jueves, 13 de diciembre de 2012

Ardor...

Como soy una desmedida en las emociones internas, cuando me enojo siento un ardor. Literalmente un ardor en mi interior. Dependiendo de qué lo genere, así es la ubicación... por ejemplo, si me enojo con mis estudiantes, el ardor lo siento en las orejas, si es alguien que me importa mucho el ardor que me pueda provocar se aloja en el pecho, justo en medio del esternón y si es cuestión de trabajo, el ardor me va a dar en la boca del estómago.

Ese ardor es como un fuego que en rápida combustión podría (si saliera de mí) aniquilar al que tengo enfrente. Cenizas, eso quedarían. 

Durante años he tratado de "controlar" este incendio que vive en mí. A veces pienso que lo he logrado cuando, al toparme con algo que me molesta, solo siento una sensación cálida pero no ese fuego abrasador. Tengo mucho que aprender aún. "La vida es demasiada corta" me dijeron una vez...

Esta mañana hice un recorrido por varias actividades del proyecto, sucedió que un par de cosas ya estaban preparándome para este incendio interior, para ese cataclismo nuclear, para olvidar la inteligencia emocional y empezar a matar gente (como dice Clau), cuando sucedió algo: entré al aula de Ilustración.

Javier es el instructor, es un joven-niño, tiene 21 años y se alimenta básicamente de productos Diana, es flaco y se ve tan indefenso que provoca darle un abrazo. Es un niño como los niños a los que atiende, frente a él estaba el grupo de los beneficiarios más jóvenes de toda esta locura: niños y  niñas entre los 5 a los 12 años. 

No se imaginan el alivio y la tranquilidad que me generó estar con ellos un momento. Me senté en una mesita al lado de ellos, todos con sus lápices afilados dibujaban un elefante, Carlos, el más pequeño de todos había colocado su  nombre al pie de la página, con esa caligrafía tan típicamente caótica que tienen los que estrenan las palabras escritas, me recordó a mi Sebastian y lo desee ahí, junto a todos esos infantes, dibujantes de paquidermos.

Pensé: "una no debería de andar por la vida sin este tipo de alivios para los ardores de la cólera", recordé cuando fui profesora de pequeños, esa gentecita que te quiere porque si, no porque seas la mejor pedagoga,  ni porque seas hermosa, o por que seas "súper inteligente"... te quieren por que si, ese es de mis amores favoritos, los que son POR QUE SI. 

Javier está rodeado por 15 infantes, él les reparte lápices, pintura, páginas y un muro para que pinten, les cuenta cuentos e inventa la historia del elefante que están pintando. A parte, en la dimensión de los adultos quedan las listas de asistencia, los objetivos, las fuentes de verificación y los presupuestos, las matrices y las encuestas... Javier y sus alumnos son felices. Celebran cada color, cada trazo, cada nube que miran en el patio de la escuelita y la reflejan en su color natural en papeles que se expondrán magistralmente el próximo 26 de enero.

Con el fuego interno apagado, regresé a mi oficina, tenía que redactar más de esos documentos fríos y distantes donde pueda justificar cosas injustificables, defender lo indefendible... pero no pude. Javier y sus alumnitos seguían en mi mente y no pude más que sentarme a escribir esto que están terminando de leer. 

Vendrán nuevos ardores, nuevas cóleras y nuevas formas de estrés, pero estoy segura de algo, vale más la pena este nuevo fuego, este que solo me calienta y me llena de esperanzas. Este fuego de llama controlada, este fuego que nace de las risas y los dibujos de los niños.

No hay comentarios: