miércoles, 19 de octubre de 2016

#NiUnaMenos

Estoy cansada. Sí.

Las cosas no están cambiando para mejorar, hace 25 años vivía aterrada de lo que podría pasarme en la calle, no llegar noche, juntarme con gente adecuada, todo por evitar la agresión sexual.

El 8 de octubre pasado, en Argentina mataron a una chica, Lucía se llamaba... tenía 16 años. Dos hombres mayores la drogaron, la violaron y la mataron. Encima de eso, trataron de ocultar el crimen alegando que había muerto de una sobredosis.

Lucía tenía un hermano, un papá, una mamá... amigas, iba a la escuela, tenía piercings y seguramente vestía a la moda. Lucía era como lo fui yo a mis 16, Lucía era como son ahora mis hijas. Lucía era mujer.

Esta tarde un compañero de trabajo preguntó cuál era el gran escándalo sobre ese movimiento del #MiércolesNegro o el hashtag #NiUnaMenos. Sentí mucha tristeza. Mucho dolor, mucha cólera. Cómo a estas alturas de la vida (o de la muerte) existen hombres incapaces de preguntar por qué protestamos, por qué defendemos nuestros derechos a la vida y a ser libres en pleno siglo XXI. No le dije nada, estaba demasiado enojada.

A este mi compañero no le deseo el mal, siendo hombre no podrá nunca en su vida saber qué es caminar solo en lo oscuro y temer hasta los huesos que algo malo le pase, no sabrá nunca qué es ser agredido sexualmente por un pariente cuando fue un infante, no sabrá nunca el miedo que da pensar que a otras chicas (hijas, hermanas, alumnas, compañeras de trabajo) puedan ser víctimas no solo de depredadores sexuales, sino que además luego escucharán cuando pregunten "¿Qué traía puesto cuando la violaron? ¿por qué andaba sola? ¿por qué le gustaba tomar un mojito con las amigas? ¿por qué tenía un novio como el que tenía?".

Yo tuve suerte. Mi primo no me mató cuando me violó siendo yo una niña. Eso si, se robó todo lo bueno que pude haber tenido en esa época. Viví con miedo, viví horrorizada. No quiero eso para ninguna mujer. No quiero. Estoy cansada.

Lucía, vos que ahora sos mediática, gracias por recordarnos que debemos seguir peleando por no ser agredidas, por no seguir siendo asesinadas.

martes, 13 de septiembre de 2016

Emocionarse

A mi no me cuesta, me emociono. Claro, no me emociona cualquier cosa, quizá soy algo rara. No me emociona por ejemplo la idea de una boda, pero si de construir una familia. No me emocionan los bebés, pero si la idea de la familia, de cuidarlos, de protegerlos.

Con el tiempo he descubierto que me emocionan otras cosas: editar un video, encontrar música, pensar y organizar un viaje, visitar un museo que posiblemente nunca visitaré de nuevo, las nubes gordas y cargadas de lluvia y escuchar como caen las gotas pesadas de lluvia mientras estoy acostada en mi cama, rodeada por mi gato y mi marido.

De una manera muy extraña me emociona ver que aún tengo muchos libros por leer, que me están esperando en la mesa de la sala de la casa. Me emociona ver a Miguel devorarlos con avidez y yo detenerme con paciencia y tiempo a saborearlos, me emociona saber que recorremos las mismas páginas. Me emociona cada vez que nos enviamos fotografías de los libros que compraremos.

Posiblemente lo había olvidado, durante mucho tiempo me alejé de los salones y no recordaba que me emociono cuando doy clases, me gusta llegar y ver sus caras mientras les cuento sobre cosas que mis alumnos no saben y ahí ando durante toda la semana atenta a canciones, películas, referencias históricas, obras de arte, libros y autores para compartirlas con ellos. Me emociona saber que quizá sea esa mi manera de trascender.

Tal vez sea la vejez y ahora me emocionan cosas que jamás creí que lo harían: una casa propia, ser un poco sociable (con los límites que mi ser lo permita), seguir pensando que la justicia y la equidad pueden ser posibles, aún a pesar del fastidio social, escribir una novela, escribir algo que quede para otros. Me emociona saber que cada noche puedo llegar a un hogar, el mío.

Emocionarse es bueno, creo que mantiene alerta al corazón.


jueves, 23 de junio de 2016

El tiempo, el implacable...

Siempre me he preguntado cómo he sobrevivido en estos casi 40 años, entre enfermedades, accidentes y mi malísima memoria. 

Creo que por eso escribo, me ha ayudado a sobrevivir. A la tristeza, al enojo, al desconcierto y a los conciertos. Me ha ayudado. Me ha forjado como persona. Me rescata de la vergüenza de vivir sin puntos fijos en el tiempo.

Esta mañana, mis neuronas me decían que este día era especial en la relación con mi marido. Algo me decía que debíamos celebrar, pero no recordaba muy bien qué era... ¿acaso era el día en que nos vimos la primera vez? ¿o cuando decidimos empezar a ser pareja? ¿qué? ¡¿Quéééeé!? Soy un desastre. 

Íbamos a trabajar y en el bus se me prendió el foco, era nuestro aniversario, pero no sabía de qué y le dije algo así como... este día nos besamos la primera vez, pero es que entre nosotros han pasado tantas primeras veces, que al final qué importa cuál era. 

Facebook y este blog son mi salvación, son la tabla donde puedo naufragar con la certeza de no morir ahogada en el mar del olvido. Estaba en una conferencia cuando el FB me recordó que hace un año escribí que nos fuimos a un viaje, hoy hace cuatro años, en aquella ocasión nos fuimos a Perquín, Morazán, yo nunca había ido y fue un recorrido bastante bonito. Hay un par de fotos que nos muestran tímidos, pero felices en medio del museo de la Revolución. Somos un par de viejos revolucos, ahora sin partido. 

Pensé... esto es lo que les pasa a los hombres cuando olvidan fechas importantes con las parejas, sean novias o esposas, o amigas especiales o lo que sea... pero que se enfrentan a la mirada escandalizada del reclamo. Suerte que Miguel también tiene mala memoria. Suerte que Miguel camina a mi ritmo (incluso cuando yo voy lenta), suerte... suerte he tenido. Suerte ha tenido también él (chis, ve).

