Acababa de cumplir 13 años y aquella navidad mi mamá me regaló lo que considero ha sido el mejor regalo que me ha dado hasta el momento: un radio chiquitillo. La mujer había visto que me gustaba la música y andaba remendando a la "vieja josefína", la maltrecha radio que había sobrevivido a la guerra, al terremoto del 86 y al ánimo destructivo de mi hermana Lorena; así que mi mamá pensó que era buena idea darle reposo eterno a la vieja radio y me dio uno personal para poder escuchar lo que se me antojara.
Por eso digo yo que las mamás son tan necesarias siempre. Le leen los gustos a una (a veces).
Recuerdo que por los estudios, mi día asignado para lavar ropa era los sábados. Me iba a la parte más retirada de la casa, colgaba en el balcón de la ventana mi radito y ponía alguna emisora, por lo general, la Súper Stereo, que para aquellos años era la estación del rock en español... y me daba a la tarea de sacar la lavada a mano de un portentoso cerro de ropa sucia de toda la familia.
Mientras restregaba y gastaba las enormes bolas de jabón "Victoria" que me destrozaba la piel de las manos, pero era el único que no le daba alergia a dos miembros de la familia, escuchaba todas las canciones que marcaron el fin de mi infancia y el inicio de una atolondrada y disipada adolescencia. Yo no era yo, era alguien desconocida y sin personalidad, era tímida y aguerridamente violenta a la vez. Solo sabía, para ese entonces, que me gustaba la música.
De todas las canciones de Soda Stereo, Charlie García, Fito Paez, La Unión, Miguel Bosé, Caifanes, Café Tacvba, Hombres G y tantos otros, había una canción que me aceleraba la existencia... me parecía espléndida, porque su ritmo me llamaba a la libertad, no lo sabía entonces, pero me habitaba desde ya una necesidad por viajar.
Los Prisioneros me encerraron con ellos, sonaba "Tren al sur" y yo lo único que podía pensar era que necesitaba liberarme de los cerros de ropa sucia, de cuidar a mi hermana, del "parate recta" de mi mamá, del colegio y sus insufribles métodos de enseñanza católica, de mi propia piel.
Un día, mientras pasaba el trapeador en la sala de la casa, me dio por encender la tele y en el canal 6 estaban pasando videos musicales... estaba empezando la canción que tanto me gustaba... no se imaginan cómo me conmocionó ver a Jorge González viajando en el armatoste de hierros y tuercas, quería ver lo que veían sus ojos, quería palpar lo que estaba al alcance de sus manos, desee ver muchos amaneceres y atardeceres lejanos.
Esta mañana, mientras un mortal "tuc tuc" me trasladaba por las calles polvorientas de Milingo esta canción vino a mi mente, vi una pequeña lagunilla, llena de patos, de vegetación generosa a la orilla y dos niños "pescando", me recordaron a los dos infantes del video... más a aquel que con primor carga a un eterno gatito negro.
Lejos me quedaron los 13 años, han pasado 22 más, los cerros que ahora me rodean son de papeles, de encuestas, de análisis, de libros, de responsabilidades impuestas... pero mi corazón me insiste a cada instante... tenemos que viajar, porque viajar es otra forma de felicidad.
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