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lunes, 11 de abril de 2016

Gustavo

Murió hace una semana. 

Era mi primo, segundo hijo de mi tía Isabel, segundo hijo que se le muere, de los 3 que tuvo más uno que crió como suyo. Mi tía y mi madre están destrozadas, no solo por su muerte, sino por el tiempo que implicó su enfermedad, 37 días de desvelo, dolor y esperanzas fallidas, al final un cáncer en los pulmones se encargó de quitarle la respiración.


Gustavo no era en especial cercano a mi, lo es más su hermano menor, Miguel, mi primo que me cuidaba y que me inició en la música británica a los 5 años, Gustavo era 3 años mayor que su hermano, mientras Miguel era un quinceañero, Gustavo estaba graduándose de bachiller del Cristobal y luego se fue a estudiar alguna ingeniería en no sé qué universidad. 

Durante muchos años, Gustavo y yo nos vimos en celebraciones familiares, en visitas inesperadas y en coincidencias casi cósmicas. Siempre nos saludábamos cordialmente y una tan sola vez me preguntó si era cierto que estaba escribiendo un libro de un cura. Me lo dijo claramente, debía buscar mejores y más interesantes historias, tenía razón. 

En una de esas etapas de la vida que tenemos todos los seres humanos, cuando sentía que la vida tenía muy poco sentido y poco propósito, me dijo algo que siempre recuerdo... "para atrás, pero ni para tomar impulso". Me sorprendió su consejo, porque en realidad más que primos, éramos dos seres humanos con un cuarto de la misma sangre.

En sus últimos días de vida, pasó dormido, acostado, entubado, yo lo fui a visitar dos veces, más para hacerle compañía a mi tía, él simplemente no me sentía, no nos sentía a nadie. 

Ayer hablé con mi mamá, está triste, tanto que lloró por teléfono, no sé si es que ella andaba tan sentimental que me lo pasó, porque hasta el momento no había caído en la fatalidad de las pérdidas familiares, la semana en que velaron y enterraron a Gustavo yo me batí en guerra contra una bronquitis aguda que amenazó en pasar a ser neumonía por segunda vez. Soy una egoísta. O quizá le tengo amor a la vida. 

No le he llamado a mi tía, no tengo los ovarios suficientes para escucharla, cuando murió su primer hijo (que era de ella, pero no lo era en realidad) era mucho más joven y no había pasado por penas mayores, pero creo, estoy casi segura, que esta vez la muerte le ha pegado un zarpazo  mucho mayor. Como a mi madre. 

Gustavo se ha ido, se fue sin que yo lo conociera de verdad. 

miércoles, 13 de enero de 2016

Nos vamos quedando huérfanos

La mañana del lunes amanecí con un sueño y una noticia.

El sueño: mi papá había muerto y en mi sueño yo estaba sufriendo una inmensa tristeza, tan grande que cuando desperté no atinaba si había soñado o era cierto. Fueron segundos angustiantes, tanto que para exorcisarlos le conté a Miguel que a penas iba despertando de sus sueños.

La noticia: David Bowie acababa de morir. 

Me sentí un poco huérfana, no es que yo sea tri fan de Bowie, pero la música de los 80's siempre está ligada a la figura de mi papá y él, en mi sueño, acababa de morir. Creo que no estoy lista para la muerte de otros. Para la mía si, pero la gente que quiero tiene prohibido morirse en tiempos próximos. 

Morir. Morirse. 

Todos tenemos claridad del concepto de la muerte desde muy pequeños, pero ese hecho tan finito y definitorio de la humanidad solo tiene sentido cuando alguien nos explica las implicaciones emocionales de que alguien admirado o querido muera.

Yo tuve claridad sobre la muerte desde muy pequeña, mis abuelas murieron siendo muy niña y sabia que la mentada muerte era solo ausencia, pero fuera de eso... ¿qué? Por supuesto vi muertos, muchos, durante el tiempo de la guerra, hasta supe del papá de un compañero de clases de segundo grado al que mataron y no supe de su dolor porque la muerte no era tan concreta para mi. 

En 1991 mi papá me explicó exactamente qué era la muerte, faltaba mucho tiempo para que yo tuviera a mis primeros muertos. Pero aquel año mi papá tuvo la oportunidad de decirme que alguien había muerto y que a raíz de eso habláramos sobre eso. "Freddie Mercury se murió" dijo una tarde, mientras yo pasaba el trapeador por la sala de la casa. Recuerdo que me quedé callada y quieta, Mercury ya era parte de mis repertorios pre adolescentes y no creí que la gente famosa se muriera, solo los viejitos y políticos, los demás éramos inmortales. Bueno, Freddie no al parecer. Me dijo que había muerto de SIDA, una enfermedad "de culeros". No le entendí bien. Habían tantos conceptos que no entendía para entonces. 

Eso pasó hace 25 años. Muchos muertos han llegado a mi vida, a veces pienso que demasiados.

Mi papá está vivo, espero que siga así por un buen tiempo, pero por qué recordé todo eso al escuchar la noticia de Bowie, bueno, porque en el momento en que me anunció la muerte de Freddie pasaban en la tele el video de "Under Pressure", donde Bowie cuanta junto a Queen, canción que me envió Emilia el lunes, para recordar a dos grandes que ya se fueron de este mundo. 

25 años han pasado, en todos esos años he visto morir familiares, amigos, alumnos, gente que he admirado en la música, la literatura, la religión, he visto morir plantas y un par de mascotas, abuelos y primos, padres de amigos, madres de gente que se cruzó en mi camino. Todos dejan un hueco. Todos nos van dejando un poco huérfanos, un poco solos, un poco desolados. 

La muerte nos deja huérfanos y a veces solo se puede recurrir a lo más bello que dejaron las personas para seguirlas teniendo vivas.

Hasta pronto David, saludame a tu amigo Freddie.


martes, 26 de mayo de 2015

De nuevo, 26 de mayo

Mi querido Miguel:

El calendario otra vez nos marca 26 de mayo. Mi ser, en automático, se vuelve parco y un poco nublado por este mes, es como si hubiese algo en mi corazón que siempre presagia esta tu ausencia desde hace años. 

No te imaginas cómo detesto este mes desde aquel año en que la lluvia cayó sobre tu cuerpo moribundo en una parada de buses. Siempre he tratado de no pensarlo así, pero no puedo. Soy un fracaso ante el dolor. Luego pienso que a vos no te gustaba verme enojada y mucho menos triste, siempre me lo dijiste, aún cuando eras un muchachito de 15 años que me sacaba prisas entre los pasillos del colegio. Entonces, agarro mi rabia, mi impotencia y mi dolor, los doblo cuidadosamente y los guardo donde no me saquen lágrimas.

Siempre te extraño, eso siempre lo sabrás. 

Hoy encontré una foto tuya y vi tus ojos tan hermosos, tenías 18 años, el cabello negro y la seriedad oportuna de las graduaciones, esa misma foto, sé que está oculta en algún rincón de mi casa, guardada en una caja entre libros, no porque no quiera verte, es porque te estoy protegiendo, protejo ese recuerdo que me dejaste en mi oficina hace años. "Siempre te voy a extrañar" dice en el reverso. Lo recuerdo perfectamente. 