Perquín se quedó lejos, México nos recibió en el último año y ya miramos a otros horizontes para seguir viajando. Incluyendo la 30B que nos lleva en un astral viaje cada mañana a nuestras oficinas. 

Ya peleamos, ya comimos mole de 891 días en el Pujol, ya adoptamos a tres gatos, ya visitamos a Trotsky, ya subimos juntos a una pirámide, ya nos emborrachamos con tequila, ya encontramos en la lectura un punto de inflexión, ya nos troleamos mutuamente y nos hemos podido reír de nosotros mismos sin ofensas, sin malicias, sin resentimientos. Ya. Nos falta mucho.

Gracias por viajar conmigo, maitro. 







miércoles, 22 de junio de 2016

De gente y gatitos

Tolstoi llegó hace dos años a mi vida y juntos nos fuimos a vivir a la residencia Guirola, de pronto ya no éramos nosotros dos, nos convertimos en "nosotros 7...".

Vivir en familia llegó a ser un reto y tuvo sus frutos, Tolstoi nos deshicimos de la soledad y del espanto en las noches de tormenta. Ellos, mis hijos y mi marido nos acogieron y hemos sido felices... hasta que algo sucedió.

Nonono, no se asusten, seguimos siendo felices mi gato y yo, pero resultó que al poco tiempo de habernos incrustado en la vida comunitaria aparecieron otros seres.

Ella se llama Nina, una de mis hijas la adoptó, es negra, delgada y parece una sombra con dos esmeraldas por ojos. Nina aparecía en el patio y tímidamente bajaba a comer y a beber agua. Eli, mi hija usaba de su dinero semanal para mantenerla alimentada. Al poco tiempo llegó Chelito. Si. Él se llama Chelito, no es blanco en su totalidad, como en el caso de Tolstoi, sus patas y pecho son de pelaje albo, otra parte de su cuerpo es tigriado. Delgado y algo pleitisto. 

Todos en casa veíamos ir y venir a Nina y a Chelito y nadie los asumía como propios, solo Eli; hasta que pasó lo que tenía que pasar: Nina entró en celo un día y escuchábamos los devaneos coitales forzados de muchos gatos y ella. Una mañana bajó al patio como era su costumbre pero traía una herida bárbara que le atravesaba toda la panza, una de sus tetillas estaba colgando y pensamos que moriría, vi a Eli demasiado triste y afligida, recordé que a Tolstoi le dejaron una crema cicatrizante cuando lo operaron para castrarlo, la busqué y se la di, honestamente no pensé que se salvaría. Pero no es lo que yo piense, sino lo que deciden los gatos. Nina se recuperó y luego nos dimos cuenta, estaba preñada. Nacieron, a los pocos meses 5 gatitos. 3 negros como pequeñas sombras, uno blanco con negro y uno tigriado, tan parecido a Tolstoi que daba dudas de su castración. 

Si lleva la cuenta, querido lector, y éramos 8 gatos y 6 humanos.

Tanto gato en una sola casa, Tolstoi se puso algo incómodo, a pesar de que el patio era la región encantada de Nina y sus bebés, de que Chelito se iba casi todo el día, Tolstoi sentía que la atención ya no solo era para él. Mal ahí. 

De pronto, Chelito enfermó. Estuvo con calentura y pensamos que moriría al tercer día de no ver que comiera o saliera a sus rondas matutinas, pasaba tirado en la cama de mis cipotas y nada... no tuvimos el hígado como para dejarlo así, las enviamos con el gato al veterinario. La comida que consumían lo estaba matando. Chelito y Nina pasaron a comer de la comida de Tolstoi, mientras los gatitos seguían amamantándose. 

Para hacer corto el cuento: teníamos que adoptar de manera formal y permanente a los dos gatos adultos y buscar hogares responsables para los bebés. Nos tardamos dos meses.

Ayer se fueron los últimos dos bebés. La predominancia humana regresó y ahora somos seis humanos versus tres gatos. 

Hablé con las chicas, las únicas condiciones para adoptar a Nina y Chelito son: castración, alimentación adecuada, no más comida barata de la tienda y (en lo personal, yo le cambiaría el nombre al pobre Chelito) responsabilizarse de volverlos caseros, es decir, que no se vayan a vagar y regresar todos agredidos, como le pasó a Chelito hace un par de días cuando regresó todo cachimbeado por otro gato. 

Tolstoi se ha ido acostumbrando a los nuevos miembros del clan, ayer lo vi jugando con Nina, Chelito aún sigue queriendo pelear con mi gato, pero ahí vamos, reacomodándonos, al fin y al cabo, de eso se trata la vida.

lunes, 20 de junio de 2016

La gracia

Llorar siempre me ha sido útil, me libera y termina de cerrar círculos, claro... hay todo tipo de llantos, al menos en mi experiencia personal.

A pesar de no relatar lo sucedido, el viernes y el sábado tuve oportunidad de llorar un dolor que me había estado molestando, Mynor siempre me recomendó eso, al corazón no hay que maltratarlo con resentimientos más allá de una semana y justo el sábado se cumplió el plazo. Ahora soy libre.

No porque lo sucedido no me importe o no me afecte, no porque lo haya olvidado, todo va más allá, es porque simplemente no puedo cambiar nada porque no depende de mi. Ahora solo protejo un poco más a mi corazón, al final, es el único que tengo. 

Alguien que me quiere inmensamente me preguntó el sábado por qué no sigo escribiendo, le comenté que sigo escribiendo, pero que no estoy publicando acá porque simplemente son cosas tan personales que me da pena. Me da pena. Pena. Recordé al escritor noruego que escribió la historia de su familia sin ocultar detalles y publicó todo con nombres reales. Se convirtió inmediatamente en un paria y ahora vive feliz y solo, alejado de toda su familia que lo odia. ¿Yo sería capaz? No lo sé.

Escribir siempre me ha sido útil, me libera y termina de cerrar círculos, lo descubrí hace 25 años atrás, cuando no lloraba por nada y esta fue la forma de enfrentarme con mi peor enemiga: yo misma. 

Hoy venía a la oficina en la mañana, pensando en todo lo que debo hacer esta semana... reuniones, guiones, entrevistas, escritos, estrategias y clases, almuerzos, compras de super, caricias para el gato, libros que leer, otros solo cargar y charlas a las que asistir. Todo me pertenece y no le pertenezco a nada. Supongo que es parte de sentirse en paz, saber que nada te pertenece y que no perteneces a nada. 

