Soy una desfachatada... lo confieso, sucedió mientras esperaba a Miguel, una tarde, sin quererlo, por eso no me gusta ir a almacenes. Me recrimino tanto mi debilidad.
Yo iba pasando por el inmaculado pasillo, pensando en todo, menos en la necesidad de un vestido, porque siempre he sido así, siempre pienso en otras babosadas menos en las que están relacionadas directa y proporcionalmente conmigo.
Estaba ahí, sin arrugas, fresco, lindo... totalmente lindo... me vio, lo vi y fue amor a primera vista, me dio penita acercarme y preguntarle descaradamente "¿te puedo probar?"... y si me decía que no... y si me decía que si! No estaba preparada del todo para cualquiera de las respuestas.
Antes de descolgarlo palpé su tela, fuerte, áspera, pero combinada con la dulzura del tul bordado, tan suave, tan trasparente. Lo descolgué... vi la hora... faltaban quince minutos para que Miguel llegara, tenía que hacerlo rápido, limpio y sin dejar huellas. Una vendedora se me acercó, quiso interrumpir mi idilio, le dije a secas: "me lo probaré" y caminé firme y decidida a los vestidores.
Entonces entendí lo que sienten las mujeres al iniciar un nuevo amor, esa pena inmensa que nos da al pensar... "Me verá desnuda" la primera vez que nos desvestimos ante un hombre, esa incertidumbre, esa forma paranoica de saberse totalmente imperfecta, totalmente humana, totalmente gorda y llena de cicatrices... soy una tonta al pensar estas cosas, pero es cierto, todas pasamos por eso.
Y ahí estaba yo, a solas con el vestido blanco, él listo a poseerme y yo lista para entregarme a su abrigo. Puse mi bolsón por ahí y me quité la ropa apresuradamente, dejé que por un instante la emoción me embargara, tenía años, muchos, sin que un vestido me entusiasmara tanto, soy tan difícil de convencer, no basta una cara linda para impresionarme, pero con él todo había fluido.
Me quedé en los paños más indispensables, los más menores de mis paños, lo descolgué, bajé su zipper, volví a ser consciente de la sensación táctil de su tela, era tan hermoso, en público y ahí en lo privado. Me lo puse. El espejo me devolvió una imagen distinta de mí, era yo envuelta en yardas de lino, tul y vanidad, era otra, era otra KR, una distinta, una que no ha estado triste en los últimos días, tampoco esa que anda pensando fuerte y tupido sobre las soluciones que tiene que tener a varias problemáticas; esa que veía era una morena robusta, de abundante cabello negro, con varias canas que hacían magnífico juego con aquel vestido blanco. Cómo lo deseé, entonces, hice lo que debí haber hecho desde el inicio. busqué la etiqueta... y vi su precio.
Qué triste es haberlo encontrado y no tener los $99.90 para llevármelo en su fina bolsa. No. Ahora no tengo esa cantidad disponible, hay tanto que pagar, tanto que viajar desde San Juan Opico a San Salvador, tanto que comer y tanto que hacer otras cosas más urgentes.
Me lo quité, no sin antes haberme contemplado, parada de puntillas, como si tuviera calzados unos tacones hermosos que le hicieran juego, viendo cómo mi melena azabache caía sobre los hombros forrados de tela transparente y bordada.
Lo puse en su gancho, salí derrotada del vestidor, busqué el perchero donde estaban sus hermanos idénticos y lo dejé, le dije adiós en silencio... "muestro amor es imposible" susurré. Miguel estaba esperándome, fui a buscarlo y regresé a ser la que era antes de este affair.
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