Debo confesarte algo... este mayo ha sido distinto. En serio, por primera vez en muchos años, mayo no me ha maltratado tanto y me ha dejado algunas cosas buenas, entre ellas... vos lo sabes, beatificaron a Monseñor Romero, ese mismo que fue centro de nuestras conversas allá en Arcatao, bajo las estrellas, a la orilla del río, ¿te acordás? Vos espantabas a los sapos que tanto miedo me dan y que tuve que soportar solo porque a vos y al grupo de tus compañeros se les ocurrió que ese lugar era el más maravilloso del planeta y quisieron que nos sentáramos ahí. Si estuvieras acá, hubiéramos ido el sábado pasado, nos hubiéramos requemado y terminado como bembos... hubiéramos repartido bolsas de agua, hubiéramos cantado aquel canto que tanto te gustaba... ese que habla sobre dar dignidad a los pobres y derribar al opresor, hubiéramos llorado juntos, lo sé. 

Pero vos no estás acá, estás allá, seguramente más cerca de Romero que cualquiera de nosotros. Perdoname, Miguel. Mi fe ya no es la misma de antes, creo que incluso se me murió aquel mayo y aunque el dolor no es el mismo, no deja de ser dolor, Perdoname. 

Tu ausencia siempre es difícil para mi.
Siempre te extraño. Siempre te quiero.




lunes, 27 de octubre de 2014

Los adioses que no se dan

El sábado pasado me avisaron que una profesora que tuve en el colegio murió. Además de haberme dado inglés por tres años y ser la mujer que ha hecho maravillas conmigo sobre un idioma extranjero, fue también mi compañera de trabajo durante casi 9 años. 

Pensé en ir a la vela un rato, pero mi timidez y mi ser huraño me ganaron y al final no fui. La verdad, me da un poco de miedo reencontrarme con un pasado que me costó trabajo perder. Soy una tonta, lo sé.

Me quedé pensando en la fragilidad del ser humano, de repente podes ya no estar. Leyla, mi profesora de inglés, tenía 71 años y según lo que entiendo tenía ya varios meses de estar con problemas de salud. Es "lógico" que la gente mayor muera, no somos eternos, lo sé. Pero, ¿cómo nos enfrentamos a la muerte? Casi nunca estamos preparados. ¿Cómo apreciamos a aquellos que  nos han enseñado tanto? No me refiero solo a un conocimiento académico, sino a esos pequeños-grandes consejos que ayudan en algún momento.

Leyla se fue, no me despedí en persona, pero si tuve un momento en el que pude recordar todo lo que me enseñó esta mujer, que en su sencillez, en su vida cotidiana-normal, hizo grandes aportes a la vida de muchas generaciones, casi 35 años batalló con adolescentes y jamás voy a olvidar cuando me veía corriendo por los pasillos del colegio, siempre atareada y me decía... "Calma, Karlita". 

miércoles, 13 de agosto de 2014

"Genio... eres libre"

Hace dos días, mientras luchaba por no sucumbir a una nueva gripe, se nos comunicó al mundo entero que Robin Williams había muerto.

Debo confesar que me dio la misma conmoción que le dio a todo el mundo, ¿cómo un hombre que nos hizo reír a toda una generación había muerto de tristeza? Luego recordé que las emociones son un lugar pantanoso cuando no se tiene el cuidado de querer subsistir.

Sumado a eso, me vino a la mente el recuerdo de sus películas que no fueron de comedia. Recordé que fue su John Keaton el que me motivó tantos años en mi tiempo docente. Recordé que la tristeza también nos habita, solo que a veces se desborda sin que podamos hacer mucho, como le sucedió a uno de los alumnos del Sr. Keaton en "La Sociedad de los Poetas Muetos"

Ayer vino mi papá a mi casa, vino a ver si no me iba a morir de la gripe, es lo último que le falta, me dijo, refiriéndose a los problemas que ha tenido que enfrentar como papá en los últimos meses. Se sentó y mientras me acariciaba el pelo, como solo un papá puede me dijo... "bien triste que se haya muerto Williams".

Fue así como hicimos un repaso concienzudo sobre las películas de este hombre que vimos juntos, de las veces que nos retorcimos de la risa y las veces que nos sacó lágrimas en el viejo sillón de la sala. Es lindo saber que ha habido momentos en común con mi papá, con la familia entera.

Le conté que la Academia le rindió homenaje tierno y puro al publicar en tuiter la frase que le da nombre a este post... "Genie, you're free". Porque ciertamente la muerte es una liberación. Mi papá no sabía que la voz en inglés del Genio de Aladino era de Robin, se sorprendió y hasta dijo que algo familiar tenía ese "azulito panzón".



La visita de mi papá me trajo, no solo la plática sobre este artista, también trajo otros temas, no tan buenos y lindos como este, pero me quedó claro algo... los recuerdos compartidos seguirán ahí y que la muerte no solo ataca a nivel físico, a veces se van muriendo algunas esperanzas (y esa muerte también es liberadora).


PD. Para mi, Aladino  no es una de las películas mejores de Robin Williams... no mucho me gusta la película, solo me gustan las partes donde sale el Genio. Nada más. Pero todo lo que hacía este hombre me parece tocado por la bondad y la alegría (hasta las partes tristes)
 

miércoles, 28 de mayo de 2014

Un mundo mejor es posible

El título de este post nació como una protesta anoche. Si, una protesta. Estaba tomando un café con una amiga en mi casa, luego de muchos meses de no vernos decidió ir a visitarme. Esas son las amigas que siempre he apreciado, las que van y rompen mi maña de desaparecer y me dejan con las iniciativas revueltas de buscar a esas amigas que son tan leales.

En medio de toda esa cafeína y con la confidencia propia de los hogares, estuvimos platicando de todo lo sucedido en nuestras vidas en estos meses de ausencia. Le comenté de mi cansancio, del dolor corporal que he tenido desde hace una semana y ese dolor emocional que me ha aquejado desde que es mayo. Mayo es un cabrón, le dije.

Lo creo... mayo siempre me quita algo. A cambio me deja zozobra, tristeza y una terrible soledad (aunque esté acompañada). Eso ha sido así desde hace diez años.

Soy una ingrata, por supuesto.

Mi amiga, mujer mayor que yo y con mucha más experiencia en varios ámbitos me hizo reflexionar. Mayo podrá ser lo que quiera ser, pero debo ver algo concreto... sigo viva. No importa la zozobra, ni la tristeza y sobre todo... no he estado sola, en cada mayo, en cada uno de estos diez mayos, siempre alguien ha estado ahí para darme consuelo, coraje y consejo. Soy una ingrata.

Le decía a Miguel, un día de estos, que mi suerte no es mala, tampoco es que no tenga... si tengo, pero que es lenta, es una suerte lenta... soy una tonta, porque en mi incapacidad de ver más allá de mis propios dolores o dificultades, no logro ver que soy afortunada. ¿Triste? siempre seré triste, esa es mi naturaleza, algo solitaria también, pero no porque no sepa vivir en un mundo que no comprenda, sino por decisión propia y controlada.

 Un mundo mejor es posible, por supuesto. Ayer se cumplieron diez años desde que mayo me arrebató afectos y esperanzas, tres muertes... y en especial la de Tambo, hace diez años, lograron hacer lo que nadie había podido.... puso a prueba mi fe y mi resistencia. Por supuesto sufrí mucho, pero ahora lo veo. Federico, Roberto y Tambo pudieron hacer de mi mundo un lugar mejor, cada uno a su manera, cada uno con su consejo o compañía, cada uno de esos hombres lograron lo que nadie había podido antes... me pusieron a prueba de mi verdadera resistencia.

Diez años después logro verlo. Hoy tengo otras personas a mi al rededor, más afectos, más experiencias y más edad. Más resistencia. Debo recuperar algo que había olvidado... esa magnífica idea de que este mundo es posible reconstruirlo. Solo eso. Es un proceso.

