Me gusta septiembre.
Todo en él es lindo: sus nubes esponjosas, sus cielos celestes, sus celajes al atardecer y esas tormentillas que vienen de repente y de repente ya no son y solo aparecieron para hacerle la caridad a una de mojarla y refrescarla del calor.
Nunca me he quejado de septiembre y creo que nunca lo haré, porque hasta la tristeza y melancolía que me acompañan desde hace un par de días, incluso hasta esas se me hacen soportable y un ejercicio necesario para mi descontrolado corazón.
Hoy se fue Miguel, estará lejos una semana y sé perfectamente que hemos pasado más tiempo separados, aún estando en el mismo territorio, y que eso no es lo preocupante o lo que me ha generado este estado meditabundo que me llama a caminar mucho, a pesar del dolor de mi pierna izquierda, porque resulta que cuando estoy triste me da por caminar...y camino mucho, tratando de encontrar en cada paso, las respuestas que ando buscando, o como si cada paso dado fuera un refugio anti bombas.
Estoy segura que nunca voy a entender lo que en mi interior existe, me voy a morir y esa forma de ser será solamente eso, una forma de existir y que la asumo como quien asume amar a una mascota, hasta la mañana en la que nos levantamos viejos y vencidos y descubrimos el cadáver del animalito que nos hizo compañía en la juventud.
Septiembre está por marcharse y honestamente, quisiera dormir todo lo que falta de él.
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