticia. 

Les voy a contar, cuando ya no pueda caminar, que tuve miedo, que estuve triste, que me espantaron apariciones fantasmales, que mi imaginación me jugó malas pasada, que temblé abrazada a mi gato en noches de violencia, que di muchos besos, que conté estrellas y que he sido infinitamente feliz. Que no tuve un cinco partido en el bolsillo, pero que también tuve la dicha de trabajar siempre. Que siempre busqué la manera de traer a la vida historias del pasado familiar, que no olvido la primera vez que vi en los rostros de la tropa galáctica cada detalle de su papá. 

Van a tener que tener paciencia porque pienso contarles sobre todos los libros que leí, pero sobre todo de aquel que mi papá me regaló una vacación de primaria y que fue el primer tesoro que se quedó en mi corazón, les voy a contar de mi mejor amiga, de esa mujer que me soltó justo a tiempo y que me ha cachado durante tantas veces y que yo trato de darle calidad de vida emocional, van a escuchar las monumentales historias sobre las risas que nos arrancaron películas de muñequitos y las voy a ver con ellos, les voy a cocinar las únicas galletas que aprendí a hornear, mientras tanto les voy a contar que mi abuela fue indita, que mi abuelo fue chichipate, que otro abuelo inventó el elote loco y que tuve el amor de una abuela solo durante dos años. 

Cada vez que pueda les voy a describir lo que mis ojos ven, les voy a recordar que siempre odié planchar pero que lo hacía pensando que mi familia tenía que verse bien, que tuve que aprender a amar la lesión que tengo en la espalda, que no tuve más remedio que enamorarme de nuevo de la vida luego de una noche en la que desee que llegara la parca, que ese tiempo sombrío, lleno de espanto solo fue soportable gracias al amor de los locos con los que me tocó crecer, que justo tuve que soportar no morirme para conocer a mi primer sobrino. 

Les voy a contar las épicas batallas que libré por dormir, de mis caras de odio para la gente pero que han sido solo necesarias para no salir dañada, para proteger a la parte tierna y adorable que saco con la familia. 

Sabrán de un hombre que me regaló la libertad de hacer lo que se me antojara, aún si eso significaba luchar por ello, que ese hombre fue el primero que me enseñó que la ternura también es masculina y que en el mundo no solo existe el dolor, el abuso y el miedo. Sabrán de una mujer pequeña y llena de vida que me educó como pensó que era lo correcto, que tuve que amar porque no había otra salida, que me perdonó constantemente y que perdoné una tan sola vez y  ha sido suficiente porque ya no había nada más que perdonar. Sabrán que siempre quise preservar su herencia no en hijos propios, sino en hacer lo que me enseñaron.

Las nuevas generaciones sabrán que siempre desee contarle los cabellos a Gerardo, leerle cada sonrisa a Alejandro, conocerle el corazón a Miguel Eduardo, descubrirle los colores de la mirada a Marcela y que siempre me dieron curiosidad los silencios de Elisa, que luché porque Sebastián llegara y nunca se fuera de mi lado.

Los que llegarán con el tiempo sabrán que amé los animales, que Tolstoi fue mi defensor contra las sombras, que tuve un perro llamado Atila y que un conejo negro me ayudó a entender mejor que el amor viene en diferentes frascos, sabrán que escribí, que amé, que ejercí la locura, que fui racional, que me animé a caminar junto a un misántropo, que siempre disfruté los días de lluvia, que una vez tuve cabello azabache, que nunca aprendí a bailar, pero que viví bajo el régimen de la música, que vi incontables películas, que sabía cosas inútiles, que dejé la religión y siempre creí en la bondad, que siempre tuve esperanzas escondidas por si acaso hacían falta, que siempre tuve muchas cosas por contar. 

domingo, 20 de septiembre de 2015

Escribir en tiempos secos.

Lo más triste de escribir, como forma de vida, es no poder escribir. 

Tengo casi un año desde que los primeros síntomas aparecieron. Por períodos es peor, en otros lapsos no es tan terrible y logro escribir pequeñeces, pero ciertamente, participar de un taller literario, ha sacado los trapos al sol. No puedo escribir. Nada, no me sale nada, decente al menos.

