En este largo trayecto de tiempo y de molestias de la salud he tenido un proceso médico bastante... "peculiar".
No me cansaré de decir que estoy cansada, que me duele la cadera, que muero de calor cada media hora y que con nadita el estómago se me revuelve.
Pero en medio de todo esto hay efectos secundarios que son aún más atroces... si, más atroces.
Esta mañana venía casi colgada en la honorable ruta 168, que hace su recorrido desde mi colonia hasta el desvío de Quezaltepeque cuando vi a un pequeño cachorro atropellado, no se imaginan lo terrible que es llorar una muerte así en medio de una apretazón de gente que se dirige a sus trabajos. ¿Qué me pasa? Le comentaba ayer a Miguel que lloro por cualquier cosa, que es inevitable llorar por babosadas (tal cual la muerte de un pequeño perro, el cual aún tenía puesta su pechera y que había quedado como dormidito a un lado del separador de la carretera). Existen cientos de perros atropellados en nuestras calles... ¿por qué tenía que ver a este yo? Yo que ahora soy la madre de las chillonas!
Yo le hecho la culpa a las hormonas que tomo en cantidades cuasi industriales... del otro efecto secundario ni les hablo, aún estoy buscando la manera de no sucumbir a los instintos básicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario