sábado, 30 de noviembre de 2013

Carta para iniciarse en la vida adulta

Querido G:

Quiero iniciar así, diciéndote "querido" aunque no haya más que algo en común entre nosotros: tu papá.

Me he tomado el atrevimiento de escribirte esta carta ahora que termina una etapa de tu vida, justo ahora que se te abren las puertas del tiempo, porque me alegra que así sea, porque estoy segura que sin importar cómo sea ese futuro, tanto vos como tus hermanos, van a tener la oportunidad de descubrir eso que los adultos llamamos vida. 

Es muy probable que, como tantos otros adolescentes, no sepas a ciencia cierta qué deseas hacer con tu futuro, es posible que tengas un esbozo de lo que deseas y - no te asustes - todos hemos pasado por la experiencia de sentir un poco de temor a equivocarnos. Equivocarnos no es el problema, más a tu edad cuando se tiene todo el tiempo del mundo, las fuerzas suficientes y la voluntad férrea de enmendar dichos errores. Es posible que ese futuro que planees termine siendo otro distinto, lo importante es que sea tuyo, que lo construyas y que lo goces cuando se concrete.

En esta carta no solo te felicito por terminar tu bachillerato, también es para decirte que tenes que ser valiente, porque hay que serlo para vivir en este país, hay que serlo para no sucumbir a la alienación y el no querer saber nada del mundo o de los demás. Hay que ser valientes para vivir con la conciencia de que no estamos solos y los demás están ahí para seguir enseñándonos lo que en los salones del colegio no nos lograron enseñar.

Deseo que te acompañe la alegría, que podas experimentar todo lo que se tiene que experimentar para transformarte en un hombre de bien: amor desmedido, enojo proporcional, euforia festiva, indignación por las injusticias, el recuerdo de tu papá que siempre ha sido responsable de ustedes, el dolor de un amor que no sepas qué es, que las palabras te encuentren cuando intentes expresar tus emociones, que te sorprendan y que se queden con vos las pequeñas-grandes cosas de la vida: un amanecer rojo, la lluvia inesperada, un beso que te haga temblar, ver un mar enfurecido, el cielo empedrado de estrellas, poder cantar una canción a grito vivo para alejar cualquier tristeza, el calor del abrazo fraterno. Deseo que no te encuentre nunca el rencor, ni el olvido porque eso nos vuelve vacíos.

Es casi seguro que jamás leas esta carta, no importa... lo que importa es que me seguiré alegrando cuando tu papá me cuente de tus inquietudes, de tus libros leídos, de tus silencios, de tus enojos porque tu equipo va perdiendo, o de tu sorpresa de ver que el concierto al que fuimos el "par de adultos aburridos" se llenó. Yo retomaré la costumbre de cocinarles cositas que posiblemente les alegren el estómago. Espero que algún día te pueda dar el abrazo que ahora te quedo debiendo, aunque te dejo algo que, como buena "vieja", escuché hace poco y que me parece que es adecuado para la ocasión:

¿Dónde crees que vas?
¿quién te parece que soy?
Si miras atrás,
mañana es hoy,
que sepas que el final no empieza hoy... 
(Tiramisú de limón, JS)

lunes, 25 de noviembre de 2013

Violencia... antes y ahora

Sería genial decir que la violencia contra la mujer ANTES consistía en golpes físicos, esclavitud sexual, irrespeto a la identidad femenina y maltrato psicológico y emocional y que AHORA ya no es así. Sería genial.

Un hombre que pasa la mayor parte del día junto a mí dijo, este día a razón de la conmemoración del día la erradicación de la violencia contra la mujer, que ahora ya las mujeres no sufríamos los mismos tratos que antes. Tal vez mi compañero no lee noticias, a lo mejor él que es un ser humano bueno y educado no maltrata a su esposa, si es así, que bueno, pero está equivocado. La violencia sigue siendo el pan de cada día de muchas mujeres y parece que no cambiará eso, al menos, en lo que le resta de vida a mi generación.

El viernes pasado vi un ejemplo muy concreto, un grupo de cipotas, se reunieron en una plaza de San Salvador en una actividad pacífica para pedir que un artista venga a dar un concierto. Fueron insultadas, les arrojaron basura y de paso se usaron frases discriminantes y que fomentan una imagen errada de ser mujeres jóvenes... "vayan a hacer oficio", "busquen qué hacer", "vayan a estudiar para la PAES"... muchas preguntas me surgieron inmediatamente leí los comentarios... ¿solo por ser cipotas DEBEN siempre estar encerradas en casa haciendo oficio? ¿los cipotes de su edad también hacen oficio, o solo ellas? ¿no tienen derecho de expresarse de manera correcta, como lo estaban haciendo? ¿y si ya estudiaron y sacaron buenas notas y ahora que están de vacaciones es el mejor momento para reunirse y compartir con otras el gusto por un cantante? ¿no tienen derecho al esparcimiento? ¿y si ya hicieron la paes y salieron bien?, los papás y mamás de estas niñas hubieran estado ahí ¿qué habrían sentido o pensado de ver que insultan a sus pequeñas?, yo sé lo que sintió una mamá que si estaba ahí, acompañando no solo a su hija, sino a las otras niñas que no estaban acompañadas... miedo, indignación y enojo. 

El problema de la violencia contra la mujer radica, no solo en el machismo, sino también en la intolerancia a nuevas expresiones femeninas... a diferencia de mis abuelas... yo he tenido educación, mejores condiciones de salud, acceso a trabajo fuera de mi casa, la libertad de elegir mi preferencia sexual, a quien querer y si voy o no a reproducirme, he tenido lo que, en su tiempo, solo era pensable para algunos hombres y me alegra eso. Pero no es suficiente.

