miércoles, 5 de mayo de 2010

La niña Marthita

El viernes pasado llegó a sus 56 años mi señora madre, debido a mi repentino ataque de mala salud no celebramos como lo habíamos planeado. Por supuesto los respectivos comentarios al respecto no se hicieron esperar y mientras terminaba de acodarme en la cama No. 7 del Servicio de Respuesta Rápida (que sea dicho de paso… no fue tan rápida la respuesta) se me recriminó la infamia de enfermarme justo un día antes de su natalicio.

Martha Alicia es la mujer que es, debido a la historia que vivió desde su infancia, huérfana desde los 6 años: una madre que murió por un cáncer propio de mujeres que paren muchos hijos y un padre que se perdió en los vericuetos de un vicio que aún no logramos dominar en la familia.

Bajo ese contexto, su prioridad fue siempre encontrar una pareja para formar la familia que siempre le hizo falta, la encontró en otro Tauro como ella y bueno… henos aquí a los Rauda Palacios.

Nuestro carácter se lo debemos casi exclusivamente a ella: fuerte, enérgico, inflexible y muy testarudo, aunque mi padre también agregó la alegoría, el ser relajado y un poco más flexibles… y henos aquí a esta raza híbrida que no logra ponerse de acuerdo en que si somos buena-gentes desconfiados o desconfiados bien mala-gente.

Ella, mujer corta de estatura y de vista, cabello lascio y unos ojos poderosos que logran dejar bien en claro sus emociones ya sean de enojo o de ternura. Yo tuve que aprender a relacionarme con ella luego de una adolescencia convulsionada, cuando creí que en todo estaba equivocada, tuve que ceder y comprendí (a tiempo) que contradecirla era solo una larga tortura que me llevaría a mi destrucción. Con ella solo se puede estar de amores o a pleito a muerte, nunca intermedios, nunca tibiezas… o todo oscuro o todo claro, todo frío o todo caliente. En eso… somos identicas.

Ayer, mientras me daban el alta después de seis días de hospitalización, alguien se dio cuenta que soy hija de mi madre y me dijo…. “qué raro… casi no se parecen”. Lo que me pareció raro es que alguien diga que no me parezco a la niña Marthita, todo mundo coincide en que somos muy parecidas físicamente, tanto que quizá ya lo asimilé así, aún cuando en la adolescencia me resistía a toda costa a esta idea.

Resulta que si, que sí me parezco a Martha Alicia, no solo en lo chaparras y bravas… sino que ambas sabemos que la familia es una fuente insustituible de emociones que nos mantienen vivas… aunque en algún reniego admitamos que nos quitan la vida. Es mentira. La familia es un punto de referencia, un punto de partida y en muchas ocasiones un punto de llegada.

Hace unos años, cuando regresé al hogar luego de muchas tormentas personales, un poco golpeada, ella me dijo algo que nunca olvidaré y que me sirve cada vez que esta mi cabeza se empieza a perder de nuevo. Esa noche, mientras lloraba lutos ufanos, mientras sobaba mi soberbia cabeza me dijo “mi familia inició contigo”. Nunca había sentido que mi existencia fuera realmente importante para alguien, hasta ese día. Tonta que soy, no me culpen, a veces le pasa a uno. No logra ver el valor que le tienen otras personas porque uno mismo no se da el menor valor.

Esta mujer inició conmigo lo que toda su vida quiso: una familia. Desde entonces he tratado (unas veces más que otras) hacer honor de este título.

Gracias Marthita. Vos también sos bien importante en mi vida. Aunque a veces no lo diga.

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