Un mundo mejor es posible, tanto por las personas que ya no están con nosotros y que nos mostraron un camino, como también por las que están y nos acompañan en ese camino. 

martes, 14 de enero de 2014

Carta para despedir a Juan Gelman.

Querido Juan:

Durante 36 años coincidimos en este ancho mundo y solamente hasta hace poco menos de un año y medio supe de tu existencia, por supuesto vos te fuiste de este mundo sin saber de mí.

Este día moriste, sentí una de esas tristezas extrañas al saberlo, 83 años permaneciste acá... viviendo, amando, buscando a tus nietos, escribiendo, haciéndonos llorar con tu historia y con tu poesía. 

Cuando conocí a Miguel, él se encargó de mencionarte un día, como quien no quería la cosa... de manera casual, de manera inesperada. Como casi todo lo que ha hecho ese hombre, terminó sorprendiéndome y recordándome que tengo que regresar al impulso incontrolable de leer. 

En agosto pasado fuimos a una enorme librería, una de esas que no existe en nuestro país, tuvimos que viajar cuatro horas para encontrar un lugar donde venden tu gran antología poética. Lamento confesarte que no lo compramos, el presupuesto no nos dio para eso. Compramos otros libros y vos quedaste en un stand-by que no logro perdonarme aún. 

Te escribo esta carta Juan, a pocas horas de tu partida, porque quiero darte las gracias. Es sorprendente encontrar tanta belleza y esperanza en medio de un dolor tan grande como el que viviste, como al que sobreviviste. Simplemente me queda claro que esto que llamamos vida vale la pena cuando nos encontramos gente como vos que simplemente se dedica a escribir. Escribir dolores, tristezas, amor, pasión y esperanzas. Todas juntas. 

Fuiste genial Juan, en serio. Magnífico abuelo de ausencias, padre de muertes, marido de un solo amor. Es triste tu muerte, la poesía se queda enlutada y las palabras se ponen grisáceas en esta noche, justo cuando la luna está a punto de ponerse llena, cuando el viento mece mis ideas, cuando es inevitable sentirse un poco sola... cuando una melancólica canción me recuerda que es hermosa la vida, incluso en su melancolía. 

Que tengas un buen viaje Juan, espero que encontrés (allá donde llegues) la paz y la alegría de encontrarte con los seres amados que perdiste durante la dictadura de tu país. Un enorme abrazo. 

Ausencia de amor

Cómo será pregunto.
Cómo será tocarte a mi costado.
Ando de loco por el aire
que ando que no ando.

Cómo será acostarme
en tu país de pechos tan lejano.
Ando de pobrecristo a tu recuerdo
clavado, reclavado.

Será ya como sea.
Tal vez me estalle el cuerpo todo
lo que he esperado.
Me comerás entonces dulcemente
pedazo por pedazo.

Seré lo que debiera.
Tu pie. Tu mano.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

24 años atrás

Mi papá salió la mañana del 11 de noviembre y no regresó. En casa solo estábamos Lorena, que para entonces tenía seis años, mi mamá y yo. Gabriela no había nacido, ella nacería en tiempos de paz.

Yo tenía doce años, la misma mañana en la que mi papá salió a "hacer un mandado", mi mamá fue al mercado, como hormiguita había pasado los últimos días trayendo grandes cantidades de frijoles, arroz, aceite y candelas... como que se preparaba para una guerra, le dije un día. Tonta de mí. Al irse al mercado me dijo que lavara uno de los grandes barriles que teníamos en el patio y que lo llenara de agua. Por supuesto, mis intereses no eran los mismos y me puse a leer la Cabaña del Tío Tom y olvidé el encargo. Al regresar del mercado hizo lo que toda madre haría en esos casos... me disciplinó a la usanza del tiempo, me pegó. De lo enojada que estaba tomó una de las reglas de madera que servían para tapar el barril y me dejó ir un golpe que iba a la altura de mi quijada, metí la mano y el golpe me dio en los dedos de la mano derecha. Me quebró el dedo pequeño. 

Aquella noche no entendía si mis ganas de llorar eran por el miedo de oír balas cercanas, del dolor que sentía en la mano o de pensar que mi papá no estaba con nosotras. 

La guerra que tanto mencionaban llegó a la puerta de nuestra casa. Llegó y nosotras estábamos solas. Escuchaba, en las noches el paso de los muchachos sobre nuestro techo, pensaba que ahí por donde pasaban, escondidos por las ramas del árbol de mangos, ahí mismo era mi lugar secreto para ir a leer sin que me molestaran. Habían pasado tres días de ese ir y venir de noticias y de guerrilleros y mi papá no daba señales de vida, poco a poco mi mamá iba modificando hasta su forma de hablar, la veía más afligida. En la segunda noche de aquella larga semana la escuché llorar. No la abracé porque desde ya las lágrimas ajenas las sentía demasiado ajenas. Es otra forma de decir que estaba resentida. 

El 13 de noviembre, un día como hoy, hace 24 años llegaron a la casa a pedir comida "los muchachos", como todos los adultos les decían así yo me los imaginaba bien jóvenes, como los de bachillerato de mi colegio. Me sorprendió cuando llegó un tipo con una gran barba, vestido con colores oscuros, armado, en la cintura un cincho lleno de bolsitas misteriosas y atravesado en el pecho una hilera de balas. No le tuve miedo.

Mi mamá me dijo que teníamos que darles de comer. Un día antes habíamos hecho una gran perolada de frijoles, ni me acuerdo cuánto tiempo pasé limpiando frijoles, pero seguramente eran varias libras porque sentí eterna aquella limpiada. Detrás de aquel tipo se hizo una gran fila, eran varios, no recuerdo cuantos. A cada uno le dábamos un plato de plástico hondito con frijoles y arroz y dos tortillas... las tortillas las había hecho mi tía Melia, que vivía a la par de nosotros. 

"Estos son los que caminan en el techo en la noche" pensé. 

Comieron en el patio de enfrente de la casa, habían dos muchachas, esto también fue una sorpresa... no sabía que habían mujeres en la guerra. O tal vez si sabía, pero nunca había visto a una en persona. Cuando se tienen doce años es demasiado inocente. 

Mi hermana era la que más preguntaba dónde estaba mi papá. Yo solo recuerdo que lo extrañaba demasiado, más cuando me veía el dedo quebrado y mi tía me cambiaba el entablillado con un palito de paleta, pero no preguntaba por él, a lo mejor no quería malas noticias. No importa ya. 

La noche del 13 sucedió algo que nunca voy a olvidar en la vida. Estábamos durmiendo (o tratando de dormir) en el cuarto que compartíamos con mi hermana. Mi mamá había puesto un colchón parado frente a la ventana y habíamos metido la mesa del comedor al cuarto, bajo de ella pusimos un colchón y ahí nos acurrucábamos las tres. La ventana del cuarto daba al patio, donde había una escalera que nos permitía ir a tender en el techo, pero que por "la situación" habíamos bajado, un par de árboles de marañón nos daba sombra y toda la variedad de plantas que criaba con primor mi mamá, ah... si... también los barriles donde guardábamos agua. No sé qué hora era, solo sé que las noches, cuando se tiene miedo son demasiado largas. En algún momento de la madrugada se oyó un ruido demasiado fuerte, como si algo muy pesado cayera desde el techo. Desperté a mi mamá, en realidad ella también había escuchado el ruido y ambas temblábamos, solo que ella se contenía en su habitual imagen de mujer recia. No me dijo nada, solo me hizo una leve presión sobre la nuca con su mano, para que me volviera a acostar, "sshhhhuuuu" me susurró y yo obedecí. Me quedé inmóvil pero no pude dormir.