Además de todo eso, también he tenido que pasar por la experiencia de violencia contra la niña que fui, contra la adolescente que fui y la mujer que ahora soy... castigo físico desmedido, abuso sexual, educación sexista, bajos salarios en comparación a los recibido por hombres, acoso sexual, manipulación emocional, eso lo pude haber vivido yo, mis hermanas, mis amigas, y mis congéneres. Lo vivimos. Y es terrible pensar que todo eso lo hacen los hombres contra nosotras, es más duro pensar que la violencia también la ejercemos mujeres contra mujeres.

Hace meses estaba despotricando contra una mujer con la que no comparto su opinión, ni siquiera la conozco en persona, de hecho no la quiero conocer, simplemente ella tiene acceso a lo que muchas otras no, puede escribir en un periódico todas las sandeces que se le ocurran. Por supuesto JAMÁS estaré de acuerdo con ella, ni siquiera en si nos ponen a escoger el color para pintarnos las uñas. Como no lo estoy con otras mujeres... amigas, hermanas y mamá... pero eso no me da permiso de insultarla, decir que es una hdp, llamo puta a su mamá. A mi no me gustaría que le dijeran así a mi mamá... aunque ya lo saben... no somos las más cercanas. 

El problema de la violencia de las mujeres contra las mujeres es una cuestión de intolerancia, un terrible miedo a lo que otras ya se atrevieron a hacer antes que nosotras, a la incapacidad de abrirnos a los cambios, a el pavor de decirle a los hombres que nuestros gustos son importantes, aunque no los compartan con nosotras, que tenemos derecho a decidir por el cuerpo con el que ejercemos el oficio de ser mujeres, que no nos gusta que nos digan putas si decidimos vivir la sexualidad de manera distinta a la dictada por la sociedad, que ser heterosexual o lesbiana ya no debería de ser una bandera a estas alturas del partido, sino una forma de vida y ya. No ser juzgadas por eso o por otro aspecto de cómo decidamos vivir la vida que nos fue otorgada.

El problema de la violencia contra la mujer no es, como lo leí en un "cartel" en el facebook, que una mujer maltratada sea "enferma" por no poder dejar a un macho maltratador... el problema es que no se nos ha educado adecuadamente, ni a el macho para que no lo sea, ni a la maltratada para saber que tiene alternativas, aunque parezcan dolorosas, a largo plazo o imposibles. No pude evitar pensar en la señora que fue asesinada por el hombre al que abandonó porque la maltrataba, al separarse de él se dedicó a mantener a sus hijos y a los hijos de él que se habían quedado con ella a base de echar tortillas en el mercado de La Unión. Luego de salir de prisión por los maltratos que le dio a esa mujer, este hombre fue a buscarla hasta su puesto del mercado y la persiguió por los pasillos... nadie la auxilió... nadie dijo nada, hasta después de que él la alcanzó y le dio diez puñaladas. Esa mujer no estaba enferma, quiso salir del circulo de violencia que vivió durante años y nadie la ayudó. ¿La enferma era ella?, ¿podemos acusar a otras mujeres que siguen viviendo con miedo cada día de enfermas? Honestamente yo lo dudo. 

El problema de la violencia contra la mujer, lamentablemente, no tiene un ANTES y un DESPUÉS. Sigue siendo un problema de ahora. Un problema de niñas, de adolescentes y de mujeres adultas. Seguirá siéndolo mientras mujeres insultemos a otras mujeres, mientras sigan diciendo que somos unas desnaturalizadas por no querer ser madres, mientras hayan adultos que paguen por tener sexo con menores de edad, mientras un adulto mande a hacer oficio a una adolescente por no verla manifestarse, mientras no logremos comprender que esto es lucha de todos los días, una veces lucha silenciosa y que a veces se tiene que tomar coraje para decir lo que se piensa, vivir como se quiere, amar con todo el corazón y enseñar a las que vienen detrás de nosotras, que la vida también tiene rostro femenino.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Ser mamá sin serlo

Tener a Gabriela viviendo conmigo me enfrenta a algo que ya había olvidado... cuidarla. No me refiero a cuidarla como se cuidan a los niños pequeños, para mí es más bien es un estar pendiente de sus pláticas, de sus necesidades y por supuesto, tenerle leche en polvo cerca... porque queda demostrado que sigue siendo láctea, como lo era en la primera infancia.

Todo esto le parece cómico a Miguel: que esté pendiente de la hora en que llegan a dejarla del trabajo, de mis comentarios preocupados porque su alimentación no es buena o porque pienso en que debe terminar de estudiar inglés o porque simplemente me alegro de que el infame novio del que estaba enganchada, al parecer, al fin pasó al olvido. Le da risa.

"Pura nana vos" fue su comentario. Puede ser que así sea. Durante años, me acrecentó el sentimiento ese materno que siempre quise desligar de mí, el hecho de haber sido profesora... Puede ser que también ayudara el hecho de que Gabriela llegó a mis manos con apenas 12 horas de haber nacido y no la solté hasta que cumplió cinco años, cuando ella tuvo que entrar al kinder y yo tuve que irme a la universidad. O simplemente que hay un chip interno que no logro controlar algunos días, ese que me dice que a alguien debo amar y cuidar de manera diferente a la que lo amo y quiero a él o a otros adultos. Es una cosa horrible. Créanme. 

Es horrible por tres razones:

1. Contradice mi naturaleza anti-materna de siempre, a lo mejor nunca quise parir porque no quise enfrentarme a la responsabilidad de no joderle la psique a otro ser humano, de no poder protegerlo como se debe de los peligros de la vida o no poder darle lo necesario para crecer. Nunca quise comprobar a ciencia cierta una potencial infertilidad que ronda como fantasma desde mis 21 años, no quise dejar un vástago sin el gran privilegio de un padre, como lo tuve yo. No quise.