La gracia es simplemente ser. Ahora soy agradecida. He sanado. Me lo confirmó el amor, anoche. 




 I'm your art, i'm your byte.

martes, 14 de junio de 2016

No sabemos lo que es el amor

Habitualmente querer trae implicaciones que uno calcula, el problema surge cuando llega algo que se imaginaba que existe pero que no habíamos comprobado. Algo se rompe dentro de una. Tengo algo roto y no es desde hace un par de días, sino que esto inició hace poco más de un año.

Aún así, una decide... yo decidí seguir. Bajo parámetros y estándares personales para protegerme, para saber que resistiré lo que venga, en resumen: decidí amar. Pero amar es una cosa rara, un verbo extraño, una actitud rebelde, un futuro incierto. Amar.

Siempre lo he pensado, escribir me sirve para procesar sentimientos y experiencias, me sirve para poner a funcionar el cerebro y desacelerar el corazón, me sirve para recordarme que el amor primordial es a mí misma. Me sirve para recordarme las verdaderas razones para amar a la gente que amo: mis hermanas, mi pareja, mis papás, mis hijos, mi mejor amiga y un par de amigos. Cierren ahí, ese es mi inventario esencial. No hay más. Luego viene el amor a la gente que me rodea a diario, pero ese amor es distinto, es menos cálido, menos paciente (a veces). 

Yo no sé qué es el amor, tampoco persigo la quimera de querer saberlo, solo vivo el día a día con mis decisiones, aunque a veces me pese, aunque a veces, como ya me ha dicho Miguel, no aprendo. 

El dolor me ha mejorado, hoy amanecí más serena y el dolor se manifestó solo como una pequeña molestia, creo que si... si voy aprendiendo. Ojalá que todos tengamos esa maravillosa oportunidad: reconocer dónde nos equivocamos y asumir nuestras decisiones y sus consecuencias, no importando cuáles sean.


lunes, 16 de mayo de 2016

She's beatiful when she's angry

Ayer me acordé de Vinicio. Mi mejor amigo de la adolescencia, llegó cuando yo tenía 14 años y era el nuevo de la clase, el día que lo conocí me dirigía a mi casa y escuchaba que llamaban a gritos a una tal "Claudia", por la calle solo iba yo, cuando vi quién era el que gritaba lo vi a él. Un adolescente que ya tenía cuerpo de hombre joven. Alto, fornido y colocho tipo micrófono. No sabía mi nombre, solo gritaba un nombre cualquiera para llamar mi atención. Me acompañó hasta la parada de buses. A mi me molestó un poco su desfachatez.

Vinicio fue una especie de hermano, yo no tuve hermanos nunca, solo hermanas y menores. Vinicio me mostró lo que era tener un hermano que te molestara, que te cuidara y que te regañara,  me contaba lo mucho que sufría estando enamorado de una compañera de clases, me contaba su relación con su mamá que estaba en Estados Unidos, me mostró lo que significa la confianza y la felicidad de la complicidad sin malicias. 

¿Por qué lo recordé ayer? Resulta que en esos momentos en que dejamos de ver una maratón de una serie con Miguel me pongo a ver qué hay de nuevo en Netflix. Encontré un documental bellísimo... titulado "She's beatiful when she's angry". Casualmente eso me decía Vinicio: "Vos sos más bonita cuando estás brava", refiriéndose cuando yo armaba algún alboroto cuando me defendía de machismos o de cosas que me molestaban, cuando era a penas una niña que no entendía nada de la vida. 

El documental es un repaso histórico de las luchas que las mujeres estadounidenses han tenido desde el siglo XIX, cuya primera victoria fue el derecho al voto en 1920, luego la revolución sexual de 1970 y el actual movimiento feminista gringo. Todos esos grupos con un solo objetivo: la equidad de género. 

Me permití un par de lágrimas al ver una producción sobre mujeres, hecha por mujeres, escuchar los testimonios de mujeres de 70 y 80 años que lucharon, las abuelas que lucharon cuando eran universitarias por una equidad de los salarios, las que lucharon porque nos dejaran salir de las cocinas, las que pidieron un sistema de guarderías para criar hijos con dignidad mientras trabajamos, las que pidieron que nos dejaran decidir sobre nuestros cuerpos, las que pidieron la libertad de decidir si casarse o no y cuándo si esto pasaba. También muestra el documental la lucha de sectores femeninos más oprimidos: las mujeres afroamericanas, las latinas y las lesbianas. 

Paralelo a la lucha femenina, se analiza el papel del arte, la cultura y la educación en la vida de las mujeres: la música, la poesía, la literatura, la investigación de la historia de las mujeres, la ciencia, la tecnología.

Me fascinó.

Recordé a Vinicio no solo porque ha sido de las personas que me ha permitido enojarme al punto de llorar de frustración, no solo porque me acompañó en un período en el que no estaba segura por qué necesitaba protestar, no solo porque me cuidaba y defendía de otros muchachos que decían que era loca, él me veía bonita cuando protestaba porque nos hacían hacer filas separadas por género en un colegio que se la llevaba de liberales y aún nos ponían la regla de tener la falda abajo de la rodilla a las alumnas. 

Recordé a Vinicio porque fue el primer hombre en mi vida en que me enseñó que siendo hombre heterosexual se puede ser feminista. En el documental hay una brevísima escena donde, en una marcha, van dos muchachos y gritan la consigna "Es así como un feminista se ve", posiblemente este par de muchachos son hermanos, amigos o novios de alguna de las chicas que van en la protesta. No importa, son feministas como las mujeres a las que acompañan. Me da alegría cuando un hombre logra solidarizarse con las mujeres, aunque no comprendan del todo lo que significa luchar por la equidad de género.

Vi este documental con mi marido al lado. Él, quizá sin proponérselo o sin saberlo, también es un feminista. Un feminista que cada mañana me plancha la ropa, mientras yo cocino, un feminista que me deja hacer remiendos eléctricos, mientras él me sostiene la luz, un feminista que lava los platos mientras yo barnizo un mueble. Es lindo saber que el mundo va cambiando, a veces lento, pero va cambiando. Ahora es de ver la manera que nuestros hijos e hijas se animen a ser feministas. 

