jueves, 7 de enero de 2016

Crónica de una fuga

7 a.m. Yo lavando trastos en la pila de la casa... Tolstoi sentadito a mi lado, viendo fijamente el horizonte que marca el filo del muro que separa nuestra casa con la del vecino. 

Pispilié. Ese fue mi error.

Cuando me di cuenta Tolstoi había saltado y estaba (legalmente) fuera de nuestra casa. Me asusté.

Contexto: Tolstoi es un gato doméstico de casa... ¡de casa, he dicho! Eso de que la costumbre salvadoreña dicta que los gatos se mandan solos y andan callejiando me parece ridículo. Mi gato ha pasado dos años siendo niño de casa, se ejercita, se alimenta, duerme y zurra en el marco seguro de su hogar. No lo dejo que ande callejiando, buscando pleito con otros gatos, ya he visto que los gatos vecinos andan con grandes pelones de las batallas campales que organizan en los techos de las casas. No. Tolstoi no. Está bien cuidado, castrado, vacunado y con un terso pelaje. Punto. 

Grité. 

Le grité a Miguel Eduardo, que había llegado de visita, le pedí que me ayudara a bajarlo, fallamos, Tolstoi le bufó y Miguel Eduardo en un acto comprensible de prudencia se bajó. Llamé a Eli y a Alejandro, mis dos cipotes más afectos a Tolstoi, soy una inútil en las emergencias. Para entonces Tolstoi nos mostraba los comillos y se iba lentamente alejando, entre explorando y diciéndonos "¡Jódanse, yo no regreso ahorita!

Busqué apoyo moral con Miguel por teléfono, para esa hora ya estaba en su oficina, pensé que Tolstoi se iría y jamás los volvería  ver en la vida, sentí un miedo horrible. Alejandro fue a subirse al techo para poder llegar al plafón donde estaba Tolstoi arrinconado, para mientras dos gatos de esos montoneros ya habían llegado a ver al nuevo visitante y entre gruñidos, bufadas y pelos erizos se gestaba el desvergue gatuno. Esto de amara a las mascotas es duro. Se los digo en serio.

Mientras Alejandro empezó a buscar a Tolstoi que ya no se veía desde donde estábamos encaramadas Eli y yo, no lo encontraba, se guió por los otros gatos, iba armado con la pistola de agua y pequeños trozos de comida blanda, la favorita del fugitivo. 

Espantó a los montoneros y con mucha astucia iba acercando a Tolstoi hasta donde estábamos nosotras. Creí que no podríamos, pero le pasé una toalla a Alejandro, yo logré atrapar la nuca de Tolstoi y quedó inmovilizado, pero gritaba como degenerado. Eli trajo una sobrefunda y entre artimañas logramos meterlo y pudimos bajarlo. 

Alejandro se bajó del techo y yo me llevé al travieso a mi cuarto, lo puse en mi cama y cuando logró salir solito de la sobrefunda estaba campante, fresco y sereno, como si dos minutos antes no pareciera fiera indómita. Pinche gato!

Estaba entre asustada y molesta, lo regañé... ajá, así de ilógica, él solo estaba en la cama, sacándose las últimas hojitas de una planta de la vecina que casi sucumbe al pleito para bajarlo. ¬¬

Cuando vine a ver, eran las 8 a.m, me duché y salí corriendo a la oficina, no sin antes amenazar al desfachatado y pedirle la caridad a los chicos de no dejarlo salir al patio.

Es urgente que forre de malla ciclón el patio. 

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