2. Me recuerda que tengo algo pendiente de una madre. Es una madre a la que le debo una disculpa por mis palabras enojadas y que, a la vez, debe entender que por más que ella crea que la maternidad es lo ÚNICO que puede hacer feliz a una mujer, no es así, no puedo negar ni afirmar eso, porque no lo soy, no dudo que el amor lo ha de desbordar a una, pero es difícil imaginarlo, en especial cuando se ha tenido que tomar hormonas, pastillas, soportar pinchones y tener que pasar por tantos médicos en solo doce meses. Le reproché la nula empatía a mi decisión de no procrear y de remate, aun habiéndole pedido que no me mandara mensajes maternos o fotos de bebés, insistió, hasta que una mañana yo reaccione (desmedidamente) y tengo meses de no hablarle. Confieso que a veces la recuerdo. No solo por el enfado, sino porque es un llamado a que yo pueda usar más el cerebro y no las vísceras con personas que no logran ver más allá de sus propias circunstancias y poder ver más allá de mis propias circunstancias también. 

3. Mi mamá. Esta tarde me llamó, cuando vi que el celular vibraba ante su solicitud de atención decidí contestarle, luego de dos semanas de no querer hablar con ella, pasé esas dos semanas recordando los últimos insultos que me dio por teléfono en la última llamada que le contesté y que me sacaron más de dos lágrimas. Porque ella es así, dice cosas feas cuando ya no puede argumentarme para que yo busque la manera de tener una vida acorde a lo que ella desea. Es ella la que me deja en claro que ese oficio de ser madre es la profesión más difícil del mundo. A la pobre le ha tocado de todo. A veces mi silencio es más para no hacer daño, para no pasarme, para que no le duela más. Pero ni modo, a veces tengo que contestar. Como lo sospeché, la llamada era para corroborar que mi hermana se quedaría en mi casa esta noche, segundo domingo que se queda acá en San Salvador. Hablamos lo que teníamos que hablar referente a la cría esa que se desvela y cocina, luego su frase... "a ver cuándo podemos vernos, necesito hablar con vos". Extraño a mi mamá, pero la extraño cuando es esa mujer tierna y que ya me ha abrazado sin importar mis errores. A la otra no la extraño. 

Es gracioso, a Miguel le da risa el hecho de que parezca mamá con mi hermana, a mi mamá le duele no tener nietos de mi parte y detesta mi modus vivendis, a otras mujeres les pela el ejote cuando les digo... no siempre es necesario que me manden fotos de sus hijos... todos tienen una opinión sobre la madre que no soy. 

Mi hermana acaba de venir, esta noche salió temprano, abrió la puerta justo cuando yo estaba a la mitad de la redacción de este post. Me vio y dijo... "siempre me ha gustado verte cuando escribís". Yo me sentí tranquila de saberla en la casa, afuera hace viento y está totalmente oscuro ya. 

Yo seguiré acá, sin ser madre, sin hijos a los que regañar porque llegan tarde, sin bichitos a los que decirles con una mirada que se estén quietos, sin niñas a las que consolar porque están enamoradas y descubren que los muchachos no son tan gentiles a veces, sin hijas con quienes cocinar budín, sin hijos que entran y van directo a la refri a tomar agua o leche y no se dan cuenta que hay visitas, sin cantar "La Loba" y otras canciones de cuna y luego, cuando sean más grandes, contarles que hay grupos y cantantes de rock que deben escuchar. Sin decirles... "vayan y mochileen, eso los hará crecer". Seguiré sin eso, en cambio seguiré acá escribiendo.

A veces, me pregunto cómo sería ser la madre que no soy. A veces, después de preguntármelo, siento un vacío muy extraño. 

sábado, 23 de noviembre de 2013

Hay flores en mi casa

La gente tiene un concepto previo de mí y ni se dan cuenta que es todo lo contrario. Durante años pensaron que no me gustan las flores. Pues se equivocan, me gustan... y mucho. Pero suelo no tenerlas cerca porque me confieso descuidada en el proceso de cuidarlas. 

Hasta ahora.

Hace un año exactamente regresé a Suchitoto luego de hacerme muchos exámenes médicos y de que mi doctor me diera un diagnóstico frío y determinante... cáncer endometrial. Recuerdo que llegué a casa que compartía con Emmety y Tatiana, ambas estaban en la sala, durante varias semanas me habían visto muy mal y me habían asistido en los días de dolor y hemorragia. Justo ese mismo día que regresé también me llegó una noticia que me emocionalmente me había dejado llorando constantemente. Me sentía sola sin estarlo en realidad. En mi necedad de ser fuerte y seria entré y las vi sentadas, conversando de lo lindo. Me preguntaron qué tal me había ido. Ambas tenían el rostro esperanzado de escuchar alguna noticia que nos calmara la aflicción. Las mujeres somos así, cuando hay cariño los dolores se comparten un poco más allá. 

Sin preámbulos y muy seria se los dije: "el doctor dice que tengo cáncer, me siento cansada... me voy a dormir". Las dos me vieron con los ojos desorbitados, para calmarlas les dije que no tenía tiempo de afligirme, tenía mucho trabajo y tantas cosas que arreglar que tener cáncer más que una aflicción se constituía como un inconveniente, así que no pensaba en morirme, ni de la enfermedad ni del susto. Con eso me fui a dormir... bueno, al menos a acostarme, desde mi cuarto las escuché hablar. Tatiana tiene la teoría de que mi cerebro se activa aún más ante las cosas que emocionalmente me descuajan y trato de racionalizar todo para entenderlo y no sufrir. Quizá tenga razón. 

Pasaron los días, las semanas, los meses. Tantas cosas pasaron también.