Les dejo el trailer del documental y una de las muchas canciones que aparecen en el soundtrack.







viernes, 13 de mayo de 2016

Mayo y nuestra reconciliación

Durante diez años mayo siempre fue un cabrón. Muertes, dolores, accidentes, despedidas, ausencias... En respuesta lo he odiado. Mucho.

Aún así, desde hace unos años, cuatro para ser exactos, he buscado la manera de reconciliarme con mayo y conmigo misma. Creo que al fin lo he logrado. Reconciliarme conmigo y con cualquiera que me maltrate pasa por escribir. Eso es lo que hago, es lo que soy. Empecé a escribir a los 14 años cuando no entendía nada de la vida y sigo sin entender, pero acá estoy, reencontrándome con la escritura en este blog que ha estado olvidado; lo he encontrado un poco polvoso, un poco ajadito, poca gente nos ha visitado, pero no importa, le vamos a poner una flores, vamos a abrir las ventanas y vamos a sacudir; para eso, he abierto una página en Facebook para llamar a gente que venga y lea, no por vanidad, no por vanagloria, sino porque así no olvido que debo escribir a diario, que... como me dijo Delmy la semana pasada... una debe estar agradecida con lo que la vida nos da. 

Mayo me ha dado de todo, tristezas y ahora alegrías. Se lo agradezco.

Hace ocho años abrí este espacio, intentando salvarme, de encontrar respuestas y alivio. No he querido cerrar este remanso de letras porque al final recoge mi vida y mis ficciones, mis amores y desamores, los proyectos (fallidos y exitosos). En el inicio, el primer post, fechado un 27 de marzo de 2008, era solo el enlace de una canción, esa canción que siempre me alivia en tristezas, justo en ese momento en el que decido que la vida debe continuar. 

Hoy la posteo de nuevo, porque mayo y yo somos amigos de nuevo, porque soy consciente de la tranquilidad que me rodea, porque simplemente con esta canción, yo soy yo de verdad. Porque simplemente hay que dar gracias por las cosas buenas... y por las malas también.


martes, 19 de abril de 2016

Las afirmaciones vienen de donde menos uno lo espera

Resulta que una de mis canciones favoritas de toda la vida es "You don't own me", canción original de Lesley Gore, quien tenía a penas 17 años cuando la grabó en 1963, tiempo muy difícil para un tema tan áspero como la revolución sexual y la lucha de los derechos de las mujeres. Pero alguien debía hacer el trabajo sucio, gracias Lesley, donde sea que estés.



Pero se preguntarán cómo fui a caer a esta canción... bueno, fácil, gracias a que Diane Keaton, Bette Midler y Goldie Hawn la interpretaron en la película de 1996, The First Wives Club. Esa historia reúne a tres mujeres total y completamente distintas entre si, pero que emprenden el camino a la liberación de sus respectivos esposos, quienes evitan que avancen en el crecimiento personal. Entre risas una se da cuenta que la vida en pareja puede ser buena, contradiciendo las historias clichés de maridos infieles o desconsiderados, cuánto hemos avanzado. Yo me alegro de tener una sólida y hermosa relación conmigo misma, para tener una buena relación con Miguel.





En mi infinita curiosidad, un día de mis años veintes me enteré que Joan Jett, una de las grandes rockeras de los ochentas también hizo una gloriosa versión de este himno del feminismo. En aquellos años, al inicio del siglo yo solo tenía un objetivo, no pertenecerle a nadie. Sigo en pie.



I'm young and i love be young
i'm free and i love be free...

¿Cómo sobrevive un legado desde 1963? Sencillo, a través del recordatorio de dicho legado en diferentes lugares y espacio, por ello, de repente nos encontramos una interpretación de Lily Rabe, en pleno 2011, en un capítulo de la segunda temporada de American Horror Story, con referencias claramente religiosas, en su papel de una joven y linda monja posesa por un demonio.




Para ir terminando la reseña de esta magnífica obra de arte, debo apuntar que el año pasado, la cantante australiana Grace sacó una versión con un rapero, una combinación más pensada para las nuevas generaciones, pero que para cuarentonas como yo  no deja un buen sabor y que ha sido incluida en la banda sonora del trailer de Suicide Squad y que está ligada a la figura de Harley Quinn.




Y como en esta vida nadie se salva, reconozco y admito que tan solo una vez en la vida he estado en una relación abusiva con un hombre, por suerte no duró mucho y no dejó daños permanentes, es más, creo que el dolor que sentí terminó justo cuando terminé de cantar esta canción el día que lo mandé al chorizo. De nuevo, gracias Lesley Gore.

jueves, 14 de abril de 2016

Instrucciones para volar

Respire, sé que ha deseado salir corriendo, salir volando. Lo sé... yo también.

Ni el calendario, ni el reloj avanzan a su antojo, calma...  olvidémonos un momento de todo lo que tenemos que hacer como adultos responsables. seamos infantes responsables de nuevo, seamos responsables con esa parte adolescente que sigue dentro de nosotros.

Paso 1: Busque no pensar en las preocupaciones cotidianas durante 5 minutos, más bien piense que ya va siendo hora de ir a cortarse el cabello, de arreglarse las uñas, de tomar esos 18 libros que la esperan para ser leídos, de hacer lo que le ronque la grandísima gana.

Paso 2: Cierre los ojos un momento, véase a sí mismo siendo feliz, escuchando música, dándose una larga ducha, viajando a donde le plazca. Desee profundamente hacer algo que le gusta y que lo deja con una sonrisa de estúpido en la cara.

Paso 3: Respire profundamente, busque un lugar alto, las gradas de la casa, las gradas de la oficina, no importa si son solo tres gradas que separan la casa de la cochera, imagine que está a la orilla de un tremendo risco donde ve un espectacular paisaje (puede ser donde haya estado antes o imaginario), póngase en ese lugar alto y vea hacia abajo. Admire la inmensidad que inicia en sus pies.

Paso 4: Póngase los audífonos y busque en su repertorio una canción que le calme, que lo llene de dicha y felicidad, en mi caso y para este día, le recomiendo la versión de Café Tacvba de "Déjate caer", dele volumen, escuche los acordes, cranee la letra, en especial cuando dice:

Consélame otra vez
porque no pienso volver,
el suelo tiene sed,
la vida es imprecisa, déjate caer.

