lunes, 22 de febrero de 2016

Ofrecerle cosas hermosas al corazón

Siempre he creído que crecer es un proceso normal e inevitable... es una mierda también.
Para Emilia, mi mejor amiga desde los 15 años, siempre he sido la eterna adolescente de 17 años, huraña, un poco oscura, con mente retorcida y antisocial. Lo sigo siendo a los 38 años. 21 años después me puedo dar el lujo de enconcharme, refugiada en mis audífonos e ignorar al ruido, la desgracia y lo burdo del día a día.

Aún así, tuve que crecer, en el proceso de hacerme adulta tuve grandes errores y le he atinado a un par de buenos aciertos que me han mantenido con vida y con la alegría desfachatada de la ironía, siempre sostenida por mi sarcasmo innato.

Emilia y yo ya no somos las niñas de 15 años, ahora ambas pateamos los 40 y decidimos que esta nueva década será refundada como los nuevos 30's, no para vivir de nuevo lo ya vivido, sino más bien para estirar nuestras muestras de desfachatez. Darle elasticidad al tiempo y conmemorar todo aquello que nos ha dado cosas hermosas al corazón.

Supongo que ser reflexiva (y hasta aburrida, como dice Miguel, monotemática) es algo que no puedo evitar, es el resultado de muchas horas de silencio durante años. Este fin de semana pensé mucho en mi relación con mis papás, en el tiempo transcurrido, en lo mucho que sufrieron mientras yo crecía y mientras crecían mis hermanas, pensé en todas sus manías, en sus errores, en su faltas, en sus pecados de omisión. En sus descuidos. Pensé mucho. Pero también pensé en lo bueno, en lo que me han enseñado y en lo que siguen heredándome para ser mejor persona. Pensé en que no puedo sentir pena, ni odio, ni desamor, ni resentimiento, es de las primeras cosas que decidí al llegar a los 25, no vivir con resentimientos.

De alguna manera, a veces consientemente, otras no, he procurado ofrecerle cosas hermosas a mi corazón: viajar, escribir, aprender cosas que no podía hacer, como nadar, bordar y cocinar. También le he procurado ser feliz, mi corazón y yo nos lo merecemos.

Una noche de la semana pasada estaba con un terrible dolor de cabeza, postrada en la cama, sin querer saber nada, estaba pensando en miles de cosas y no podía darle sosiego a la mente, llegó Miguel y se acostó a mi lado, me abrazó y me arrulló. En ese momento mandé al cuerno todo lo que estaba pensando, encontré calma. Me preguntó "¿sos feliz?" y yo le contesté instintivamente que si, que si lo soy, porque en realidad lo soy. A él le dio un poco de risa, "aunque te duela la cabeza" me dijo.  

La verdad siempre me dolerá la cabeza, siempre tendré miles de cosas que pensar, sobre mi, sobre él, sobre los chicos, sobre la casa, sobre mis papás, sobre el trabajo y sobre cada cosa loca que se me ocurra emprender. Siempre habrá algo, pero aún así soy feliz.

Esta mañana recordé lo que me dijo mi papá ayer que lo vi, me dio un abrazo y me dijo "te veo feliz". Yo le dije, "lo hemos logrado". Porque esta felicidad que vivo no solo es mía, es de ellos y también del clan.

Ahora solo me queda seguir ofreciéndole a mi corazón, y al de los demás, cosas hermosas para seguir siendo felices.