Mi trabajo en Suchitoto terminó, Emmety y Tatiana siguieron siendo muy cercanas a mí, es imposible no serlo... vivimos juntas y vivimos un tiempo un poco agitado, eso da más elementos para solidarizarnos ante nuestras cargas laborales, nuestros problemas familiares, nuestras relaciones (a veces disfuncionales) con los hombres, nuestros propios demonios. Regresamos a nuestras respectivas casas y yo tomé la decisión de mudarme definitivamente a San Salvador. 

Durante este último año ha habido de todo: tratamiento médico, accidente de tráfico, desempleo, peleas con mi madre, tristezas, deudas... pero también alegrías, risas y esperanzas, encontrar un nuevo espacio laboral, ir comprando, poco a poco, lo necesario para vivir con dignidad, conocer a nuevas personas, dar con mi actual doctora que llevó calma, alivio y un diagnóstico mucho más alentador. Puedo decir que atesoro, ahora, nuevos y hermosos recuerdos, libros y una nueva forma de querer a la gente que me rodea. 

Emmety, Tatiana y yo cumplimos años en el mismo mes. Hace unas semanas atrás nos reunimos para celebrar... desde marzo no nos reuníamos las tres juntas. Para la ocasión Emmety nos regaló a Tatiana y a mí una plantita. Una violeta. 

En esencia las violetas son unas plantas bien delicadas, son poco resistente y si no se le atiende con disciplina empiezan a morir. Sufrí al recordar la primera violeta que me compré al mudarme sola hace diez años. La diferencia, diez años más tarde, es que ahora ya tengo más experiencia. Soy más cuidadosa. 

Tomé mi plantita y le busqué un lugar adecuado, donde le diera luz, pero que no le diera el sol, cada cierto tiempo le pongo agua, le corto... con gran delicadeza... las flores que van muriendo y admiro con fascinación los capullos que siguen surgiendo. Mi violeta, desde que llegó, no ha dejado de tener flores hermosas. 

No se imaginan la alegría que me da ver sus flores cada mañana, es una forma de recordarme que una tiene que dedicarse cuidado, a otros y a una misma. Ser disciplinada en el cuido, entender que se tiene que desechar lo que ya no sirve, beber agua, que cae tan bien que te hablen con cariño, que te hagan compañía y que se sorprendan cuando una amanece linda. Esta plantita me prodiga color a la sala vacía de muebles pero llena de luz. 

Es lindo tenerla, es lindo tener flores en mi casa. Es la mejor manera de recordar que la vida trae de todo y que una es fuerte para soportarlo. 


Gracias Emmety. 

Una debe tener hermanas... en serio

Cuando mi mamá me explicó, a los cinco años, que tendría un hermanito no me imaginé lo que me esperaba. Solo esperaba al tan ansiado hijo que haría "parejita" conmigo.

Recién había cumplido los seis años cuando un día mi mamá desapareció. Mi papá se dedicó durante tres semanas a cumplir las funciones paternas y maternas porque mi mamá fue internada en el hospital, algo (que jamás supe qué fue) sucedía con su embarazo. Los fines de semana me llevaba hasta una ventana lateral del hospital desde la cual mi mamá me saludaba, porque no me dejaban entrar.

Hasta que un día llegó Lorena.

Mi papá deseaba tener un hijo, sin embargo la llegada de su otra hija lo dejó como pavo en engorde, le chorreaba la ternura cuando la cargaba, era el hombre más feliz cuando le decían: "es igualita a vos". Yo era feliz de tener compañía que no fueran adultos.

Lo dicho, no sabía lo que me esperaba.

Tener hermanas no es cosa fácil, una se expone a que le rompan el corazón, que se tope con situaciones que considera injustas y más de alguna vez tuve que pasar sustos grandes, porque resulta que de todas las hermanas me tuvo que tocar la más tremenda, la más creativa para meterse en problemas y la más necia.

La odié... y es en serio... Lorena se llevó en su infancia varios de mis mejores ratos de mi infancia, me tocó crecer apresuradamente para cuidarla y de esa manera, a los 8 y 2 años respectivamente ya éramos un par de niñas que pasaban casi todo el día solas porque sus papás trabajaban todo el día.

Crecer a la par de mi hermana fue lindo, fuera de que no soportaba el estres que me generaban su asma, sus raspones o cada vez que se metía en serios problemas. No es broma, ni exageración... cuando Lorena se metía en problemas a mi me daba un tic.

Cuando teníamos 14 y 8 años respectivamente llegó Gabriela. Ni les cuento la crisis existencial que le agarró a la pobre Lorena cada vez que le decían que ahora ya no sería la consentida, que se había caído de la moto y otras cosas que los adultos suelen decir sin reparar en la reacción de los demás. Pronto Gabriela se incrustó en nuestros corazones y por primera vez tuvimos que ponernos de acuerdo para quererla.

Luego yo fui adolescente y la diferencia de edad con ella fue más palpable, nuestras diferencias de carácter se acrecentaron... yo era la callada y tímida, mientras ella siempre ha sido, hasta la fecha, el alma de la fiesta, le saca carcajadas hasta a las piedras y siempre tuvo la virtud de caer bien, contrario a mi carácter cae mal y mi sangre de talepate. Hasta en los estudios éramos distintas, mientras a mi me generaba trabajo salir medianamente bien en las notas, a ella le tocó hacer gira por un rosario de colegios para terminar bachillerato, sin embargo siempre me dio la impresión que ella era más feliz, mientras yo era una matadita.

Mientras estudiábamos en la universidad fuimos emparejándonos, aprendimos a conversar, descubrimos las delicias de los vicios al mismo tiempo pero siempre por separado. Como siempre yo estaba demasiado ocupada en adquirir conocimientos inútiles para vivir y los dejé, ella siguió.

Hay muchas cosas que no sé de mi hermana, hubo un tiempo que fue particularmente horrible, vivíamos juntas sin saber de la otra, siendo extrañas, afrontando la entrada a la vida adulta. Hay muchas cosas que no sé de mi hermana y que honestamente no quisiera saber nunca.