Las horas no demoran
a mi alma desertora
explícalo muy bien
se abre la tierra
el cielo está a mis pies...

Paso 5: Para que el vuelo que va a iniciar sea favorable y que el viento no lo lleve a donde no quiere debe aligerar peso, sáquese los prejuicios, las preocupaciones, los desvelos, los sustos, los miedos y los odios, nada de eso sirve en ninguna circunstancia. Bote todo eso y alégrese, vivir con ligereza ayuda a vivir mejor.

Paso 6: No importando si está solo o lo rodea una multitud, cierre los ojos, extienda sus brazos/alas, sea consiente de su respiración, suspire profundo, piense en lo mucho que ama su tiempo en soledad, piense en lo mucho que ama su tiempo de creación, piense en lo mucho que se ama. Tome impulso flexionando sus piernas y ¡salte!... cuando sus pies hayan tocado la grada de abajo, se habrá liberado.

Acá le dejamos el video de la canción recomendada, por si la llegara a necesitar:


lunes, 11 de abril de 2016

Gustavo

Murió hace una semana. 

Era mi primo, segundo hijo de mi tía Isabel, segundo hijo que se le muere, de los 3 que tuvo más uno que crió como suyo. Mi tía y mi madre están destrozadas, no solo por su muerte, sino por el tiempo que implicó su enfermedad, 37 días de desvelo, dolor y esperanzas fallidas, al final un cáncer en los pulmones se encargó de quitarle la respiración.


Gustavo no era en especial cercano a mi, lo es más su hermano menor, Miguel, mi primo que me cuidaba y que me inició en la música británica a los 5 años, Gustavo era 3 años mayor que su hermano, mientras Miguel era un quinceañero, Gustavo estaba graduándose de bachiller del Cristobal y luego se fue a estudiar alguna ingeniería en no sé qué universidad. 

Durante muchos años, Gustavo y yo nos vimos en celebraciones familiares, en visitas inesperadas y en coincidencias casi cósmicas. Siempre nos saludábamos cordialmente y una tan sola vez me preguntó si era cierto que estaba escribiendo un libro de un cura. Me lo dijo claramente, debía buscar mejores y más interesantes historias, tenía razón. 

En una de esas etapas de la vida que tenemos todos los seres humanos, cuando sentía que la vida tenía muy poco sentido y poco propósito, me dijo algo que siempre recuerdo... "para atrás, pero ni para tomar impulso". Me sorprendió su consejo, porque en realidad más que primos, éramos dos seres humanos con un cuarto de la misma sangre.

En sus últimos días de vida, pasó dormido, acostado, entubado, yo lo fui a visitar dos veces, más para hacerle compañía a mi tía, él simplemente no me sentía, no nos sentía a nadie. 

Ayer hablé con mi mamá, está triste, tanto que lloró por teléfono, no sé si es que ella andaba tan sentimental que me lo pasó, porque hasta el momento no había caído en la fatalidad de las pérdidas familiares, la semana en que velaron y enterraron a Gustavo yo me batí en guerra contra una bronquitis aguda que amenazó en pasar a ser neumonía por segunda vez. Soy una egoísta. O quizá le tengo amor a la vida. 

No le he llamado a mi tía, no tengo los ovarios suficientes para escucharla, cuando murió su primer hijo (que era de ella, pero no lo era en realidad) era mucho más joven y no había pasado por penas mayores, pero creo, estoy casi segura, que esta vez la muerte le ha pegado un zarpazo  mucho mayor. Como a mi madre. 

Gustavo se ha ido, se fue sin que yo lo conociera de verdad. 

jueves, 10 de marzo de 2016

Ser mujer en el siglo XXI

Cuando el siglo nació, yo tenía 22 años... era muy joven e idealista, estudiaba letras en una universidad privada, me mantenía sola, aún vivía con mis papás y hermanas, pero era autónoma en todos los sentidos, en vacaciones agarraba mi mochila y me iba... donde fuera... Guatemala, Honduras, Nicaragua... mis lugares favoritos. No importa si era a la costa del Atlántico o las ciudades viejas a la orilla de un enorme lago o simplemente al Altiplano chapín, siempre me iba y cada vez que regresaba traía en mi mochila innumerables experiencias. A veces iba acompañada, a veces me iba sola. No tenía miedo.

En esos viajes introspectivos nunca tuve percances lamentables, a veces me quedaba corta de dinero o me daban baje en las fronteras a la hora de cambiar plata, pero no pasaba de eso. Nunca fui agredida, nunca sufrí maltrato, me cuidaron, me tocó cuidar a otros y me cuidaba. Mi mamá dice que siempre he tenido esa facilidad de cuidar gente y de cuidarme gracias a mi ceño fruncido que hace retroceder a más de alguno. A lo mejor tiene razón, estas cara de brava a veces funciona, pero también me divertí, me reía, cantaba y bailaba (dentro de lo que cabe) y siempre fui feliz así.

Le agradecí todas esas libertades, desde tener un trabajo y estudios superiores a las mujeres que desde el inicio del siglo XX lucharon por los derechos de las mujeres, desde votar, tener posesiones y tomar decisiones propias, todo se los debemos a ellas. Me sentí siempre muy orgullosas de ellas y en mi vida procuraba tenerles presentes a través de una vida digna como mujer. No ha cambiado eso, ha cambiado algo muy pequeño... tengo miedo.

La semana pasada me fui a México con Miguel, disfrutamos, me reencontré conmigo misma en la faceta que más me gusta de mi, ser libre. Me divertí, me reí, canté y esta vez no bailé, comí, probé nuevos sabores y vi muchas cosas hermosas, unas hechas por las personas y otras por la naturaleza, pero pasó algo, algo pequeño y lejano a mi. Una noche, mientras no podía dormir, me puse a leer noticias, en una de esas encontré la noticia de dos muchachas argentinas que fueron asesinadas en una zona turística de Ecuador. Fue horroroso, no solo el hecho contra ellas, sino las reacciones y declaraciones que hicieron las autoridades de Ecuador ante el feminicidio, entre ellas decir que lo que les pasó, en algún momento les tenía que pasar por andar solas, por ser mujeres que viajan solas, por ser mujeres, veinteañeras, que se atreven a salir de sus casas. 