Creo que ella creyó que estaba dormida, no nos podíamos ver los rostros, no había energía eléctrica, creo que decidió no salir a ver qué sucedía hasta que la luz del día la ayudara a no estar tan desprotegida. También ella se acostó, Lorena estaba en medio de ella y de mí. Nunca he podido dormir con alguien al lado, y menos dormir si me abrazan, ahora de adulta he podido habituarme a momentos así pero cortos. Aquella madrugada ha sido la única vez en la que soporté horas en sea posición. 

Cuando el sol empezó a dejar sentir su luz mi mamá se levantó, yo me levanté atrás de ella, no sé si ella lo escuchó, pero yo recuerdo perfectamente que una media hora antes de eso había escuchado gemidos, como un llanto que no quiere salir, pero que no soporta ser retenido y entonces sale quedito. Como cuando lloré dos noches antes por el dolor y la soledad. Exactamente así. 

Mi mamá abrió la puerta del patio, llevaba en una mano una escoba... como si eso fuera una gran arma y yo iba detrás de ella, cuando me sintió los pasos me regañó con su cara de enojada, de esa manera que tenían las mamás de antes de regañarlo a una sin palabras. Me hizo un gesto de "regresate al cuarto" y yo solo menié la cabeza con un no necio. Siempre he sido necia dice mi mamá, incluso ahora que ambas somos adultas. 

Al abrir la puerta, arrimada a uno de los palos de marañón estaba una mujer. Estaba herida. Una bala le había entrado en la parte de atrás del muslo derecho. Era una de las muchachas que una tarde antes había comido de nuestros frijoles y arroz. No dijo nada, solo vio a mi mamá y creo que le dio alegría verla. 

Mi mamá ha trabajado en un hospital toda su vida, incluso antes de que yo naciera. Se imaginarán que en nuestra casa siempre ha habido un kit hospitalario muy bien equipado... gasas, vendas, antibióticos y analgésicos. Entre las dos la levantamos del piso y la llevamos a la cocina. El lugar más cerrado y escondido de la casa. Ahí la pusimos en una silla y le dimos, primero, un vaso con agua... luego mi mamá se encargó de curarle la herida, con el mismo primor con el que me curaba cada noche el dedo que ella misma me quebró. 

Le pregunté como se llamaba... "Maricela" me dijo. Pero en aquel entonces yo no sabía que eran los pseudónimos, ni que era una costumbre entre los muchachos no decirse los nombres, así que a saber cómo le había puesto su mamá al nacer. Talvez Lupe, o Flor, o Mariana... María o Teresa. Que feo ha de ser vivir con otro nombre que no es el de una.  

Era colocha, tenía el pelo alborotado, era chele y sus ojos eran oscuros, andaba toda careta y a saber desde cuándo no se bañaba. Le estaba dando una taza de café caliente cuando le escuché las tripas rugiendo del hambre. Con una mirada severa mi mamá me indicó, sin palabras otra vez, que le hiciera algo de desayuno a la mujer. Plátanos fritos, frijoles y unas galletas. Se levantó mi hermana y mi mamá no la dejó entrar a la cocina, la mandó a jugar con mis primos a la casa de mi tía. 

"Quiero hablar con vos y con Alfonso" le dijo mi mamá a mi tía... Alfonso era el marido de la hermana de mi papá. Cuando llegaron a la casa mi mamá les contó que tenía a una mujer herida en la cocina y que no sabía qué hacer, no la quería en la casa, por nuestra seguridad, además la fuerza armada había dicho que iba a subir el cerro donde vivíamos y que iban a catear las casas. Mi tío, que siempre fue comerciante, tenía un furgón que por cuestión de seguridad para ambas casas, lo había parqueado atravesado, de forma que el furgón era una barricada alta y fuerte frente a nuestras casas. "Yo digo, comadre... que la pongamos en el furgón mientras vienen sus compañeros a traerla o si pasa la Cruz Verde la podemos mandar a un hospital como civil". 

Resumiendo el cuento, Maricela fue trasladada por mi tío al furgón cuando se hizo oscuro. Habían puesto una colchoneta en el piso del furgón y unas frazadas, mi mamá le hizo una caja con pastillas, una lámpara y unos panes con frijoles y unos mamazos. Ahí durmió la muchacha. 

A medianoche se escuchaba que los soldados venían subiendo la loma, como era su costumbre venían haciendo ruido, como diciendo... "ya llegamos, no teman infames civiles". Con un altavoces dijeron que iban a pasar por cada casa. Mi mamá, mi hermana y yo ya estábamos en el cuarto donde buscábamos protección cada noche. Esa noche Lorena estaba muy intranquila, abrazada a mi mamá le preguntaba mil cosas. A mi, honestamente, ya me tenía algo abatida aquella preguntadera. Nunca he tenido mucha paciencia o quizá también tenía miedo y no sabía cómo abrazarme a mi mamá. 

En un momento de ruido y confusión, los soldados vieron a unos guerrilleros que iban en guinda sobre los techos de las casas del otro lado de la calle, hubo disparos por supuesto y luego alguien gritó que pondrían dinamita al furgón. Pensé en Maricela, pero no dije nada, solo pensé que estaría asustada y con miedo, pero peor aún... estaba sola. 

Recé. Porque en esa época y a esa edad, rezar aún es una opción. En medio del caos escuchaba a mi tío que les gritaba a los soldados desde su casa, diciéndoles que no estallaran el furgón, que habíamos 8 niños y niñas en ambas casas, dos mujeres y solo él de hombre. El daño a mujeres y niños, aún en la guerra, es lo más bajo... al menos en aquel tiempo. Recé y me di cuenta que mi mamá también murmuraba una oración. Mi hermana lloraba. 

No recuerdo qué pasó, solo escuché que de repente escuché pasos corriendo, los soldados se iban. A lo mejor seguían a los guerrilleros que los alejaban del furgón, donde sabían que estaba Maricela. Me pregunté si Maricela tenía hermanos y un papá y una mamá. Me pregunté si estaba rezando también. 

Al amanecer del 15 pasó algo extraordinario para mí. Mi papá regresó. Llegó chuco y despeinado, para entonces todavía tenía una melena de fuertes cabellos cafés, venía barbado, nunca lo había visto con barba, siempre ha sido muy disciplinado con eso de la rasurada. A lo mejor por su trabajo en un banco. Tal vez porque a mi mamá nunca le han gustado los barbudos o a lo mejor porque no nos gustaba, a Lorena y a mí, que nos raspara con sus pelitos de guisquil, así les decíamos a sus vellos espinudos del rostro cuando un día no se rasuraba. Llegó y aún con barba lo abracé y le dejé que me chineara para poder arrecostar mi cabeza en su hombro como siempre lo hice siendo una niña pequeña. El mundo se podía acabar, él estaba con nosotras. 

Pero el mundo no se acabó. Pero casi. 

Mi papá traía malas noticias. En su trayecto pudo confirmar varios rumores, la fuerza armada iba a bombardear la zona, los aviones y helicópteros estaban listos. Iban a "fumigar" la zona, teníamos unas horas para buscar un lugar seguro para pasar la noche. Mi tío Alfonso tenía un hermano que vivía en la misma colonia, solo que como a un kilómetro de distancia, esa casa era de dos plantas; ambos, mi papá y mi tío Alfonso consideraron que era el lugar más idóneo para buscar refugio. En la tarde llegaron los muchachos, el mismo barbudo de antes se llevó a Maricela, nos dijo adiós y se fue renqueando, apoyada en su compañero. Iban rumbo a la parte más alta de la colonia. Nosotros, en gran caravana de niños... yo era la mayor de todos, el más chiquito tenía tres años, junto a nuestros padres nos fuimos a la casa del tío Beto. No éramos las únicas familias ahí. La enorme casa estaba atestada de gente. No cabía más. Beto, hermano de mi tío Alfonso tuvo que decirle a una gente que ya no podía darles refugio, no había donde. 

