jueves, 25 de abril de 2013

Perderse

Existen muchas formas de perderse, en una ciudad, entre las páginas de un libro, en una conversación, en un silencio.

Hoy me he perdido. No solo porque erré la calle que debía tomar en Santa Ana, ni solo porque tengo que reiniciar un capítulo del libro-ladrillo que estoy leyendo, ni porque no pude llegar hasta la última entrevista prevista para hoy. No. Siento que, en días como hoy, me pierdo.

Me pierdo entre mis pensamientos, entre mis ganas de llorar y de no llorar, de contenerme y mostrar mi cara fría e impávida ante estas personas que pasan frente a mí y me cuentan lo maravilloso y lo fabuloso que ha sido vivir, que están tan agradecidos. A mí solo me dan ganas de robarles un rato de su felicidad y tratar de entender por qué hasta ahora recaigo en una mierda que debió haber explotado hace catorce años. Yo no sé... y a veces no quiero saber nada. 

No sé qué es peor, si esta tristeza que me saca a las calles desconocidas solo para perderme o esta constante molestia, de sentirme totalmente decepcionada de la mitad de la humanidad, de no entusiasmarme por casi nada.  

Me pierdo.

No solo porque no tengo respuestas médicas, ni solo porque me auto recrimino debilidad a mis 21 años, me pierdo entre el sopor de los analgésicos y de las pesadillas de personas que tengo muchos años de no ver, me pierdo canciones y cuentos, me pierdo las noticias, las estrellas, tazas de café con las amigas, noches de viernes con Miguel. 

Me pierdo y siento que no me tengo a mí misma y solo me sobrevienen unas inmensas ganas de llorar y me veo tan ridícula tratando de resguardar mis lágrimas, tratando de ser fuerte, haciendo el intento de olvidar que algo en mi interior se está pudriendo. 

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