Vi una fotografía de las chicas... tenía 21 y 22 años, la misma edad en la que yo emprendí muchos viajes y cuando más he aprendido de la vida. Tenían 21 y 22 años y ahora ya no están con nosotros. Eran buenas chicas, buenas hijas y hermanas, buenas amigas. Eran.

Aquella noche me quedé pensando ya no en mi y en mis viajes actuales, ahora viajo acompañada con Miguel, siempre estamos pensando en cuál será nuestro próximo destino, en que queremos viajar con nuestros hijos, tres muchachos y dos muchachas, me quedé pensando en mis dos muchachas. En mis dos hijas adoptivas. Ellas están por cumplir 20 años y no encuentro la valentía de decirles que agarren una mochila, que ahorren y que vayan a viajar. Tengo miedo. No por mi, por ellas. 

Es terrible caer en la cuenta que ahora, en pleno siglo XXI aún no somos libres, no podemos tener la misma movilidad, el mismo derecho de desplazarnos que tienen los hombres. Temo por todos mis hijos, pero por ellas dos, temo más. Me quedé despierta pensando en todo lo que se perderán por estar encerradas en casa, no porque las aprisionemos, sino porque "el tiempo está feo" y es mejor que no salgan. ¿Dónde queda la lucha de tantas mujeres del pasado? ¿Cuál es la forma de lucha de las mujeres del presente?

La respuesta a esa última pregunta es sencilla... seguir viajando. A lo mejor tocará aprender nuevas técnicas de autocuido, a lo mejor debemos desarrollar nuevas formas de adelantarnos a los hechos, a lo mejor tocará desvincularnos de este miedo atroz, pero será bueno. Es bueno. Recordé las veces que nos fuimos a vagar con Emilia, ya sea adentro del país o cuando nos fuimos cargadas de cipotes a Guatemala, recordé eso y le desee a mis hijas eso mismo, la libertad de irse, de encontrar la mejor manera de cuidarse y de atreverse a salir, solo si, como mujeres, enfrentamos este miedo a ser golpeadas, el miedo a ser abusadas sexualmente, el miedo a ser secuestradas, el miedo a todo lo que no conocemos, solo si enfrentamos todo eso tendremos verdaderas respuestas, no las respuestas inocuas que dan las autoridades de un país al ser interpeladas por la seguridad de sus turistas.

Siempre he sido nómada, siempre, ahora me estoy dando la oportunidad de ser sedentaria, como un acto de rebeldía, como una decisión pensada y meditada por largo rato, viajar no será ahora, para mi, un reto, sino un placer, será una recompensa. No tengo miedo y no quiero tenerlo cuando una de mis cipotas nos diga: "voy a ir a X lugar en vacaciones". Para ello hay que seguir luchando. 

miércoles, 9 de marzo de 2016

La muerte y la relación con ella

El Salvador es un cuento de horror. 

No hay que ir lejos para encontrarnos con una escena de muerte a diario, esta mañana mataron a un vendedor de agua en los al rededores de Metrocentro, en plena hora pico, ayer unos delincuentes siguieron a un señor de 48 años y lo mataron en el parque Bolivar, en pleno centro capitalino a la luz del día y frente a cientos de vendedores y transeúntes, ayer leí las notas relacionadas a una masacre que sucedió mientras estaba fuera del país, mataron a 8 trabajadores de EDESAL y a tres campesinos que fueron testigos. Once hombres en un solo hecho. Hemos perdido la capacidad de compasión. Hemos perdido humanidad. 

A pesar que ese tipo de muerte es constante, diaria y casi nos vuelve indiferentes también existe otro tipo de muerte, la que es igual de dolorosa, impactante, pero que carece de los gritos del espanto, sino más bien es silente y en calma.

Ayer hablé con mi mamá. Me contó que Gustavo, uno de mis primos, está en el hospital, está en coma desde hace dos días. Desde muy joven Gustavo tuvo problemas con su sistema respiratorio, le ha dado neumonía un par de veces y al parecer esta vez pensaron que tenía una repetición, pero no, al llevarlo al hospital los doctores le encontraron una bolsa de líquido y pus alojada al lado del pulmón izquierdo. Se la sacaron, no ha despertado desde entonces. Mi mamá me dijo algo terrible: "estoy acá ocupándome de todo lo necesario para que tu tía no sufra más, hay que prepararnos, los doctores no creen que sobreviva". Me lo dijo de la manera más serena y tranquila. Así es mi mamá, pocas veces es tan ecuánime como cuando se encuentra con la muerte, incluso cuando murió mi abuelo, su papá, la vi tan serena y seria, sin derramar una sola lágrima. Siempre he pensando que mi mamá tiene un relación con la muerte muy buena. La admiro por eso. 

Ayer, antes de hablar con mi mamá me enteré de algo más, hace dos años murió una profesora que tuve en bachillerato y que tanto admiré. Ana Mercedes Ruíz hizo en mis días de adolescente que me interesara por las problemáticas sociales del país, de un país recién salido de la guerra, de un país que es ingrato con los humanistas, pero que a pesar de eso se ofrece en bandeja de plata para ser analizado como conejillo de indias, gracias a sus múltiples formas de asombrarnos. Esa mujer tan intelectual y bella se murió y yo no me di cuenta. No me di cuenta seguramente por estar viéndome el ombligo y encerrada en mis egoísmos. Me dolió mucho saberlo. 

Esta mañana mientras venía a mi oficina pensé en los muertos, en los muchos muertos diarios, en los muertos que son cercanos a mi vida y en los muertos desconocidos, las estadísticas, el estado de excepción, en los asesinos, en las enfermedades que nos arrebatan grandes amores y afectos sin darnos tiempo de nada, pensé en mi mamá y en su forma de abrazar la muerte y pensé en mi, en mi muerte.

Pensé.

lunes, 22 de febrero de 2016

Ofrecerle cosas hermosas al corazón

Siempre he creído que crecer es un proceso normal e inevitable... es una mierda también.
Para Emilia, mi mejor amiga desde los 15 años, siempre he sido la eterna adolescente de 17 años, huraña, un poco oscura, con mente retorcida y antisocial. Lo sigo siendo a los 38 años. 21 años después me puedo dar el lujo de enconcharme, refugiada en mis audífonos e ignorar al ruido, la desgracia y lo burdo del día a día.

