Te conocí hace 36 años, cuatro meses y cuatro días. Más de la mitad de ese tiempo no te he entendido y sé perfectamente que vos a mí tampoco, pero esa es de las exquisiteces del amor, no hay necesidad de "entender" a la gente que amamos, en especial a las madres.
Desde hace tres o cuatro años las cosas empezaron a cambiar para vos, supuse que el cambio de edad y presiones propias de la vida cotidiana te tenían un poco confundida, hasta que un día un vecino llegó a la puerta de la casa en San Marcos, para decirme que te había visto desorientada a tres cuadras de la casa. Salí a buscarte, como vos saliste a buscarme cuando a los tres años "decidí" ir a pasear sola, con esa misma sensación de ansiedad de encontrar "al que se pierde". Te encontré y fue la primera vez que te vi tan frágil e indefensa. Fue duro, no solo para vos, para mi fue encontrarme con una mujer muy distinta a la que me ha visto día tras día crecer y que me educó con disciplina y a veces hasta dureza. En ese momento eras como una niña y yo era la adulta.
Varios doctores dijeron una serie de explicaciones y aunque todos las sabíamos, ninguno las hablaba claramente, supongo que es una característica de nuestra familia, no nos gusta hablar de lo que sentimos. Supongo que es una forma de ocultar nuestras debilidades.
A veces quiero reclamarte, decirte que no puedo cuidarte cada día, que no puedo (no quiero) ir a traerte todos los días al trabajo, agarrarte la mano para cruzar las calles, decirte el nombre de las calles cuando te vea en el rostro la desorientación... a veces quiero. Pero no lo hago, no te reclamo, más bien me preocupo cuando no llegas temprano a casa o como cuando mis hermanas me llamaban mientras vivía en Suchi y me decían que estabas como en otro mundo... me dan ganas, a veces, de preguntarte ¿por qué me esperas?
No lo hago, me quedo callada.
Hoy decidí buscar qué le pasa a tu hemisferio derecho, me dediqué a tratar de entender por qué te perdes en tu propia casa, por qué no encontrás el norte, por qué... un par de veces... te me has quedado viendo con esa expresión propia del susto por no reconocer un rostro, mi rostro.
No te voy a mentir, no entiendo del todo, sé que algo no está bien, que la inflamación en la corteza de tu hemisferio derecho es la que hace que te perdas, que olvides objetos, rostros y direcciones... sé que en las últimas semanas has estado peor y que no has querido decirme para no preocuparme, para no ser carga. Somos tan parecidas en eso Martha.
Yo no te cuento de mi organismo, de mis manchas, de mis hemorragias, de mis dolores, de mis miedos, de mis exámenes, de mi cambio de doctor, de tantas cosas.... me los guardo y solo los vierto en este espacio y con el hombre que me tiene paciencia.
¿Vos con quién lo hablas? ¿A dónde vas cuando te sentís mal? ¿quién te acompaña cuando yo no estoy cerca, cuando decido alejarme?
Tu lado derecho del cerebro no solo encierra tu brújula, no solo está ahí tu memoria visual... y cierta parte del lenguaje, ahí también están las sensaciones y los sentimientos. Esa es la parte que más me preocupa.
Vos sabes que no te voy a reclamar esto, nunca he encontrado razones para reclamarte nada, al menos nada que no sea esa maña tuya de saberme tuya. Hoy estamos acá, cada una en su región encantada de la casa, una vez, en mi adolescencia (lo recuerdo tan bien) me dijiste algo así como "quisiera entrar a tu mente y saber qué hay en ella para entenderte". Ahora yo quisiera lo mismo y saber que tu esencia siempre estará ahí.
Vos sabes que no te voy a reclamar esto, nunca he encontrado razones para reclamarte nada, al menos nada que no sea esa maña tuya de saberme tuya. Hoy estamos acá, cada una en su región encantada de la casa, una vez, en mi adolescencia (lo recuerdo tan bien) me dijiste algo así como "quisiera entrar a tu mente y saber qué hay en ella para entenderte". Ahora yo quisiera lo mismo y saber que tu esencia siempre estará ahí.
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