Morirse no es quedarse sin aliento, sin latido, sin conciencia. Existe toda una variedad de formas de morirse y quedarse así, muerto.
Durante años yo morí y me quedaba muerta por puro capricho. No quería ver nada, no quería escuchar nada, no quería querer a nadie. Todo me lo arrebataba yo sola, me hacía autosabotaje... apagué la música, ahogué a la creatividad y me senté a esperar a que llegara la muerte. Fue una época muy fea.
Existen miles de explicaciones, psicológicas, espirituales, biológicas y de otras calañas para las depresiones, en menos de un año me las dijeron todas y pasé por un período de medicinas y pesadillas por encargo. Todos opinaban y todos querían decidir por mí. Hasta que me harté.
Una mañana desperté y pensé que vivir así no vale la pena, nada arreglaba con esa manera de esperar a la muerte, ahora la espero... pero ahora de otra forma muy distinta. Esa mañana decidí que no tomaría nunca más una pastilla antidepresiva y que nunca tomaría un somnífero, si no iba a dormir, pues no dormía y ya, al fin y al cabo, este cerebro que tengo lo manejo yo a él, no él a mí.
La doctora que se había echado el lastre de ver mi caso se asustó cuando le llevé a su consultorio todas las medicinas que me había dado, intentó convencerme de solo bajar las dosis, pero que tenía que seguir medicándome. "No" le dije, le dejé aquel pastillero sobre el escritorio de hospital viejo y oxidado y nunca más fui a otra consulta. Antes de salir, lo recuerdo muy bien, escuché algo, el único consejo que le escuché a aquella mujer y que le agradezco que me lo dijera... en definitiva, el único consejo que le seguí. "No dejés de escribir".
Ya habíamos hablado sobre eso, porque en medio de mi depresión y mi insomnio perenne había dejado de hacer lo que siempre me distinguió desde los 13 años: escribir.
Eso fue a inicios de marzo de 2008.
Luego de darle vueltas y vueltas a cómo recuperar mi capacidad de escritura y después de explorar un invento relativamente nuevo para mí, decidí entrar a ver qué era aquello del blogger.
Así nació este blog. Hace, exactamente cinco años.
Siempre me he preguntado si me sirve para algo escribir acá, a parte de seguir el único consejo "seguible" de la doctora Garay y hace un par de días me di cuenta, me sirve para recordar.
Ajá, para recordar, porque resulta que soy una olvidadiza y es precisamente eso, olvidar, es lo que me había llevado a tanto dolor, era tanto dolor que ya no quería vivir. A pues, escribir acá mis recorridos, mis sueños, mis alegrías, mis tristezas, mis preocupaciones; escribir sobre la gente a la que amo, escribir sobre la gente que ya se ha ido, la que aún persiste a mi lado, de mis futuros oscuros y de mis clarísimos pasados, escribir de todo eso me hace recordar, no permite que me olvide de nada y es precisamente eso lo que no permite que yo vuelva a morir.
Por supuesto que sigo teniendo problemas, el insomnio no se marcha del todo, a veces creo que estoy a un paso de la locura, a veces me siento la más normal de todas las mortales, sigo siendo yo y he mutado, sigo siendo la que no desea pastillas para dormir, la que está convencida en su necedad de no necesitar antidepresivos, la que tiene miedos y la que se siente la más invencible de las mujeres, ha vuelto la música, cada día abro los ojos y sigo esperando, recuerdo cosas que han pasado y me quedo solo con lo que ha valido la pena, abrazo a la que fui y la dejo ir.
Hace cinco años no solo empecé a escribir este blog, hace cinco años volví a vivir.
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