Tengo la terrible mala costumbre de criticar las obsesiones y pasiones ajenas. Soy una incoherente porque mi forma de vida es muy apasionada, o al menos asi viví durante mi juventud.
La primera vez que vi el anuncio que adjunto, me dio cólera... sí, así... honestamente, me dio cólera pensar en esas madres obsesionadas por "entrenar" a futuros atletas, niños y niñas que no tienen paz y sosiego en su infancia para llegar a ser, de adultos (o jóvenes) grandes deportistas. Critiqué mucho.
Pero luego recordé... Cada uno vive la pasión de la mejor manera, la pasión que sea... no importa cuál y no son las madres las que lo empujen a una, no... una solita busca esa pasión para vivir, para soñar y para construir futuros. Ellas solo andan ahí cerca, viendo en qué le ayudan a una, aún sino entienden por qué eso que nos obsesiona tanto, nos obsesiona tanto.
Me recordé en la tierna infancia, justo cuando aprendí a leer... que es cuando ahora identifico que toda mi locura inició; pasaba horas leyendo el periódico a diario, mi abuelo Vicente me regaló, por la proeza de haber aprendido a leer tan rápido, una suscripción de un año a la Prensa Gráfica, yo no tenía paz si no leía el periódico todos los días, de portada a contraportada, incluyendo los anuncios clasificados y los inentendibles artículos y editoriales de tiempo de la guerra. Mi mamá me veía preocupada, mientras yo me tiraba en el suelo de la sala y desentrañaba todas esas palabras en papel ordinario, a penas tenía 5 años y es totalmente seguro que no comprendía más del 75% de lo que los adultos escribían en esa edición diaria. Mi madre no quería que leyera tanto, por todas las noticias desastrozas, de los muertos, de las mentiras, de las verdades maquilladas, de las bombas y las bajas miliates, de los guerrilleros que atacaban o de madres que buscaban incansablemente a sus hijos desaparecidos. Mi madre se dedicaba a esconderme el periódico, día con día y yo me daba a la hermosa tarea de buscarlo hasta encontrarlo en la alacena de la cocina o metido en el horno, o en el peldaño más alto de unas repisas en su cuarto. Entonces, con mi tesoro en mano, me paseaba impune frente a ella, hasta llegar a mi rincón de lectura en la sala.
Nadie, ninguna de las dos, supuso en ese momento que leer era lo que me llevaría por la vida, forjándome el caracter y el ánimo.
Al finalizar el año de la suscripción/regalo, mi papá la renovó y pasé toda la infancia y parte de la adolescencia con mi rutina diaria. Fue mi primer entrenamiento para lo que soy ahora.
Mi obsesión/pasión se asentó en mi vida, cuando en séptimo grado, por primera vez, escuché una canción de Silvio Rodríguez, fue tan grande el impacto que pensé que era maravilloso ser poeta, que las palabras se doblegaban ante su presencia y que habían cientos de formas creativas para decir las cosas que se piensan, que se sienten y que se sufren. Decidí ser poeta.
Por supuesto mi madre no me levantaba temprano y me llevaba a entrenos, no me dirigió los pasos en cuestiones físicas y no lograba, la pobre, comprender por qué mis notas no eran buenas en matemáticas y en cambio en idioma nacional, sociales y materias "de pensar" no bajaba del 9. No entendía por qué pasaba horas y horas sentada escribiendo todo lo que se me ocurría, primero en cuadernos de espiral y luego en la antiquísima máquina de escribir que siempre andaba cargando. Leía y escribía como degenerada, como si el tiempo se me fuera a agotar, como si los libros se fueran a desintegrar antes de tener tiempo de leerlos.
Hoy a mis 35 años leo menos, me excuso en un trabajo que me exige leer y escribir de otras cosas menos emocionantes que la literatura, pero desde hace unas semanas estoy en "entrenamiento" de nuevo, me ha entusiasmado de nuevo esa profesión que sale estampada en mi dui: "escritora", a diario escribo un poema y se lo envío a mi "entrenador" y espero sus observaciones. Tenemos hasta octubre para terminar esta primera fase de entrenamiento. Hay días buenos y otros malos, pero al menos trato de cumplir con la cuota de palabras escritas en el papel, sumado a eso, también estoy revisando lo que ya tengo escrito y que he logrado rescatar.
Mi madre ya lo notó, dice que cuando ando obsesionada en escribir algo me vuelvo más ensimismada, escucho más música y veo menos tele... esta tarde me preguntó si estaba trabajando y cuando le dije que no, me vio (de nuevo) con aquel rostro que ponía cuando estaba leyendo el periódico a los cinco años, "estás de vacaciones" dijo... y me dio una palmadita en el hombro, como para recordarme que tengo que descansar, pero al salir de mi cuarto y mientras cerraba la puerta, escuché que dijo "no hagan bulla, su hermana está escribiendo". Sentí tanta ternura de su parte que recordé este comercial y aunque no he recibido ningún premio por mi obsesión, ni soy una atleta, sentí ese sentimiento de gratitud con esta mujer que pocas veces me comprende, pero que me ama a pesar de mis locuras.
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