Por suerte y como parte de mi sobrevivencia he logrado escribir lo necesario en mi trabajo; pero lo mío, lo que siento, lo que pienso, lo que vivo está como escondidito, en estos meses he logrado superar con algún esfuerzo esto que me sucede y he logrado publicar algunos post sin pena, ni gloria. 

Es como un silencio. Un silencio raro y pesado.

Ahora me enfrento de nuevo al reto de una tarea. Dentro de una semana tengo que entregar un cuento con especificaciones concretas. Tengo dos semanas de estar pensando, investigando, delineando algunos detalles de los personajes, pero la historia, la trama no logra salir de mi dedos, transmutarse en el golpe de las teclas y materializarse en esa pantalla blanca que me refleja mis acongojos. Estoy frita. 

Lo peor de todo es que las anteriores tareas han sido menos que respetables, con baches, vacíos y huevos sonoros que no logro rellenar, algo me ha sucedido.

He estado a punto de acusar seriamente de este desastre a mi actual estado de cuasi-felicidad personal, donde mis preocupaciones son mínimas y risibles. Mis papás están bien de salud, mis hermanas dejaron de llenarme de angustia, Sebastián está creciendo fuerte y sano, Miguel y la tropa galáctica me reciben en su casa cada vez más y con más entusiasmo, fuera del soco casi perenne, mi salud se ha restablecido bastante, hasta tengo una relación hermosa y apacible con mi gato, Tolstoi vino a asentarme en una vida doméstica menos exaltada y más rutinaria, las amigas están ahí, siempre en un lugar tibio de mi corazón, tengo un trabajo en la mina, que, aunque es pijiado, me provee de suficiente solvencia económica y hasta ahorro. ¡Ahorro! Estoy frita, soy feliz.

¿Qué hago ahora? Tantas veces lo hemos dicho en el taller, la felicidad no es buen material literario. Más si una la padece. 

¿Y si me doy una purga? ¿Y si busco la tragedia a través de las noticias diarias? ¿Y si me conmociono con historias ajenas? ¿Y si agarro mi mochila y me voy de viaje como lo hacía hace diez años?

No me mal interpreten, no deseo tragedia en mi vida, solo quisiera escribir decentemente una historia que tengo atorada en la cabeza. 

Permisito, voy a ir a regar la hierbabuena, que sea dicho de paso, ha logrado sobrevivir, por si andaban con el pendiente. 

jueves, 17 de septiembre de 2015

Sembrar para cosechar

Como parte de mi crecimiento personal, hace como tres años decidí salir de mis egoísmo básicos y me propuse tres cosas:  mantener una relación sana (en la medida que se pueda) con una pareja estable, adoptar una mascota y sembrar plantas.

He conseguido dos, ahí tengo a Miguel y a Tolstoi, bien que mal, sin daños lamentables y permanentes.

He fallado con lo de las plantas. Hace casi tres años, una amiga me regaló una violeta y la pobre ha sobrevivido a los desastres de Miguel y Tolstoi... Miguel la botó desde la segunda planta de la casa donde antes vivía y a Tolstoi le pareció divertido masticar sus hojitas peluditas. Como he podido rescaté a la violeta y ahí está... viva. No ha dado flores, pero al menos me queda el consuelo de que no ha muerto en estos años. 

Aún así mi propósito me pedía más verde, mi madre siempre ha cuidado su jardín con esmero y el domingo que la visité lo vi tan lindo, pequeño, pero hermoso. Me sentí un desastre. 

Hace unas semanas compré un ramo de hierbabuena en el mercado central, no la necesitaba para cocinar, mi idea era al fin iniciar mi pequeño huerto y darle compañía a la pobre violeta. La puse en pocillo con agua e inició mi paciente espera a que surgieran las pequeñas y débiles raíces de los tallos. Funcionó. Cada día veía la hierbabuena con buena salud, frondosa y muy verdecita. Me encanta verla así. El martes en la noche andaba dando vueltas por la casa, tratando de reconstruir los vestigios de semanas de abandono por tanto trabajo en la oficina y decidí que era hora de sembrar la hierbabuena, busqué la maceta que ya había designado y removí la tierra, justo como lo hacía mi abuelo Vicente, que fue un habilidoso agricultor, luego saqué la hierbabuena del agua y la puse lo mejor que pude en los hoyitos que le preparé, con amor le puse más tierra y la regué mucho. La entronicé junto a la violeta. 