Hasta que un día, mientras planchaba mi ropa, ya vivía sola... me llamó mi mamá, lloraba tanto que me asusté tanto que pensé que alguien se había muerto, no podía hablar, le dije que le diera el teléfono a alguna de mis hermanas, porque era imposible hablar con ella. Se lo dio a Lorena. "Estoy embarazada" fue lo primero que me dijo.

Sebastian le cambió el modo de vida. Mi hermana estaba destinada a ser madre y así salvarse. Tal vez salvarse de algunas cosas para perderse en otras. No importa. Coincidió el final de su embarazo con la mayor crísis de mi insomnio de toda la vida. La doctora Garay insistía en drogarme para que no me muriera o me matara a merced de las alucinaciones más horribles posibles. Fueron semanas tristes y grises, mi memoria se pierde en ese tiempo, lo único que recuerdo es a Lorena, cuidándome.

Ella que siempre fue la irresponsable, la disoluta, la "peor hija" me cuidó como solo una madre puede hacerlo, a lo mejor le serví de ejercicio antes de que su hijo naciera. Con ternura y disciplina me daba los medicamentos, me alimentaba, insistía en que me quitara la pijama, me bañara y me sacaba a que me diera el sol en el patio de la casa. Buscaba la manera de hacerme reír justo cuando lo único que yo podía hacer era llorar. A veces lo lograba. Me hace reír de esa manera que solo el amor puede hacerlo.

Ella y su hijo me salvaron. Me recordaron que una debe vivir, por una misma y porque de alguna manera (a veces inexplicablemente) otros nos quieren.

Ayer cumplió años esta mujer, llegó a los 30 años, tiene un hijo igualito a mí, el humor inalterable y su rostro de porcelana desde que nació. Yo aprendí a quererla incondicionalmente y sé que nos falta mucho por vivir. Feliz cumpleaños, querida.


viernes, 22 de noviembre de 2013

La crónica necesaria

Joaquín ha sido de mis cantantes favoritos desde que era pequeña. Miguel tiene la teoría de que a la gente joven le gusta su música porque es habitual escucharla en los bares. Yo no era asidua a los bares, de hecho no tenía edad para ir a esos lugares cuando escuché por primera vez "Pacto entre caballeros", con esa canción descubrí que se podían contar historias con música y que Sabina es experto en eso.

"Crecimos, vaya si crecimos" y fui descubriendo su acidez, su ternura y las borracheras necesarias para vivir siquiera un poquito.

Hace unos meses se anunció su visita al país, yo no podía creerlo, aunque en el 2000 se presentó yo no había podido escucharlo nunca en vivo. Cuando estaba viviendo en Guate llegó... pero las estrellas no se conjuntaron adecuadamente y no pude viajar desde Xela a Ciudad de Guatemala, me tuve que conformar con ir a un bar y embriagarme al punto de olvido.

Cuando le dije a Miguel la noticia que me llegó vía Manuel, inmediatamente empezamos a hacer cuentas y a soñar en estar entre la multitud.

Luego vino la larga espera para que la empresa que vende los tickets dijera los precios oficiales, realmente nos dolió ver que cada vez los gustos son mas caros, concretamos que iríamos a la localidad general, la vida tiene otras prioridades y responsabilidades que atender y además... existen otros planes que debemos autogestionarnos. 

Nadie se enteró que pasé como tres días escuchando sus canciones, no solo las nuevas, sino también las viejas, porque escuchar a Sabina es que me vengan a carretadas llenas los recuerdos de mi adolescencia, de mis viajes a Guate, de la vez que Emilia y yo les dimos serenata a mis hijos en medio de la montaña en Santa María Chiquimula o de las noches de estudio de la universidad. 

Hace un par de semanas me notificaron que justo el 21 me tocaba cubrir un evento en un hotel de la Escalón, sufrí como no tienen idea... luego de la noticia le pregunté a Miguel a qué hora exacta era el concierto. Contestó: "a las 8:30... pero a las 5 hay que llegar a hacer fila" :/ 

Estaba resignándome a hacer malabares para TRATAR DE llegar a las 6:30, pero honestamente no creía que lo lograra. Algo se conjugó para que mi asistencia al dichoso evento se cancelara. Cuando llegué a casa para dejar un montón de libros que andaba y para encasquetarme unos jeans y los tenis Miguel ya estaba listo y con cara de niño que no aguanta porque llegue la navidad.

Esperamos cuatro horas y algo para que empezara a cantar Sabina. Durante ese tiempo Miguel se dedicó a contarme sobre el concierto del 2000 al que él si fue, de decirme que era bueno hacer cola y tantas otras frases... Ya cuando dieron las 9:30 recordé lo mucho que me gustaba, en mis años veintes, ir a conciertos. Creo que es la euforia compartida, la música y (al menos ahora) la compañía. Cantamos, bailamos y tomamos videos. Yo repasé mis mejores recuerdos, no sé los demás, supongo que todos tenemos historias que se cuelgan de las letras de las canciones. 

Por supuesto, no cantó Rosa de Lima, cosa de la que culpo a Miguel porque tenía la misión de pedírla, pero no lo hizo... querido, esto queda en registro... pero cantó tantas otras que la ausencia no fue tan fea. Para mí, todas fueron necesarias, pero esta... se quedó en mi cabeza desde entonces y creo que estará ahí un par de días más.





El concierto, en general, fue muy bueno... se dignaron a poner buen sonido y ahora ya tengo otros recuerdos para atesorar.

