Ay Sabines, cuánto bien y cuánto mal me haces. Vos no entenderás nunca esto que contiene mi corazón, porque vos estás al otro lado de la historia, vos estás siempre al margen. Siempre serás la mejor excusa para recordarlo.
Sabines no me maltrates, no me dañes, no rasgues mi vientre. Detenete y susurrame cada letra para que pueda yo liberar la furia de mis dedos, que la noche me otorgue el consuelo de solo tu lectura, de solo saberte un reverendo hijo de puta. Sabines, perdoname.
Vos seguirás muerto, enterrado, ya no escribirás más y yo me he quedado con la peor parte: viva pero muerta, seguiré escribiendo y tratando de entender a los de tu especie.
No creas, este si es mi consuelo, el consuelo de seguir queriendo quererlo.
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Espero curarme de ti en unos días, Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: "qué calor hace", "dame agua", "¿sabes manejar?", "se hizo noche"... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que te decía "te quiero".)
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tú quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Solo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.
(Jaime Sabines, Juguetería y canciones)
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