Aquella noche del 15 pasé en vela, no pude dormir ni un momento, lo recuerdo tan bien. Muchas veces tendría noches como esa, en las que mis ojos se niegan a cerrarse. Aquella noche se negaban a cerrarse, pero ya no sentía miedo, era otra cosa. Era estar alerta. La casa del tío Beto era su casa, pero también era un almacén de granos básicos, esa era la razón de que la construyeran grande, toda la parte de abajo eran bodegas. Pasamos la noche rodeados de ratas y sacos de yute. Mi mamá se arrinconó con Lorena, quien no podía dormir si no estaba abrazada a ella, bajo una mesa. Yo me senté a su lado, pero pronto me aburrí, me levanté y me fui a buscar a mi papá. Todos los hombres estaban en la terraza, bajo el alerón de hormigón de la segunda planta, los más valientes (sumado a que ya no cabíamos) estaban en la segunda planta, mi papá estaba sentado en un tronco de madera con funciones ornamentales, pero que debido a la multitud en la casa él había tomado como asiento. Me acogió en su regazo y me quedé en silencio con él. Entonces lo vi.

Es lo más espantoso que he visto en mi vida. Aún más espantoso que mis habituales alucinaciones, era más espantoso porque era real. 

En medio de la noche, de aquella oscuridad, se escuchaba un helicóptero pasar y aviones... en medio de esa oscuridad, donde no recuerdo si habían estrellas, de repente, ante mis ojos apareció una lluvia de fuego. Eran trazos cortos de color rojo. Mi papá me explicó que eran balas. Era como una línea de clave morse, dirigida a ciertos lugares. De esos mismos lugares subía otro trazo de balas con dirección al helicóptero. De pronto. Una bengala y su claridad artificial. Vi la cara de mi papá en ese instante. Estaba llorando, con ese llanto de hombre en el que solo se salen las lágrimas y no hay más prueba del llanto que esa, de los ojos les manan lágrimas. Siempre he admirado a los hombres por su manera de llorar. 

Ahí estábamos abrazados cuando llegó el tío Beto. Andaba buscando a uno por uno a todos los jefes de familias, les decía que a cada que encontraba que al amanecer la cosa estaría peor, que la orden de los soldados era arrasar. Mi papá me mandó de nuevo donde mi mamá y yo le obedecí, sabía que debía hablar con mi tío Alfonso, nada se hacía si las dos familias no se coordinaban juntas. Nada. 

A las 6, cuando el toque de queda terminó nos agarraron a todos los críos y regresamos a la casa, me impactó ver las macetas de mi mamá totalmente destruidas por las balas, la orden era... agarren lo que puedan, solo ropa y comida. La decisión era irse en ese instante. Intentaríamos irnos en el furgón, pero si nos detenían y lo confiscaban... nos iríamos a pie, la idea era llegar a los Planes de Renderos, a la casa de mi tía Isabel, hermana mayor de mi mamá. Ella, mi tía, trabajaba como ama de llaves de una familia oligarca. Era el lugar más seguro que encontraron mis papás. En total éramos 8 niños y 4 adultos. Muchos vecinos al ver que nos marchábamos nos pidieron ray, así que en un conteo rápido que hice íbamos alrededor de 25 personas. 

Para llegar desde Mejicanos hasta Los Planes nos tardamos más de 3 horas. Entre registros de la guerrilla, entre los retenes de los militares, entre dejar gente y recoger gente por el camino. 

Cuando llegamos a casa de mi tía nos recibieron con abrazos y cara de desastre. Tuvimos suerte. Entre la noche del 15 y el mediodía del 16 se registraron los combates más fuertes en la zona de mi casa y en el camino vi más muertos de los que una niña de 12 años tendría que ver. Aún recuerdo el cuerpo de un hombre, guerrillero, los soldados lo habían metido de cabeza a un recipiente donde la gente sacaba la basura para que el camión se la llevara, solo se veían las piernas asomando. ¿Cómo es posible?, pensé. Habían hecho un cartel con un cartón de caja de pastel, con algo escribieron "perro comunista". ¿Cómo es posible?

Mientras veía gente ir y venir en el camino, pensaba en Maricela. Nunca más la vimos, en realidad no había por qué verla de nuevo, ni a ella, ni al barbudo, ni a ninguno de su grupo que comió frijoles y arroz en nuestro patio.

La mañana del 16, al llegar a casa de los patrones de mi tía, la niña Carmencita (matriarca de esa familia), mi tía y la Chavelona (otra mujer que trabajaba ahí) nos revisaron a todos los niños, para confirmar si no íbamos heridos, a cada revisado le daban un vaso de leche y un paquete de galletas, esas que en ese tiempo solo se veían si las traían de algún viaje a Estados Unidos. A mi me revisó mi tía Chave, al verme el dedo entablillado me preguntó cómo me había hecho eso, le dije que me había golpeado bajando una caja del pantri de la casa, que eso había sido el sábado en la mañana, antes de la guerra. Me llevó donde el patrón, que era doctor de profesión. Fue él el que dijo que era una quebradura. No podían llevarme al Bloom, así que seguí entablillada, solo que ahora con un vendaje más propio de un doctor. Estaba untándome algo para el dolor, cuando vi la noticia. El doctor estaba viendo la tele, esperando ver noticias cuando yo aparecí en su estudio. Las noticias empezaron y fue cuando volví a preguntarme "¿Cómo es posible?" al escuchar que habían matado a unos jesuitas.  

El doctor sabía que yo estudiaba en el Externado. Había pasado a sexto grado y sobre todo, sabía que ya entendía qué era eso de homicidio. Vio que se me llenaron los ojos de lágrimas y adivinándome el pensamiento me dijo.... "no son los curas de tu colegio". Aún así seguí llorando. Salí de la casa y me fui al patio donde estaba toda mi tribu y le dije a mi papá lo que había visto en las noticias, me abrazó y me dijo lo mismo que el doctor... "no son los de tu colegio", no entendía que me dijeran eso... igual los habían matado, a unos sacerdotes, no importaba si eran o no eran del colegio, estaban muertos. Pensé, si matan curas, pueden matar a cualquiera. 

Pasé en silencio todo el resto de la tarde, llegar a los planes era reencontrarme con el Chele Vicente, papá de mi mamá, mi abuelo se dio a la tarea de llevarme a su tomatera y contarme cuentos del Cipitío y cosas lindas para distraerme. Al empezar a caer la noche me llevó a su "cocina secreta" que estaba en medio de sus plantaciones, me dio café de maíz en jarras de barro y nos fuimos a sentar en una gran piedra a ver el atardecer hermoso desde aquella colina, podíamos ver San Salvador iluminada por las últimas luces del sol. Me dijo algo que me tranquilizó un poco... "si viste muertos, no estés triste por ellos, esa gente ya no sufre". El silencio de mi abuelo y el olor del bambú que nos rodeaba me dieron un poco de paz. 

Aquella noche, por primera vez en una semana pude acostarme en una cama. Sola. 

Esta mañana, al abrir los ojos, descubriéndome sola en mi cama recordé todo esto. Cada detalle, cada olor, cada dolor, cada miedo. Como si tuviera 12 años de nuevo, como si estos 36 años que ahora vivo fueran un sueño. Como si el tiempo diera vueltas en redondo, como dice Úrsula Iguaran. Pero no es cierto. Mi abuelo murió hace años, la guerra terminó, nació Gabriela, me gradué del colegio de jesuitas y me fui a estudiar a la universidad donde mataron a los otros jesuitas, dejé de rezar, sigo sin poder abrazar a mi mamá y la mente me ha ido mutando poco a poco, a veces pienso que es bueno, a veces no sé. A lo mejor soy una cobarde. A lo mejor. 

