En mi vida he tenido una relación de amor-odio con los canes. Memorable es el día en el que mi primo Roberto y yo tuvimos que subirnos a un juego mecánico para evitar ser modidos por un enorme Rottweiler, solo recuerdo el hecho... no tuve noción del tiempo transcurrido allá arriba, pero dicen las malas lenguas familiares fueron un par de horas.
Mas adelante en la historia llegó la Bambina a mi hogar, una perra aguacatera que me rompía los libros, la detesté hasta la saciedad, le di un par de "zopapeadas" por traviesa y eso que mis hermanas me escondieron tres o cuatros libros. Gestioné con mi mamá el desalojo de la perra inculta y se la llevaron a nuestros amigos de Metalío, donde podría correr libre como el viento y destrozar otras cosas que no fueran libros. Nunca más supe de ella y ni quiero.
Luego el amor de mis amores caninos llegó en forma de pelotilla negra, Roberto... no mi primo, sino mi hijo del alma... me lo regaló, tenía un mes y según me contó, de su camada era el antisocial que no se amontonaba con sus hermanos y hermanas y más bien esperaba a que todos se dieran "riata" por alimentarse de su perra-madre y cuando todos iban en retirada, llegaba él y se daba el tiempo a sus anchas para comer. Atila es el amor perruno de mi vida. Con pocas muertes he llorado. Los confieso. Él fue una de ellas.
Cuando Lucas llegó yo no estaba en las mejores condiciones para amar a cualquier ser vivo, vivía sola y aunque la persona que me regaló ese guapísimo Doberman café y con ojos verdes pensó que sería una magnifica compañía y un paliativo a mi soledad acerríma, no fue así. Cuando llegaba del trabajo encontraba un verdadero desastre, era un pequeño travieso e insolente, además le daba unos grandes sustos al pobre Rasputín, quien poco podía contra esa tembladera que le producía la presencia de Lucas. Cuando Emilia se mudó a vivir conmigoy conoció Lucas predijo que al crecer podía comernos. Doné a Lucas. No volví a saber de él tampoco.
Pero lo de las mordidas no es tanto por ellos, de hecho, las mordidas recibidas de mis mascotas nunca fueron demasiado graves, solo Atila si me dejaba marcas cuando jugabamos con su pelota y él agarraba la pelota antes que yo la soltara.
La mordida que más me ha afectado fue la que me dio el chucho de la Toña, la Toña... fue una mi amiga del colegio, estudiamos juntas hasta segundo año de Bachillerato, pero nuestra amistad trascendió hasta la universidad.
Un día fui a visitarla, aprovechando que vivía cerca de la U, ella siempre amable, siempre amiga me invitó a almorzar, nos sentamos a comer y al terminar estabamos llevando los platos al lavatrastos, a medio camino estaba su enorme can... ni me acuerdo cómo se llama... era café, grandísimo, orejas largas y cara triste... estaba echado sobre el piso, justo cuando pasé a su lado, se levantó violentamente y me mordió.
Nunca antes me había mordido tan duro un perro. No me soltaba, la Toña desesperada trataba de quitarmelo, para ese entonces ya me había dado tres mordidas más... me rompío el pantalón y el zapato... sangre... cuando vi sangre ahí si me afligí y la Toña no podía meterlo a un cuarto.
Cuando me senté a verificar los daños vi los agujeros que dejó con sus comillos. Nos fuimos a un hospital privado, amparadas al seguro que nos daba la U. Ahí me limpiaron, me cosieron... cinco puntadas... la enfermera parecía que se estaba echando un su bordado suizo. Me vendaron el pie y me mandaron a casa. Como bonus Track, me dieron una incapacidad laboral para no dar clases durante tres días.
Antes de irme me dice la doctora: tiene que vigilar al perro que la atacó, si muere, si desaparece o si lo regala la dueña tiene que avisar inmediatamente e ir a una unidad de salud para que la vacunen contra la Rabia. "Esto es el colmo" pensé en ese momento. Yo que casi no le llamo por teléfono a nadie, tuve que llamar a diario a la Toña para verificar el estado del perro.
"¿Qué tal está el perro?" preguntaba cada día... y ella me contestaba "Muy bien, gracias".
No he vuelto a saber nunca mas sobre el perro, ni de la Toñita.
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