Se le agradece a Gerson Vichez por recordarme la última canción que cantó Joaquín (Pastillas para no soñar) porque resulta que maté un par de neuronas tratando de recordar y fue inútil.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Conversaciones fraternas

El domingo, por primera vez desde que vivo sola, tuve compañía. Gabriela decidió quedarse a dormir, así que tuvimos tiempo compartido, porque resulta difícil coincidir en nuestras rutas y rutinas cotidianas.

Como la oferta de entretenimiento se nos acorta por el estado económico, tenemos que hacer uso de lo que tenemos a mano: ver televisión nacional.

El domingo por la noche no hay demasiada oferta, así que terminamos viendo un concurso de canto, no importa si es porque nos gusta como cantan, o por morbo... o por lo que sea.. el asunto es que ahí estábamos las dos, tiradas en el piso viendo la tele.

Uno de los concursantes empezó a cantar una concida canción de los años setenta, escrita por José Luis Perales, leo en la pantalla que los muy... de la televisora habían escrito el título de la canción y a la par, a modo de autor pusieron Marc Antony... me indigno y digo: "qué burros, esa canción no es de Marc Antony", inmediatamente mi hermana me mira con los ojos mas sorprendidos que le he visto en la vida y me dice... "¿Y de quién es?" u_u

Le contesto con toda la paciencia del mundo que es de José Luis Perales, agarra sus 21 años y me dice... "Ni sé quién es ese, siempre creí que esa canción era de Marc Antony", con intenciones de instruirla busco la versión original y se la pongo... y remata "Mmm... no, me quedo con la versión actual".

u_u

He fallado como hermana de una joven del siglo XXI

martes, 19 de noviembre de 2013

¿Cómo sobrevivís cuando te sentís mal?

Esa pregunta me la hizo Claudia, mi amiga-ahijada. En octubre, cuando me puse muy mal, fue ella quien me subió a su carro, desesperada de verme por más de 24 horas con fiebre. Ella la que pasó a comprarme comida porque el doctor de paso me regañó porque le dije la verdad... no había comido porque resulta que cuando una tiene fiebre, el hambre se le quita. Ella la que llegó en la noche con una bolsada de compras... que incluían un mini cartón de huevos, pan de caja, frijoles empaquetados y listos para calentar y consumir y otras exquisiteces de emergencia nacional.

Anoche fuimos a cenar, por Carmen, también amiga en común me enteré que mientras Claudia se encargaba de que no me muriera justo en la semana de mi cumple, justo en esos días empezó a tener problemas... de esa tanda de problemas que a veces pasan: te va mal en el trabajo, te peleas con tu mamá y de paso el novio te "pide tiempo". Claudia ha estado triste.

Aunque lo he sabido, nuestros mensajes vía Whatsapp no pasaban de lo básico... "estoy bien, sobreviviré" (ambas decíamos lo mismo en diferentes circunstancias), hasta anoche que logramos estar un par de minutos frente a frente. Justo cuando venía a dejarme a mi casa, pasamos frente a una iglesia y Claudia me preguntó lo que nadie nunca me había preguntado: "¿Cómo haces para sobrevivir sin Dios cuando te sentís mal?, ¿qué haces? ¿Cómo soportas no tener nada?".

Claudia, como yo, viene de una familia católica conservadora. Dice no creer en la iglesia, sin embargo aún reza. y su "yo sé que ya no crees en dios" fue la frase que me sacó de mi zona de confort. Es tan fácil decirse ateos mientras estamos bien. Mientras no nos duele nada, mientras tenemos trabajo bien remunerado, mientras no se te enferma nadie querido, mientras no sentís cerca alguna crisis... mientras nadie te ha roto el corazón. Pero cuando algo o algunas de estas cosas enlistadas sucede, el ser ateo a veces se torna un poco incoherente.

Para ser ateo, creo, primero uno tiene que ser un poco terco, un poco caradura y de paso tener un ego bastante desarrollado, lo digo con cariño a todos los ateos que me rodean y que tienen más tiempo que yo de serlo. Recordé lo que me dijo una vez Miguel, recién nos conocíamos... "Vos no sos atea, no lo decís vos, lo digo yo", lo dijo basado en sus observaciones de mi diario vivir.

Le contesté a Claudia que una de las cosas que ayudan es hacer un recuento, un inventario de lo que uno posee en su interior, luego listar a las personas que tenes a tu alrededor y que sabes que contas con ellas, mucho o poco no importa, pero que sabes que si les llamas a medianoche porque estás prendida en calentura seguro y como mínimo a los 15 minutos estarán tocando a tu puerta y traerán entre sus manos una gran botella de suero oral y la firme convicción de zamparte al carro y llevarte al hospital, aunque sea lo último que hagan en la vida.

Eso en esencia... digo yo... Saber qué tiene uno en su interior y saber qué afectos te rodean... El por qué o el cómo o el cuándo decidiste dejar de creer en dios, no importa al fin y al cabo, lo que realmente importa es que estás acá, con una creencia menos, pero más fuerte en cuanto a lo que decidis hacer de tu vida.

Una tiene el derecho de creer o no creer. Tarde comprendí que tampoco puedo juzgar a los que si creen, bueno a veces dan ganas de trolearlos por sus incoherencias, pero no es correcto, no es ético. Ya que si se decide ya no creer, no tengo por qué esperar que los demás sigan mi ejemplo. No soy evangelizadora.

Pensé mucho en mi amiga, en sus dolores (que a diferencia de los míos no son físicos), pensé en lo que cuesta aprender a superar ciertos dolores, pensé que a veces uno quisiera hacerse el maje y dejarle la responsabilidad de una decisión, de un paso dado a alguien más fuera de nosotros y eso no se puede, no es parte de crecer como personas.

Pero luego recuerdo lo que he ido viviendo, no solo en este último año, sino en los años que llevo pensando en que Dios no existe y no... no encuentro la forma de explicarle a Claudia que a veces uno no sobrevive por obra y gracia del ateísmo, sino de la gente que te quiere... aunque no te comprenda.