Hace 24 años pasó todo esto y a veces... pienso que nada ha cambiado.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Ver y mirar no son lo mismo.

Estamos acostumbrados a ver pasar gente... pero no nos detenemos a mirarlas. 
Muchas razones pueden estar influenciando: trajín diario, problemas propios, accidentes en nuestras cabezas... distracción. 

Durante años he pensado que no me di el tiempo y la oportunidad de conocerte bien, querido niño, nada pude haber cambiado en tu vida o en tu entorno. Pasé junto a tí mientras cantabas aquella canción de Charly García y me maravillaste con tu infancia-adultez prematura. Trece años han pasado y hoy te he recordado precisamente por esa canción que te sacaba del montón en medio del patio del recreo.

En la actualidad, a veces, sigo con la mala maña de solo ver y no miro. A veces, quiero cambiar esto. 



Yo no quiero saberte tan triste,
yo no quiero saber lo que hiciste,
yo no quiero esta pena en mi corazón...

viernes, 12 de julio de 2013

Pablo Neruda

A mí me gusta la poesía de Pablo.

Pero no tanto sus poemas de amor y canciones desesperadas... sus cien sonetos... la culpa la tiene una profesora que tuve quien me hizo copiarlos de castigo por no sé qué puntada dicha a media clase, los que me conocen se imaginarán que habrá sido algo así como "... es que me da pena..." y puesi, los graciosos de mis compañeros no eran lo suficiente discretos y lograron que me expulsaran a la biblioteca durante todo un mes de la clase y fuera a parar a la biblioteca y copiar los pinches poemas.

A mí Pablo me gusta por revoltoso y sexual... ash si...

Como cuando decía:
"Rodando a goterones solos,
a gotas como dientes,
a espesos goterones de mermelada y sangre,
rodando a goterones,
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría,
pegando en las costuras del alma,
rompiendo cosas abandonadas,
empapando lo oscuro.
(Agua sexual)

Porque seamos honestos, el amor entre dos adultos no puede ser solo romanticismo y de a poco el dichoso romanticismo se va transformando en maneras más sutiles y entretenidas de convivencia. Lo sé... soy una inadaptada hasta para eso.

El asunto es que Pablo me gusta también porque decía las cosas de esa manera particular que nos hacía sentir tontos pero gloriosos... como para descifrar sus enigmas... como cuando me tuve que aprender un poema suyo porque un profesor de letras me dio garabato de que yo traía para declamadora... que era una juglar actual y todo eso... y pasé dos semanas repitiendo como loro (casi todo el día y en todo lugar):

Si solamente llamaras,
su prolongado son, su maléfico pito,
su orden de olas heridas,
alguien vendría acaso,
alguien vendría,
desde las cimas de las islas, desde el fondo rojo del mar,
alguien vendría, alguien vendría.
(Barcarola)

Y puesí, una cuando tenía 18 años soñaba con encontrar a un Pablo y ser su Matilde, porque una pensaba que  la dichosa Matilde (la de veras) había sido una gran zorra pero con una suerte magnífica... y nunca le confesé al Padre Anibal que luego que nos llevó al cine a ver "El Cartero de Neruda" a todo el humanístico, yo pasé dos semanas sin comer con tal de ir a verla de nuevo yo sola y soltarme en lágrimas amargas al escuchar al cartero haciendo una grabación de todo lo que amaba para enviarlo a la mujer que amaba y si... era una cursi... en realidad sigo siéndolo, solo que ahora se me nota menos.

Pablo me gusta porque doblegaba a las palabras, como a sus mujeres, a punta de ternura y de sexo.

domingo, 26 de mayo de 2013

Todos los Migueles son iguales

La experiencia me dice que todos los hombres llamados Miguel son iguales... que es lo mismo que decir que tienen puntos en común.

- Son desconfiados,
- Se venden como antisociales y resultan ser el alma de la fiesta, 
- Siempre buscan una excusa para filosofar,
- Están MUY pendientes de la gente que aman,
- Son algo radicales en algunas cosas, pero van buscando establecerse (de alguna manera bastante extraña) en una normalidad que es bien extraña para mí,
- Son algo parcos para la demostración de afecto, pero (Ay!) cómo me sorprende su manera de querer a la gente, tan genuina y desinteresada. 

Sí, yo lo digo con propiedad porque en mi vida he tenido tres Migueles muy importantes: Mi primo, quien fue el causante de que me guste la música, Miguel, mi actual pareja... pero también Ernesto Miguel, un exalumno que tuve y que por cuestiones de violencia social ya no está en esta vida para leer este post.

Ernesto Miguel tenía 15 años cuando nos conocimos, yo calculo (no lo recuerdo muy bien) que yo rondaría los 22 o 23 años. Él tenía serios problemas disciplinares y yo era una profesora bastante idealista. Recuerdo que en una reunión de profesores, en esas que solo sirven para criticar y moralizar a los alumnos de los colegios religiosos, me lo endosaron, su coordinador de grado casi se daba por vencido pensando que el muchacho no tenía remedio y nadie daba un cinco por él, todos pensaban que al terminar ese año (cursaba noveno grado para entonces) terminaría expulsado, no solo por su mala conducta sino por ese par de materias que no se le daban. A mí me pareció un reto darle seguimiento y tratar de evitar el fatal desenlace. 

No me pregunten por qué pero siempre he pensado que la mejor cura para una rebeldía mal entendida de los cipotes es ponerlos a hacer algo productivo, algo que los rete, algo que los entusiasme. Fue así como  Miguel, quienes todos le decían Tambo, terminó (junto a otros de su misma especie) yendo a un orfanato todos los sábado a trabajar con niños y niñas: les dábamos seguimiento en tareas de la escuela y organizábamos juegos para distraerlos. Era hermoso verlos. Yo sé que quizá algunos de ustedes que leen estas líneas no verán nada "extraordinario" en este tipo de tareas, pero verlos... a ese grupo de adolescentes... reunirse desde días antes, en sus recreos, para organizarse para cada sábado me llenaba de una emoción que pocas veces he podido sentir de nuevo.

Como siempre fui encariñándome con algunos de mis alumnos, Miguel era uno de ellos, siempre que se podía organizábamos excursiones y campamentos (en tiempos de vacaciones) o viajes a donde nos diera la gana. Él era de los que nunca faltaba. Una vez, lo recuerdo tan bien, fuimos a Honduras. En medio de mil tragedias que tuvimos que pasar para llegar a Tela, él me acompañó en mi labor de guía. Iba sentadito en una de las gradas del bus mientras yo parecía suricata meneando la cabeza para descifrar cuál era la mejor ruta para llevar ese bus lleno de adolescentes hacia el Atlántico. Ante mi estrés... hizo lo más cristiano que encontró... sacó un cigarro y me lo ofreció. 

Es increíble, creo que es de las pocas personas con las cuales he podido hablar durante horas y que, a pesar de eso, siempre quedaban temas en el tintero para seguir hablando días después. El día que se graduó de bachillerato, luego de la misa, en medio de aquel caos de abrazos y besos familiares y de amigos, me buscó. Me dio un papelito, de esos ridículos papelitos que los adolescentes hacen para no decir las cosas de frente, decía: "Gracias por tenerme fe". Por supuesto, yo que soy una cursi y una ridícula, aún conservo aquel papelito.

