me acompaña desde muy pequeña... tendría unos seis años, haciendo cálculos sin ganas de hacerlos.
Este mi miedo no tiene nada de particular, muchas mujeres lo tienen, el muy cabrón nos invade y nos deja con la sensación que, a pesar de sufrirlo colectivamente, solo una es la que lo posee. Maldito miedo, ni siquiera tiene la virtud de ser exclusivo.
Alza su mano este miedo, de vez en cuando y me proporciona una terrible bofetada, me desviste ante la realidad de mi vulnerabilidad y no tengo más remedio que aceptarlo como parte de mi historia.
Por supuesto, he intentado perder este miedo, lo he sacado a pasear y lo he dejado perdido en alguna vereda, me hago acompañar de mi pareja y feliz he regresado a mi casa libre, cargada de besos, caricias, con algunos orgasmos a cuesta y buenos recuerdos para coleccionar; durante días, en esta ocasión, semanas el miedo no aparece, me deja vivir en libertad, en armonía, sonriéndole a cada día. Pero de repente, sin anunciarse demasiado, reaparece. Regresa desnutrido y más feo que nunca, me aterra sentirlo merodeándome, buscando el momento oportuno para presentarse sin tapujos y dejarme desesperanzada de nuevo. Entonces vuelvo a llorar por las noches, el sueño se me espanta y lo que tanto me costó tener, tranquilidad, se me muere en la primera noche de insomnio.
A veces pienso que voy a ser amiga de mi miedo, para que deje de mortificarme, para tenerle un poco de cariño y que él se encariñe conmigo y piense en darme paz a punta de afecto. Poder, así, llevarlo como una mascota, como esos perritos feos pero llenos de amor. Pasearlo amarradito al cuello y comprarle juguetitos para que los destruya, para que los destroce, para que descargue en ellos lo que hace ahora conmigo. Lo he pensado, solo una vez se lo mostré a alguien, con todas sus señales, todas sus cicatrices, con todo el horror del que es capaz de existir. Por supuesto, hacerlo tuvo sus consecuencias y aprendí a proteger a este mi miedo de las agresiones de otros, porque... por último es parte de mí, es parte de mi historia.
No quiero venganzas, ni métodos para asesinarlo, en serio. Solo quiero que podamos convivir armoniosamente con mi miedo y que algún día, no importa cuándo, amanezca muertito, sin dolor, sin tristezas, sin nada que lo mortifique.
Yo tengo un miedo y ahora ya no tengo miedo de tenerlo.
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