Platicando con Miguel ahora caí en la cuenta que no tengo zapatos, digo... disque formales y como la gente suele pensar que zapatos formales para mujeres se reducen a tacones, pues resumamos el asunto en que no tengo tacones.
En esta etapa de re inserción a la vida capitalina y laboral, resulta que debo tener tacones. Nunca me gustaron. Son incómodos, cansan y son prácticamente una forma de tortura. Sin embargo, debo reconocer que también son una fuente insuperable de autoestima a razón de 5 centímetros extra, enaltecen el "derriere" y se constituyen en una fuente de poderío mágico a quienes los saben llevar.
Ciertamente la vida se ve distinta en tacones, hasta se puede llegar a ser entusiasta con futuros inciertos o con encuentros inesperados, quizá me ha faltado valentía para llevarlos más seguido, a lo mejor los he evitado a razón de detener a la mujer agresiva que puedo llegar a ser, o simplemente... como ya lo dije antes, me duelen los pies al terminar el día.
De todos modos, no importando que sean solo para una ocasión, o si me los voy a tener que poner casi a diario, no importa... es hora de ir a comprar unos.
2 comentarios:
Citando a Bebe: "hoy ha calzado tacones para hacer sonar sus pasos..."
Los tacones son una tortura, ya los he usado, siiiii. Bueno, cuando era infante, pero quería experimentar lo que sentía mi señora madre al usarlos.
Pero no puedo negar que unos tacones en ciertas extremidades inferiores pueden provocar hipertensión temporal en muchos hombres. Como lo hacía Marta Gladys (profesora de idioma nacional en mi séptimo grado) cada vez que la escuchábamos llegar desde 25 metros de distancia con sus tacones de aguja y punta metálica!
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