Hace nueve años mataron a Miguel. 

Cuarenta minutos antes de que un par de ladronzuelos le dispararan, nos habíamos despedido en la peatonal de la U, habíamos hablado de Jung, de planes para ir a acampar en las vacaciones de agosto y de fumarnos un cigarro al día siguiente. Él tenía 20 años y yo rondaba los 27 o 28 y la vida me pareció tan injusta como me lo parece ahora también.

Siempre, cada vez que llega esta fecha, busco aquel papelito que me dio el día que por última vez se puso su uniforme de perico y de verdad se lo digo, en esta su ausencia tan enorme, le digo: "gracias Tambo, por haberme tenido fe".

jueves, 9 de mayo de 2013

"No somos nada, la vida es prestada"

La frase que da título a este post me la dijo Karina, un día de estos que nos reunimos, entre otras cosas para  recordar lo lindo que es trabajar juntas.

Es cierto, la vida es corta, no es solo porque lo he estado pensando desde marzo; sino porque en realidad así es. 

Conocí a don Napo un día de diciembre, yo recién tenía 6 años y Lorena, mi hermana, tenía un mes de haber nacido, recuerdo que le ayudó a mi papá, único hombre de la casa, a bajar los muebles que traíamos en un pick up el día que nos mudamos a Mejicanos, veníamos de un apartamento de la Zacamil y esa casa era en la que creceríamos Lorena y yo.

Don Napo, esposo de la niña Reina y papá de Carolina, madrina de bautizo de Lorena y mi madrina de confirmación, establecieron una relación de cercanía y amistad muy grande con mi familia. Para cuando yo era una cría de seis años, él ya era canoso y tenía el carácter amargo de los viejitos oriundos de La Unión. No puedo hacer un recuento de todos los recuerdos que tengo de esa familia. Siempre estuvimos cerca: en los terremotos, en la ofensiva del 89, en las celebraciones, en los sustos, en todo.

Hasta que un día, motivados por varias razones nos fuimos de aquella casa. Yo tenía 19 años para entonces.  Tan acostumbrados estábamos a aquella región encantada, que regresábamos a menudo a visitar a los Mejía (ese era el apellido de aquella familia), luego la vida, que es una maldita, nos fue insertando en otros ambientes y otras rutinas, así que las visitas empezaron a ser menos frecuentes... solo en navidad, una vez en semana santa y así.

No sé desde cuándo mi familia no visita a esa familia. Yo tengo consciencia de no haberlos visto desde antes de irme a Guatemala en el 2010.

Ayer me enteré, me lo dijo Lorena... el 25 de abril murió don Napo. La vi muy afectada, a mi me sorprendió la noticia pero me pareció natural. La vida es así, incluye la muerte, claro... creo que en mi sentido práctico de la vida... siempre espero que sea así, que la gente se muera cuando le da la gana, no cuando lo asalten, o lo atropellen o le llegue una desgracia de salud o un desastre natural. 

Don Napo ya no está. Solo me queda el recuerdo de sus cabellos totalmente blancos desde que tengo uso de razón, de su inseparable machete, de su taxi roído y de sus gritos, no de enojo, sino porque los de oriente hablan gritando. Sea donde sea que esté... le mando mis saludos. 

lunes, 15 de abril de 2013

Simone y Jean-Paul

Ella fue educada en la más estricta moral cristiana, él estudiado en la élitista Escuela Normal Superior de Paris.

Ella feminista, él existencialista. Ninguno se afilió nunca al Partido Comunista, pero eran simpatizantes de la izquierda de aquel tiempo.

No se jodieron la vida con trámites innecesarios e imposiciones sociales, fueron amigos, amantes y hermanos solidarios. Vivieron juntos y fueron autónomos.

Él murió un 15 de abril, ella un 14 de abril... seis años después. Reposan sus restos en una sola tumba. Yo los admiro.


Carlos Cañas y el color que nunca logramos poseer

En 1996, cuando yo era una cría impetuosa y arrogante (más de lo que soy ahora) un buen profesor que tuve nos mandó al Patronato Pro Patrimonio Cultural a ver la colección de arte que inició hace más de 50 años una señora que se llamó Julia Díaz, fue entonces cuando vi por primera vez un cuadro de Carlos Cañas. Quedé maravillada. 

Fue amor a primera vista, el cuadro titulado "Mango y Mandarina" fue solo el inicio de una larga relación que este día terminó. Así es, terminó hoy porque esta madrugada me he enterado que murió el maestro Carlos Cañas. Nunca más nos sorprenderá con una pintura, con un dibujo, con sus colores fuera de orden. 

Dirán algunos que soy una exagerada, que no es para tanto y aunque la muerte de las personas es una cuestión natural y lógica no deja de conmocionarme, quizá de manera estúpida, que los artistas mueran, es como si un poco de nuestra identidad cesara de existir, es como si un poco del color que la vida posee se volviera opaco y lechoso. 

En el 2007, mientras trabajaba en el Museo Forma tuve la grata experiencia de conocer al maestro, fui a su casa y vi su estudio, era un caos hermoso de paletas, pinceles e ideas en papel, era ya un anciano y el tiempo y la fama le habían afinado la arrogancia, el orgullo y la humildad no era su compañera, a mi me trató bien, me recibió un par de veces y yo parecía niña en juguetería viendo sus cuadros, sus bocetos y sus ideas. Es de las pocas cosas que le agradezco a ese tiempo en el museo. Siempre que podía iba a la sala No. 2 donde reposaba sobre una pared blanca el primer cuadro suyo que vi y que fue el culpable de mi amor platónico. 

Ayer, 14 de abril, fuimos con Miguel al MARTE, vi sus cuadros, aprecié su trazo, me volví a maravillar con sus colores, "El Sumpul"  y "Perros" me recordaron que todo salvadoreño debería de ir a ver su obra, no solo conocerlo a él sino a todos los que se agarraron los pantalones y se dedicaron enteramente a ejercer el arte y la cultura en este país que es poco menos que una sentencia a la pobreza y a la muerte sin reconocimientos. 

Ayer, 14 de abril, a las 10 p.m. Carlos Cañas murió. Ante las noticias de un Maduro ganador en Venezuela, el recordatorio de los 33 años sin Sartre y tantas y tantas noticias más, la primera, la principal, la más arrolladora, es esa. Carlos Cañas ha muerto.

Gracias Carlos, muchos no habrán entendido tu carácter, como a tus cuadros; no hacía falta. Porque a vos solo se te podía admirar u odiar. A mí solo me queda, cada cierto tiempo, ver de nuevo tus cuadros, maravillarme de tu fresco del Teatro Nacional, recordarte en cada línea, en cada color, en cada sufrimiento de nuestro pueblo.

martes, 12 de marzo de 2013

Perdono, pero nunca olvido...

Este día me tocó desbarrancar algunas ideas, formar nuevas expectativas y buscar otra manera de vivir. Todo esto, como se imaginarán no es muy fácil de hace, más de si de decir.

Resulta que es tan fácil olvidarse de todo, mandar todo al carajo y centrarse en el propio ombligo, en la miseria que uno cree vivir, somos tan egoístas, somos tan egocéntricos... "semos malos".

Mientras el Barcelona le ganaba al Milán, mientras se elige a un nuevo Papa en el cónclave en Roma, mientras yo busco un nuevo trabajo, mientras todo gira sin detenerse... mientras todo eso pasaba.. llegó un correo, traía tres canciones incrustadas. 

Empecé a oír la primera y de golpe recordé qué fecha es hoy. Posiblemente para el amplio mundo, el 12 de marzo nada signifique, nada dice a una historia que no es la nuestra. Posiblemente para las generaciones después de los noventas nada conciben sobre este día.

