Llego a mi casa, nunca había estado en ese lugar, pero sé que es mi casa, es amplia y fresca. No tiene muchos muebles y los que están son bastante sencillos, tal cual me gustan, de madera oscura.
Escucho que mis hermanas y Sebastián están en el patio jugando. Los veo desde el comedor, parecen tan felices.
El patio es una explanada totalmente verde, forrado de esa grama fina que tanto le gusta a mi mamá, del lado izquierdo hay una enorme piscina, que ya poniéndole atención, más que piscina... es un estanque. Salgo y saludo a mis hermanas, changoneteo un rato con Sebastian, Gabriela me dice "fijate que al tiburón se le acabó la comida" o_O
Veo a la piscina y en ese instante logro ver su aleta, me acerco... es un animal espectacular: grande, su piel lustrosa es azulada en el lomo, blanca en la parte de abajo, se ve tan fiero pero tan hermoso a la vez. Me siento maravillada. Le digo a mi hermana que debió avisarme antes para traele comida.
Los días pasan, yo alimento a mi mascota, todos parecen estar cómodos con el hecho de que tenga un tiburón en mi patio. Un día, mi papá invita a algunas personas para que nos visiten y les muestra a nuestro tiburón. La gente no atina qué decir. Nunca habían visto a un tiburón en estas condiciones. Le preguntan a mi papá si no le tenemos miedo. La respuesta es clara: no.
Una tarde, veo a Sebastian cerca del estanque, está jugando, uno de sus juguetes se le va al agua. De inmediato mi amado tiburón ataca... destroza la inocencia infantil, Sebastián se asusta, corre y se refugia en mi cintura. Me mira y veo en sus ojos lo que nunca he deseado para nadie... el pavor. Me sube una oleada oscura y caliente a la cabeza. El tiburón deberá morir.
Esa noche, mientras todos duermen, salgo al patio. Entro al estanque, nado unos metros, tiburón llega a mi lado, con su nariz acaricia mis pies, como llamando mi atención, como perrito meneando su cola. Nunca me había tenido tan cerca. Acaricio su lomo azul y brilloso, toco su aleta dorsal, afilada y puntiaguda. Veo sus ojos, son dos gotas de vidrio, inexpresivos, fríos, pero me miran y yo aparezco en el fondo de esos ojos fieros. Nadamos un rato juntos. De pronto le digo... "tengo que pedirte perdón, porque te voy a quitar la vida... sos parte de mi corazón, sos parte de mí, sos un poco de lo que soy yo, pero no puedo dejar que le hagas daño a nadie, así que he decidido matarte esta noche." Tiburón solo me miraba, al terminar de decirle eso, se sumergió, como regañado, como buscando consuelo en el agua que lo contuvo tanto tiempo. Mientras, en la superficie del agua, no tuve más remedio que llorar, estaba muy triste por tener que decidir sobre él. Qué tristeza más grande.
Me había propuesto acabar con su vida, pero no sabía cómo hacerlo, quería que no sufriera, pero eso es imposible... en toda muerte se sufre, aunque digan que no. Tanta era mi tristeza que no sabía, no podía pensar claramente cómo le quitaría la vida a mi animal.
Salgo del estanque, empapada me recibe el frío de la madrugada y como si mi cerebro se conectara con el lado racional, viene a mi mente una solución, abriré el desagüe del estanque, busco la palanca y la bajo, el nivel del agua empieza a bajar, veo a tiburón en el fondo, mira como baja el agua y arriba estoy yo. Me siento tan mal. A nadie le he dicho lo que estoy haciendo, al amanecer todos se enterarán que lo asesiné, que fui despiadada, que no negocié, que no me importó nada más... que lo maté.
El agua terminó de fluir, por unos minutos, el monstruo que habita en mi corazón está calmo, pero de repente empieza a sufrir, se ahoga, le falta todo para vivir y entonces muere. Yo estoy ahí, viendo ese final. Viendo como muero un poco con él.
Nota Aclaratoria: El texto nació de un sueño que tuve la semana pasada.
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