Aún así, tuve que crecer, en el proceso de hacerme adulta tuve grandes errores y le he atinado a un par de buenos aciertos que me han mantenido con vida y con la alegría desfachatada de la ironía, siempre sostenida por mi sarcasmo innato.

Emilia y yo ya no somos las niñas de 15 años, ahora ambas pateamos los 40 y decidimos que esta nueva década será refundada como los nuevos 30's, no para vivir de nuevo lo ya vivido, sino más bien para estirar nuestras muestras de desfachatez. Darle elasticidad al tiempo y conmemorar todo aquello que nos ha dado cosas hermosas al corazón.

Supongo que ser reflexiva (y hasta aburrida, como dice Miguel, monotemática) es algo que no puedo evitar, es el resultado de muchas horas de silencio durante años. Este fin de semana pensé mucho en mi relación con mis papás, en el tiempo transcurrido, en lo mucho que sufrieron mientras yo crecía y mientras crecían mis hermanas, pensé en todas sus manías, en sus errores, en su faltas, en sus pecados de omisión. En sus descuidos. Pensé mucho. Pero también pensé en lo bueno, en lo que me han enseñado y en lo que siguen heredándome para ser mejor persona. Pensé en que no puedo sentir pena, ni odio, ni desamor, ni resentimiento, es de las primeras cosas que decidí al llegar a los 25, no vivir con resentimientos.

De alguna manera, a veces consientemente, otras no, he procurado ofrecerle cosas hermosas a mi corazón: viajar, escribir, aprender cosas que no podía hacer, como nadar, bordar y cocinar. También le he procurado ser feliz, mi corazón y yo nos lo merecemos.

Una noche de la semana pasada estaba con un terrible dolor de cabeza, postrada en la cama, sin querer saber nada, estaba pensando en miles de cosas y no podía darle sosiego a la mente, llegó Miguel y se acostó a mi lado, me abrazó y me arrulló. En ese momento mandé al cuerno todo lo que estaba pensando, encontré calma. Me preguntó "¿sos feliz?" y yo le contesté instintivamente que si, que si lo soy, porque en realidad lo soy. A él le dio un poco de risa, "aunque te duela la cabeza" me dijo.  

La verdad siempre me dolerá la cabeza, siempre tendré miles de cosas que pensar, sobre mi, sobre él, sobre los chicos, sobre la casa, sobre mis papás, sobre el trabajo y sobre cada cosa loca que se me ocurra emprender. Siempre habrá algo, pero aún así soy feliz.

Esta mañana recordé lo que me dijo mi papá ayer que lo vi, me dio un abrazo y me dijo "te veo feliz". Yo le dije, "lo hemos logrado". Porque esta felicidad que vivo no solo es mía, es de ellos y también del clan.

Ahora solo me queda seguir ofreciéndole a mi corazón, y al de los demás, cosas hermosas para seguir siendo felices. 

miércoles, 13 de enero de 2016

Nos vamos quedando huérfanos

La mañana del lunes amanecí con un sueño y una noticia.

El sueño: mi papá había muerto y en mi sueño yo estaba sufriendo una inmensa tristeza, tan grande que cuando desperté no atinaba si había soñado o era cierto. Fueron segundos angustiantes, tanto que para exorcisarlos le conté a Miguel que a penas iba despertando de sus sueños.

La noticia: David Bowie acababa de morir. 

Me sentí un poco huérfana, no es que yo sea tri fan de Bowie, pero la música de los 80's siempre está ligada a la figura de mi papá y él, en mi sueño, acababa de morir. Creo que no estoy lista para la muerte de otros. Para la mía si, pero la gente que quiero tiene prohibido morirse en tiempos próximos. 

Morir. Morirse. 

Todos tenemos claridad del concepto de la muerte desde muy pequeños, pero ese hecho tan finito y definitorio de la humanidad solo tiene sentido cuando alguien nos explica las implicaciones emocionales de que alguien admirado o querido muera.

Yo tuve claridad sobre la muerte desde muy pequeña, mis abuelas murieron siendo muy niña y sabia que la mentada muerte era solo ausencia, pero fuera de eso... ¿qué? Por supuesto vi muertos, muchos, durante el tiempo de la guerra, hasta supe del papá de un compañero de clases de segundo grado al que mataron y no supe de su dolor porque la muerte no era tan concreta para mi. 

En 1991 mi papá me explicó exactamente qué era la muerte, faltaba mucho tiempo para que yo tuviera a mis primeros muertos. Pero aquel año mi papá tuvo la oportunidad de decirme que alguien había muerto y que a raíz de eso habláramos sobre eso. "Freddie Mercury se murió" dijo una tarde, mientras yo pasaba el trapeador por la sala de la casa. Recuerdo que me quedé callada y quieta, Mercury ya era parte de mis repertorios pre adolescentes y no creí que la gente famosa se muriera, solo los viejitos y políticos, los demás éramos inmortales. Bueno, Freddie no al parecer. Me dijo que había muerto de SIDA, una enfermedad "de culeros". No le entendí bien. Habían tantos conceptos que no entendía para entonces. 

Eso pasó hace 25 años. Muchos muertos han llegado a mi vida, a veces pienso que demasiados.

Mi papá está vivo, espero que siga así por un buen tiempo, pero por qué recordé todo eso al escuchar la noticia de Bowie, bueno, porque en el momento en que me anunció la muerte de Freddie pasaban en la tele el video de "Under Pressure", donde Bowie cuanta junto a Queen, canción que me envió Emilia el lunes, para recordar a dos grandes que ya se fueron de este mundo. 

25 años han pasado, en todos esos años he visto morir familiares, amigos, alumnos, gente que he admirado en la música, la literatura, la religión, he visto morir plantas y un par de mascotas, abuelos y primos, padres de amigos, madres de gente que se cruzó en mi camino. Todos dejan un hueco. Todos nos van dejando un poco huérfanos, un poco solos, un poco desolados. 

La muerte nos deja huérfanos y a veces solo se puede recurrir a lo más bello que dejaron las personas para seguirlas teniendo vivas.

Hasta pronto David, saludame a tu amigo Freddie.


jueves, 7 de enero de 2016

Crónica de una fuga

7 a.m. Yo lavando trastos en la pila de la casa... Tolstoi sentadito a mi lado, viendo fijamente el horizonte que marca el filo del muro que separa nuestra casa con la del vecino. 

Pispilié. Ese fue mi error.