San Juan lo dice, en la Primera Carta de él mismo, "Dios es amor". Yo no sé si dios existirá. Pero de lo que si estoy segura es que el amor si existe (amor a una misma, a los demás y a cuestiones más abstractas como la justicia, la igualdad y la equidad) y eso nos salva en un 100% de los casos... eso y una gran dosis de necedad para seguir respirando.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Cosas que están perdidas en la memoria...

y que de repente la encuentran a una...

Resulta que esta mañana mientras estaba haciendo cinco cosas distintas y a la vez, de repente no sé por qué razón vino un recuerdo perdido a mi mente.

Por un momento me trasladé en el tiempo y el espacio y vi a mi hermana Lorena, con cuatro años encima, gordita y su largos colochos chorreándole la espalda, encaramada en la mesa del comedor, con una cuchara sopera a manera de micrófono cantando a gritos...

"porque YO... te amo con la fuerza de los mares
YO te amo con el ímpetu del viento
YO te amo en la distancia y en el tiempo
YO te amo con mi alma y con mi carne...
YO te amo de una forma sobrehumana
YO te amo en la alegría y en el llanto
YO te amo en el peligro y en la calma...
YO te amo cuando gritas, cuando callas
YO te amo, tanto, tanto... YOOOOOOOOOO!"

Y me tocaba bajarla chineada, porque la muy lista siempre subía a los lugares pero le daba terror bajar... la agarraba y cuando se abrazaba a mí para no caer sentía su corazoncito agitado de tanto amor puesto en sus alaridos hechos canción.

Me daba risa. Me da risa ahora que solo es un recuerdo de cuando éramos un par de crías, de 10 y 4 años, tratando de sobrevivir mientras regresaban nuestros papás del trabajo. Ese pequeño recuerdo me detuvo unos segundos esta mañana para sacarme una sonrisa. Me dio risa recordar que, cuando Sebastián tenía 4 años, ella le enseñó esa misma canción y la cantaban a dueto. Creo que los extraño.


miércoles, 13 de noviembre de 2013

24 años atrás

Mi papá salió la mañana del 11 de noviembre y no regresó. En casa solo estábamos Lorena, que para entonces tenía seis años, mi mamá y yo. Gabriela no había nacido, ella nacería en tiempos de paz.

Yo tenía doce años, la misma mañana en la que mi papá salió a "hacer un mandado", mi mamá fue al mercado, como hormiguita había pasado los últimos días trayendo grandes cantidades de frijoles, arroz, aceite y candelas... como que se preparaba para una guerra, le dije un día. Tonta de mí. Al irse al mercado me dijo que lavara uno de los grandes barriles que teníamos en el patio y que lo llenara de agua. Por supuesto, mis intereses no eran los mismos y me puse a leer la Cabaña del Tío Tom y olvidé el encargo. Al regresar del mercado hizo lo que toda madre haría en esos casos... me disciplinó a la usanza del tiempo, me pegó. De lo enojada que estaba tomó una de las reglas de madera que servían para tapar el barril y me dejó ir un golpe que iba a la altura de mi quijada, metí la mano y el golpe me dio en los dedos de la mano derecha. Me quebró el dedo pequeño. 

Aquella noche no entendía si mis ganas de llorar eran por el miedo de oír balas cercanas, del dolor que sentía en la mano o de pensar que mi papá no estaba con nosotras. 

La guerra que tanto mencionaban llegó a la puerta de nuestra casa. Llegó y nosotras estábamos solas. Escuchaba, en las noches el paso de los muchachos sobre nuestro techo, pensaba que ahí por donde pasaban, escondidos por las ramas del árbol de mangos, ahí mismo era mi lugar secreto para ir a leer sin que me molestaran. Habían pasado tres días de ese ir y venir de noticias y de guerrilleros y mi papá no daba señales de vida, poco a poco mi mamá iba modificando hasta su forma de hablar, la veía más afligida. En la segunda noche de aquella larga semana la escuché llorar. No la abracé porque desde ya las lágrimas ajenas las sentía demasiado ajenas. Es otra forma de decir que estaba resentida. 

El 13 de noviembre, un día como hoy, hace 24 años llegaron a la casa a pedir comida "los muchachos", como todos los adultos les decían así yo me los imaginaba bien jóvenes, como los de bachillerato de mi colegio. Me sorprendió cuando llegó un tipo con una gran barba, vestido con colores oscuros, armado, en la cintura un cincho lleno de bolsitas misteriosas y atravesado en el pecho una hilera de balas. No le tuve miedo.

Mi mamá me dijo que teníamos que darles de comer. Un día antes habíamos hecho una gran perolada de frijoles, ni me acuerdo cuánto tiempo pasé limpiando frijoles, pero seguramente eran varias libras porque sentí eterna aquella limpiada. Detrás de aquel tipo se hizo una gran fila, eran varios, no recuerdo cuantos. A cada uno le dábamos un plato de plástico hondito con frijoles y arroz y dos tortillas... las tortillas las había hecho mi tía Melia, que vivía a la par de nosotros. 

"Estos son los que caminan en el techo en la noche" pensé. 

Comieron en el patio de enfrente de la casa, habían dos muchachas, esto también fue una sorpresa... no sabía que habían mujeres en la guerra. O tal vez si sabía, pero nunca había visto a una en persona. Cuando se tienen doce años es demasiado inocente. 

Mi hermana era la que más preguntaba dónde estaba mi papá. Yo solo recuerdo que lo extrañaba demasiado, más cuando me veía el dedo quebrado y mi tía me cambiaba el entablillado con un palito de paleta, pero no preguntaba por él, a lo mejor no quería malas noticias. No importa ya. 