Esta mañana fui a verla y me di cuenta, la hierbabuena está triste, se ve doblada y con algunas hojas arrugadas, cabizbaja, es como si supiera que estando sembrada en la tierra no podrá emprender aventuras y eso la pone triste. No sé, tal vez mi alma sigue siendo demasiado nómada y pienso ese tipo de estupideces, pero creo que yo también me pongo triste cuando algo me ata. 

Le puse agua, le platiqué, le pedí que no se muriera, Tolstoi fue testigo e incluso no intentó mordisquearla como siempre lo hace cada vez que la bajo de su trono, la miraba anonadado, como cayendo en la cuenta de que a lo mejor se está muriendo. "No te murás", le dije a la planta. Necesito que sobreviva, que se alce orgullosa con sus hermosas hojas, que perfume mi casa, que me deje el aire festivo, necesito saber que le hará compañía a la violeta, que sea dicho de paso, hasta se veía más alegrita con la compañía. 

No sé si la hierbabuena seguirá viva. Lo espero, para mientras he leído dos artículos en internet de cómo cuidarla, ya me apropié de un para consejos que aplicaré. Creo que uno no solo cosecha lo que siembra, sino que también cosecha un poquito de conocimiento, de preocupación  e interés por lo que hemos sembrado. Quizá estoy echando raíces. Finalmente. 

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Tengo dos pies izquierdos y el corazón retumbón

Lo sé, soy una incoherencia andando, no puedo vivir sin música y sin embargo no puedo bailar.

Bailar para mi es un acto de libertad y lo he realizado en épocas, lugares y con personas con las que no me da pena absoluta de sacar a la pequeña extrovertida que vive muy en el fondo de mí. Cosa distinta es sentirme presionada para bailar por cuestiones u ocasiones sociales. Nada a la fuerza sirve conmigo.

Mi incoherencia no para ahí, la vida me mandó lo que toda mujer anda buscando... un hombre que sepa bailar. Miguel en su necesidad social aprendió a bailar muy bien desde joven, lástima que esa su habilidad no le sirvió de nada conmigo. Menos mal que tiene otras que si supo usar para llamar mi atención. 

Con todo eso, debo declarar que mi afición por la música no se ha visto nunca coartada por esa incapacidad motriz en el baile, no me ha importado y disfruto los ritmos, los logro encontrar en lo caótico, en lo estridente, pero también en las melodías propias de Latinoamérica. Sabe la vida cómo gozo de la música de los dominicanos, puertoriqueños, panameños y colombianos. Me hacen balancearme sobre mi propio eje y discretamente bailo en la silla mientras me deleito viendo a otros bailar. 

Ya he culpado a mi ser introvertida de esta incapacidad, pero ¿por qué debería encontrar a un culpable? soy así y si, me gusta ser así. 

Escuchaba una nueva versión de un vallenato que estuvo de moda en los noventa, no solo canta el autor original, sino toda una variedad de cantantes y artistas colombianos que le dan un toque distinto a cada trozo que cantan, con nuevos ritmos y distintos instrumentos musicales, aunque este trabajo es puramente turístico, rescata no solo una metáfora de las bellezas de Colombia, sino que además me dan ganas de bailar. Si.

Para mi bailar no solo es mover el cuerpo rítmicamente, sino además encontrarme con la alegría festiva que permanece dentro de mí y que salta al escuchar música. es estar alerta a las historias que vienen con cada tonada, es ver más allá de cada nota musical y percatarme que hay cientos de años de herencia cultural en cada tonada, es abrirse camino en la imaginación, es entender que cada generación entiende las cosas de manera distinta. Bailar es también pensar que se siente muy bien estar entre los brazos de alguien. 

Bailar es enamorarse de la historia de una historia.

Claro, yo seguiré con los dos pies izquierdos con los que nací, lograré moverme más o menos al compás de una melodía lenta y por supuesto Miguel intentará que supere esta pequeñez... pero no importa, yo seguiré enamorándome de las historias que cada canción trae.