Cuando me di cuenta Tolstoi había saltado y estaba (legalmente) fuera de nuestra casa. Me asusté.

Contexto: Tolstoi es un gato doméstico de casa... ¡de casa, he dicho! Eso de que la costumbre salvadoreña dicta que los gatos se mandan solos y andan callejiando me parece ridículo. Mi gato ha pasado dos años siendo niño de casa, se ejercita, se alimenta, duerme y zurra en el marco seguro de su hogar. No lo dejo que ande callejiando, buscando pleito con otros gatos, ya he visto que los gatos vecinos andan con grandes pelones de las batallas campales que organizan en los techos de las casas. No. Tolstoi no. Está bien cuidado, castrado, vacunado y con un terso pelaje. Punto. 

Grité. 

Le grité a Miguel Eduardo, que había llegado de visita, le pedí que me ayudara a bajarlo, fallamos, Tolstoi le bufó y Miguel Eduardo en un acto comprensible de prudencia se bajó. Llamé a Eli y a Alejandro, mis dos cipotes más afectos a Tolstoi, soy una inútil en las emergencias. Para entonces Tolstoi nos mostraba los comillos y se iba lentamente alejando, entre explorando y diciéndonos "¡Jódanse, yo no regreso ahorita!

Busqué apoyo moral con Miguel por teléfono, para esa hora ya estaba en su oficina, pensé que Tolstoi se iría y jamás los volvería  ver en la vida, sentí un miedo horrible. Alejandro fue a subirse al techo para poder llegar al plafón donde estaba Tolstoi arrinconado, para mientras dos gatos de esos montoneros ya habían llegado a ver al nuevo visitante y entre gruñidos, bufadas y pelos erizos se gestaba el desvergue gatuno. Esto de amara a las mascotas es duro. Se los digo en serio.

Mientras Alejandro empezó a buscar a Tolstoi que ya no se veía desde donde estábamos encaramadas Eli y yo, no lo encontraba, se guió por los otros gatos, iba armado con la pistola de agua y pequeños trozos de comida blanda, la favorita del fugitivo. 

Espantó a los montoneros y con mucha astucia iba acercando a Tolstoi hasta donde estábamos nosotras. Creí que no podríamos, pero le pasé una toalla a Alejandro, yo logré atrapar la nuca de Tolstoi y quedó inmovilizado, pero gritaba como degenerado. Eli trajo una sobrefunda y entre artimañas logramos meterlo y pudimos bajarlo. 

Alejandro se bajó del techo y yo me llevé al travieso a mi cuarto, lo puse en mi cama y cuando logró salir solito de la sobrefunda estaba campante, fresco y sereno, como si dos minutos antes no pareciera fiera indómita. Pinche gato!

Estaba entre asustada y molesta, lo regañé... ajá, así de ilógica, él solo estaba en la cama, sacándose las últimas hojitas de una planta de la vecina que casi sucumbe al pleito para bajarlo. ¬¬

Cuando vine a ver, eran las 8 a.m, me duché y salí corriendo a la oficina, no sin antes amenazar al desfachatado y pedirle la caridad a los chicos de no dejarlo salir al patio.

Es urgente que forre de malla ciclón el patio. 

miércoles, 6 de enero de 2016

Regresar a mi

Durante el último mes estuve muy ocupada, la mudanza, la pintura de la casa, las fiestas de la época... todo me atacó acompañada por una tos del demonio, un par de días pensé que estaba llegando al punto de ir al médico y que me dijera de nuevo "tiene agua en los pulmones". 

Para mientras todo esto pasaba, en mi cabeza pasaban el triple de cosas: organizar mi cosmos interior siempre ha sido un trabajo arduo, cerrar los ojos e intentar dormir fue una lucha en esos días. Para mientras Tolstoi tampoco durmió la primera noche luego de la mudanza y pasamos abrazados en el único sillón que él reconocía como el hogar que tuvo durante dos años. Al amanecer terminamos de ordenar lo básico y cuando vio mi cama, con su habitual forro y  sobre fundas, saltó sobre ella y durmió durante horas, yo lo envidié. 

Creo que soy un poco como Tolstoi, las mudanzas ya no me gustan, me gustaban en los locos años veintes, pero a partir de los treinta, las mudanzas se han vuelto cada vez más hostigues. Cerré en estas vacaciones un ciclo que nadie pensó que cerraría nunca, dejé mi soledad guardada para ocasiones especiales. Fue una decisión que tomé con mente de adulta pero cuya ejecución la viví con algo de resistencia. Ahora que lo pienso, pintamos la casa, arreglamos varias cosas y adecué mis espacios en un intento sincero de soltarme a mí misma. 

Al otro lado de mi estaban ellos. Miguel y los chicos. 

Supongo que estaba acostumbrada a ser egoísta. Esta mañana estaba cocinando y recordé cuando vivía con mis papás y mis hermanas, lo mucho que me gustaba cocinar para ellos, lo mucho que aún sigue gustándome. Pensé que igual me gusta cocinar para el clan, pero hay un algo distinto, un algo que no logro identificar, un algo que no me molesta, pero que está ahí, viéndome a la cara mientras yo me hago la suiza. 

Recorro la casa, a veces con la esperanza de que los demás habitantes no lo noten, para reconocer los nuevos espacios a fin de no tropezar en la oscuridad, para reconocer los olores de este hogar que ya estaba acá cuando Tolstoi y yo llegamos, para acostumbrarme al crujido del techo por las noches, para no tener miedo de los recuerdos que estaban pegados a las paredes antes de tener el nuevo color que los chicos y yo les hemos puesto. 

Recorro la casa para hacer memoria de los caminos que tuve que recorrer para llegar hasta acá, para ostentar mi cabello suelto como muestra de rebeldía y que entienda mi corazón que seguimos siendo la misma, la misma que quiere escribir la historia de la familia, la que no deja que la pisoteen, la que quiere que las cipotas sean fuertes y que amen sus debilidades, la que quiere que los chicos entiendan que la vida está más allá de lo que ven sus ojos, la que siempre supo que Miguel era el indicado, con todo y sus horribles defectos, la que no va a dejar nunca de decir su opinión y tener una opinión particular. Recorro la casa por las noches, descalza, para saberme amada.

Estoy con ellos ahora, pero sin saberlo y sin proponérmelo... he regresado a mi.