Estoy empezando a creer en el Karma.
Hace doce días me fui a casa de mi madre para las vacaciones, llevaba una mochila exclusivamente utilizada por libros, documentos y la compu, en el momento de empacar, pensé en echar el libro de Jaime Sabines que compré recientemente para seguir leyendo los poemas que más me han gustado del mexicano. Cuando llegué a casa de mi madre... me enteré... Jaime no venía en la mochila ¬¬
Pasé trece días sin él... TRECE.
El miércoles que regresé a Suchi, llegué tan tarde y tan cansada que no recordé que Sabines estaba en esta región, pero ayer... AYER... recordé que tenía que leerlo de nuevo. Estaba en mi oficina cuando lo recordé, no lo vi por ningún lado de mi caótico escritorio, así que asumí que estaba en casa, pero me quedó la espina porque no tenía idea de haberlo visto una noche antes. ¬¬ Empecé a preocuparme.
Dieron las 12 y mi pensada era ir a casa a la hora del almuerzo para verificar que ahí estuviera el libro, pero no contaba con la astucia de mi jefa, quien me preguntó si tenía "unos minutos" para resolver algo de trabajo... me soltó a la 1 p.m. y sin decir mucho corrí a casa. Para entonces mi ansiedad de ver el libro había crecido, sentía algo bien feo en medio del pecho, como cuando algo se pierde. u_u
Pensaba mientras caminaba al hogar... ¿cómo podría enfrentar esta nueva pérdida? ¿qué vacío y silencio se instalaría en mi vida si Sabines no aparecía? ¿cómo le contaría a Miguel, quien NO compró el otro ejemplar que había en la libraría, que había perdido el libro? ¿sería capaz de soportar sus burlas y el escarnio de la pérdida?...
Llegué a casa, empecé a buscar... en mi mesa nada... en el escritorio/librera comunitario nada, en la cocina... en el caos de maletas recién llegadas de mi Runmeit y la rummie.... nada... empecé a tragar grueso. Me tiré a la cama con actitud derrotista, le pregunté al Che si lo había visto, le pregunté a mis pinturas pegadas en la pared, le pregunté a la veranera que asomaba por mi ventana... nadie me daba cuentas.
Regresé a la oficina... tenía esa sensación de abandono que nunca me ha gustado. Acallé mi pensamiento con trabajo... resolví problemas, revisé textos, hablé con un canadiense, hice llamadas pendientes... todo tratando de olvidar mi drama personal de haber perdido a Sabines. A las 5 p.m., hora legal de dejar de trabajar, se me ocurrió preguntar a mis compañeros, tal vez alguno lo habrá visto por ahí, después de todo, pasé la última semana de trabajo, antes de las vacaciones, abrazada al libro. Era un recurso desesperado, sabía que nadie diría: "está en tal lado" o "lo vi, me dio curiosidad y lo estuve hojeando mientras no estabas... aquí está"... no ... nadie.
Llegó la Emme y me encontró preguntándole con mi inglés medio masticado a Anand si había visto mi "big, green book", ella me preguntó qué me pasaba, le conté, le pregunté si no lo había visto en la casa... en la alacena, en su cuarto, a la par de San Miguel Arcángel, bajo el almendro... donde fuera. "No". Esa terrible respuesta nunca esperada y siempre recibida.
Nos fuimos a casa, ambas en silencio, le dije... "puedo perder cualquier cosa, menos ese libro.." Y es cierto, en el último mes perdí mis llaves, mi usb (la linda), dos documentos, algunas lágrimas y un par de sonrisas... perdí una estrella, algunas horas y varios cafés. Pero, ¿perder a Sabines? Esto era el colmo.
Al llegar a la casa, fui a ducharme, tenía que ir a una cena y el agua tal vez me mejoraba el ánimo y empezaba a darme consuelo ante mi pérdida. Mientras me caía el agua encima empecé a pensar cómo darle la noticia a Miguel. No sería fácil.
Con la parsimonia del olvido me estaba alistando, cuando de repente (en el último esfuerzo de memoria) estaba recordando qué estaba haciendo justo antes de empacar el 21 de diciembre pasado... no sé qué me dio por mover la cama... y ahí estaba... tirado, empolvado y olvidado... ¡mi libro de Sabines! Salí a decirle a la Emme que lo había encontrado, mi euforia era grande... y nada... ella solo me hizo "sonrisita de gato", luego en la cena anuncié triunfante que había encontrado el libro y nadie se conmovió ante la noticia, más bien, el canadiense visitante me preguntó quién es Jaime Sabines, le contesté que un poeta mexicano, y mi runmmeit hizo un gesto desdeñoso... u_u
No importa, pensé...
Al regresar de la cena, luego de cansarme de pensar en español, para luego traducir al inglés mis pensamientos y sacarlos con una gramática medio decente, llegué a mi cuarto y lo vi en mi cama. Me despojé de todas mis ataduras: celular, llaves y monedas; los adornos: el anillo de madera, los aretes, el maquillaje; tomé mis medicinas con un sorbo de agua, me puse la pijama y me acosté. Abrí el libro y leí:
Esta mañana imaginé mi muerte:
despeñado en el coche o de un balazo.
Me tuve lástima. Lloré por mi cadáver un buen rato.
Hablé. luego, de vacas, del gobierno,
de lo cara que cuesta ahora la vida,
y me sentí mejor, un poco bueno.
Iba a decirte que estoy realmente enfermo.
Como sin piel, herido por el aire,
herido por el sol, las palabras, los sueños.
Se me ha trepado en la nuca un cabrón diablo
y no me deja quieto.
Ulcerado, podrido, hay que vivir
a rastras, a gatas, apenas, como puedo.
Cerré el libro, lo abracé a mi pecho, tomé el celular... y escribí... "ya regresé a casa".
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