El 2015 a penas tiene 6 horas de haber iniciado en mi país. La medianoche me tomó por sorpresa abrazada a mi gato, luego de un día de cocinar para 6 personas que no son mi familia. El cansancio era tal que ni siquiera podía dormir, pero estaba feliz.
Quizá se escucha demasiado cliché, pero si, es cierto... me siento feliz y plena. Es tan raro sentirme así porque jamás me había dado a la tarea de satisfacer mis curiosidades más básicas, siendo que las personas que me conocen me han dicho en algún momento que soy una persona valiente, no había sido así de verdad, siempre le huí a las experiencias más básicas de la vida: adentrarme en el afecto a tal punto de pensarme parte de la vida de otra persona (en singular y en específico). Miguel ha sido, por mucho, la persona que ha derrumbado tantos paradigmas de mi antigua existencia; aún con defectos y cosas que me molestan, supongo que mi mamá tenía razón al repetir hasta el cansancio: amor no es la melosidad, es seguir ahí a pesar de los pesares.
El año que acaba de terminar podría ser catalogado como malo por cualquier persona que sepa todo lo que me tocó vivir con mi familia, de todo eso aprendí que puedo sobrevivir perfectamente aplicando algo que se me repitió durante años: el desapego, entendido como la actitud de respetar decisiones ajenas y abrazar a los que se quieren abrazar, como cereza del pastel: saber que no lo puedo cambiar todo, no todo depende de mi. Créanme es liberador.
Siempre he pensado que la verdadera celebración no es cuando el reloj marca medianoche, es ahorita, las 6 am, cuando las primeras luces del nuevo año llegan y empiezan a acariciar todo lo que logran estar bajo la gran bóveda celestial. Es el momento en el que nos damos cuenta: seguimos vivos y seguimos acá aprendiendo.Esa sensación, para mi, es maravillosa.
El último día del 2014 me ha dejado en claro algo: tengo nuevos rostros en mi imaginario, llegaron 5 personas nuevas y eso ha compensado muchos dolores anteriores.
¿Qué me espera en este nuevo año? No lo sé, no me interesa saberlo ahorita, de lo que si tengo certeza es que a pesar de los miedos, los dolores y cosas feas, quiero ver muchos amaneceres, dar muchos abrazos, como el que nos dimos anoche con un chico de 22 años, ver rostros felices de comer algo rico, contestar todas las preguntas que un par de cipotas me hagan, escuchar de deportes y aprenderme las estadísticas para conversar con un morenazo, alto y con ojos bellos y descubrir al más pequeño viéndome con esa combinación de curiosidad y desconfianza tan propias de su edad... y que él no sabe, pero que también yo siento.
México nos espera a Miguel y a mi... y sé que muchas cosas más. Ahora, con permiso, iré con Tolstoi a ver el amanecer. Feliz 2015.
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