Hay pesos que vale la pena llevar, al menos así lo aseguran personas que viven con pesos sobre sí, pero que al final son equipajes que ellos y ellas asumieron en una elección propia: los hijos, las relaciones de pareja, el manejo de una casa propia...
Siempre alardeo de mi soltería, me gusta y me he cuidado de no cambiar de estado civil, mi vida sin hijos es cómoda y libre. Si me va bien, qué bien, si me va mal... pues apechugo y ya. Siempre pensé que no quería pasar llevándome de encuentro con mis conflictos internos a un marido y unos hijos, pues no serían culpables de lo que no logro arreglar de mí misma
Durante años me he dicho egoísta, cobarde... si, me recrimino por cosas que yo misma me busco.
Al otro lado de mi vida están ellos, esa familia que ha estado en lo bueno y en lo malo, a pesar de lo mucho que los quiero no puedo evitar pasar por épocas como esta, en las que los desacuerdos son más patentes, a estas alturas no sé si es que ellos esperan mucho de mí o soy yo la ingrata de pedirles cosas distintas a lo que ellos son. Ya no atino.
Ya no atino si ellos son los que me hacen sufrir o si ellos me hacen sufrir a mí. Desde hace poco más de una semana son un peso.
Este peso es grande, me duele y me llena de silencios atroces. Este peso me deja llena de dudas, de recriminaciones y ganas de salir corriendo. Me repito a cada momento que yo no tengo por qué soportar el peso de todas sus decisiones, de todos sus errores, de todas sus exigencias.
¿Cómo es posible?
Claro que soy culpable. No debí permitir que todo llegara a este punto. Por supuesto que es difícil, es obvio que los amo, pero también es obvio que este peso ya no es soportable y que es hora de soltarlo.
Por supuesto que ellos no lo entienden así... y aquí vamos de nuevo con el círculo vicioso.
Sé las respuestas, sé la estrategia, la solución y el tiempo de ejecución... aún así... debo esperar y esperar no es de mis actividades favoritas. Para mientras, cada mañana, al abrir los ojos inicia mi búsqueda de un lugar donde estar para no estar acá.
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