Hace 36 años, en una calle polvorienta, de un cantón refundido en el municipio de Aguilares fue asesinado un jesuita. Rutilio Grande era un cura de pueblo, nada de esos intelecualoides que citan a Zubiri o que formulaban la Teología de la Liberación, él la vivía.

Lo mataron. Con él inició una persecución más cruenta y más descarada, ya la había, pero desde entonces, monjas, catequistas, laicos comprometidos, otros sacerdotes y un arzobispo fueron asesinados. La muerte les vino de diversas formas, pero casi siempre, con balas.

Muchos dirán que uno no tendría que recordar estas cosas, porque resulta puede ser un sinónimo de rencor añejo, de un odio de clases, de un montón de cosas que no son ciertas. Uno no debe olvidar, es la forma de aprender de la vida. Uno no puede olvidar, uno no puede olvidar. 

Tendría unos quince años cuando estaba acorrolando a mi mamá con la pregunta más estúpida que le he hecho en mi vida... ¿por qué vos nunca me hablas de la guerra? A saber qué presión le había hecho ya para ese entonces, que furiosa se me quedó viendo, de esa manera que tienen las mamás de verla a una cuando se es demasiado impertinente. "¿para qué querés que yo te hable de eso? si en el colegio ya suficiente te hablan de eso" me dijo. No es lo mismo, le contesté. Ya cuando estaba más serena me contó que cuando ella venía saliendo del Hospital donde ya trabajaba, un conocido le dijo... "mataron a un cura en Aguilares", ella que toda la vida ha sido católica practicante se conmocionó tanto que lo que hizo fue agarrar para una capilla, entró a la Basílica del Corazón de Jesús, esa iglesia gótica que está ubicada sobre la calle Arce y se puso a rezar.

Por supuesto, le pregunté que para qué rezaba en ese momento, que lo adecuado era tomar otras acciones, otras decisiones, otra forma de vida, "yo no lo hubiera hecho" le dije con el tono más ácido que he tenido desde entonces. "Posiblemente lo hubieras hecho, conociéndote te creo... pero yo fui porque fue lo único que se me ocurrió en ese momento, tenía que rezar porque sabía que venía una guerra y dos días antes me habían dicho que estaba embarazada, me partía el alma saber que te iba a traer a un mundo en guerra". Nunca más le dije nada hiriente a mi mamá sobre el tema de la fe. 

Hay muchas formas de acordarse de las cosas, porque te lo dice una canción, porque recordás lo que estudiaste en un tiempo, porque volvés  a sentir lo que sentíste cuando tuviste fe, porque seguís esperando a que las cosas cambien un poquito para la gente que sigue en el otro lado de la gran brecha social o porque se tiene una mamá que le da a una lecciones (aunque una se crea más inteligente y soberbia) sobre cómo recordar. Porque te das cuenta que siempre se tiene que perdonar, pero nunca olvidar. 

martes, 5 de febrero de 2013

jueves, 6 de diciembre de 2012

Oscar Niemeyer

Ha muerto otro de los que admiro.

Es raro enfrentarse a este tipo de muerte que aparece en un artículo o que circula por un tuit o simplemente que, cuando me pasa la distracción crónica me entero que ya no están. Así me pasó con Bennedetti o con Mercedes Sosa, o con Chavela Vargas.

Hoy se ha ido Oscar Niemeyer. Lo conocí gracias a Galeano, quien me contó de su hermosa vida y su espléndida obra.

Al leer la noticia de su muerte, recordé que alguien, hace muchos meses, un día me mandó esta frase:


"No es el ángulo recto que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas es hecho todo el universo, el universo curvo de Einstein." — Oscar Niemeyer.

Sucedió que ese 18 de mayo, yo estaba pelando con mi terror a ese mes, por supuesto que recibir este tipo de detalles de alguien que estás conociendo caía bien pues era señal de que en realidad me estaba conociendo o al menos captaba qué es lo que me gusta. 

Niemeyer me gusta porque amó lo que hizo, todo lo que surgió de él, incluso las iglesias que diseñó siendo un ateo convencido y me deja claro que SOLO AMANDO LO QUE HACEMOS, realmente llegamos a hacer cosas grandes sin abandonar nuestra pequeñez.

Adiós Niemeyer


sábado, 10 de noviembre de 2012

Vicente

Fue fuerte, alto, chele y ojos claros, compartió el vientre con un gemelo idéntico pero al que nunca conocimos.

Hace veinte años se fue y yo siento como si fue ayer cuando nos regalaba, a mis hermanas y a mí, chocolates que sacaba de nosédonde... yo que odio los chocolates se los agarraba porque me ponía a pensar que a saber qué maromas hacía para conseguirlos y guardarlos bien para que nadie se los robara.

Tenía una línea directa de amor con él, decía que era la hija más amada de su hija más amada... con el agravante de ser prácticamente idéntica a mi abuela, su única esposa. "Son como dos gotas de agua" me dijo un día cuando yo era una adolescente de 15 años, la misma edad que tenía la abuela Sebastiana cuando conoció a ese hijo de español.

Hoy mi abuelo habría cumplido 105 años y de todos mis muertos, es al único que extraño de vez en cuando. Ya lo he dicho, siempre me pareció que tuvo nombre de poeta... solo escuchen.. "Vicente Hernández". Es como si la poesía, la bohemia y la rebeldía se conjugaran y dieran como resultado a ese hombre que tantas lágrimas le robó a mi mamá, pero también fue el que le impulsó a formar la familia que ahora ella tiene.

Querido abuelo, este día, siempre... desde que se me es permitido... tomo una cerveza a tu nombre.

Hace unos años escribí esto... si quiere conocer mejor a mi abuelo, del clic AQUÍ

jueves, 25 de octubre de 2012

Alfonsina

Una mañana caminó a la muerte que eligió, donde el mar extendió su  manto absoluto y la acobijo.

Fue de las primeras mujeres que me sorprendieron... fueron sus palabras, su alma libre y su vida llena de fuerza y ternura.

Los hombres de su época no tuvieron otro remedio más que hacerle un espacio en las fotos de los intelectuales y escritores, compartieron ese espacio y le adjudicaron una importancia en ese mundo tan machista. La admiraron y desearon para sí el candor de sus palabras, el fulgor de su corazón y el tibio timbre de su viento.

Alejandro, su hijo de "padre desconocido", dijo en referencia a su madre: "A la mujer que usa el cerebro se le secan los ovarios", pero no es cierto... ella era fecunda, prodigaba vida en sus palabras, tuvo el coraje de ser madre de un hijo sin padre, en una época totalmente inhospita. Fue oscuridad y me dejó luz a la vez.


Luz
Alfonsina Storni
Anduve en la vida preguntas haciendo,
Muriendo de tedio, de tedio muriendo.
Rieron los hombres de mi desvarío…
¡Es grande la tierra! Se ríen…yo río…
Escuché palabras, ¡abundan palabras!
Unas son alegres, otras son macabras.
No pude entenderlas; pedí a las estrellas
Lenguaje más claro, palabras más bellas.
Las dulces estrellas me dieron tu vida
Y encontré en tus ojos la verdad pedida.
¡Oh tus ojos llenos de verdades tantas,
Tus ojos oscuros donde el orbe mido!
Segura de todo me tiro a tus plantas:
Descanso y olvido.

martes, 23 de octubre de 2012

Charly

El tocayo también cumpleaños hoy, conozco a otras tres personas con las que compartimos el natalicio y siempre, siempre, siempre... he pensado que estamos algo zafados.

Feliz cumpleaños tocayo...