La noche del 13 sucedió algo que nunca voy a olvidar en la vida. Estábamos durmiendo (o tratando de dormir) en el cuarto que compartíamos con mi hermana. Mi mamá había puesto un colchón parado frente a la ventana y habíamos metido la mesa del comedor al cuarto, bajo de ella pusimos un colchón y ahí nos acurrucábamos las tres. La ventana del cuarto daba al patio, donde había una escalera que nos permitía ir a tender en el techo, pero que por "la situación" habíamos bajado, un par de árboles de marañón nos daba sombra y toda la variedad de plantas que criaba con primor mi mamá, ah... si... también los barriles donde guardábamos agua. No sé qué hora era, solo sé que las noches, cuando se tiene miedo son demasiado largas. En algún momento de la madrugada se oyó un ruido demasiado fuerte, como si algo muy pesado cayera desde el techo. Desperté a mi mamá, en realidad ella también había escuchado el ruido y ambas temblábamos, solo que ella se contenía en su habitual imagen de mujer recia. No me dijo nada, solo me hizo una leve presión sobre la nuca con su mano, para que me volviera a acostar, "sshhhhuuuu" me susurró y yo obedecí. Me quedé inmóvil pero no pude dormir.

Creo que ella creyó que estaba dormida, no nos podíamos ver los rostros, no había energía eléctrica, creo que decidió no salir a ver qué sucedía hasta que la luz del día la ayudara a no estar tan desprotegida. También ella se acostó, Lorena estaba en medio de ella y de mí. Nunca he podido dormir con alguien al lado, y menos dormir si me abrazan, ahora de adulta he podido habituarme a momentos así pero cortos. Aquella madrugada ha sido la única vez en la que soporté horas en sea posición. 

Cuando el sol empezó a dejar sentir su luz mi mamá se levantó, yo me levanté atrás de ella, no sé si ella lo escuchó, pero yo recuerdo perfectamente que una media hora antes de eso había escuchado gemidos, como un llanto que no quiere salir, pero que no soporta ser retenido y entonces sale quedito. Como cuando lloré dos noches antes por el dolor y la soledad. Exactamente así. 

Mi mamá abrió la puerta del patio, llevaba en una mano una escoba... como si eso fuera una gran arma y yo iba detrás de ella, cuando me sintió los pasos me regañó con su cara de enojada, de esa manera que tenían las mamás de antes de regañarlo a una sin palabras. Me hizo un gesto de "regresate al cuarto" y yo solo menié la cabeza con un no necio. Siempre he sido necia dice mi mamá, incluso ahora que ambas somos adultas. 

Al abrir la puerta, arrimada a uno de los palos de marañón estaba una mujer. Estaba herida. Una bala le había entrado en la parte de atrás del muslo derecho. Era una de las muchachas que una tarde antes había comido de nuestros frijoles y arroz. No dijo nada, solo vio a mi mamá y creo que le dio alegría verla. 

Mi mamá ha trabajado en un hospital toda su vida, incluso antes de que yo naciera. Se imaginarán que en nuestra casa siempre ha habido un kit hospitalario muy bien equipado... gasas, vendas, antibióticos y analgésicos. Entre las dos la levantamos del piso y la llevamos a la cocina. El lugar más cerrado y escondido de la casa. Ahí la pusimos en una silla y le dimos, primero, un vaso con agua... luego mi mamá se encargó de curarle la herida, con el mismo primor con el que me curaba cada noche el dedo que ella misma me quebró. 

Le pregunté como se llamaba... "Maricela" me dijo. Pero en aquel entonces yo no sabía que eran los pseudónimos, ni que era una costumbre entre los muchachos no decirse los nombres, así que a saber cómo le había puesto su mamá al nacer. Talvez Lupe, o Flor, o Mariana... María o Teresa. Que feo ha de ser vivir con otro nombre que no es el de una.  

Era colocha, tenía el pelo alborotado, era chele y sus ojos eran oscuros, andaba toda careta y a saber desde cuándo no se bañaba. Le estaba dando una taza de café caliente cuando le escuché las tripas rugiendo del hambre. Con una mirada severa mi mamá me indicó, sin palabras otra vez, que le hiciera algo de desayuno a la mujer. Plátanos fritos, frijoles y unas galletas. Se levantó mi hermana y mi mamá no la dejó entrar a la cocina, la mandó a jugar con mis primos a la casa de mi tía. 

"Quiero hablar con vos y con Alfonso" le dijo mi mamá a mi tía... Alfonso era el marido de la hermana de mi papá. Cuando llegaron a la casa mi mamá les contó que tenía a una mujer herida en la cocina y que no sabía qué hacer, no la quería en la casa, por nuestra seguridad, además la fuerza armada había dicho que iba a subir el cerro donde vivíamos y que iban a catear las casas. Mi tío, que siempre fue comerciante, tenía un furgón que por cuestión de seguridad para ambas casas, lo había parqueado atravesado, de forma que el furgón era una barricada alta y fuerte frente a nuestras casas. "Yo digo, comadre... que la pongamos en el furgón mientras vienen sus compañeros a traerla o si pasa la Cruz Verde la podemos mandar a un hospital como civil". 

Resumiendo el cuento, Maricela fue trasladada por mi tío al furgón cuando se hizo oscuro. Habían puesto una colchoneta en el piso del furgón y unas frazadas, mi mamá le hizo una caja con pastillas, una lámpara y unos panes con frijoles y unos mamazos. Ahí durmió la muchacha. 

A medianoche se escuchaba que los soldados venían subiendo la loma, como era su costumbre venían haciendo ruido, como diciendo... "ya llegamos, no teman infames civiles". Con un altavoces dijeron que iban a pasar por cada casa. Mi mamá, mi hermana y yo ya estábamos en el cuarto donde buscábamos protección cada noche. Esa noche Lorena estaba muy intranquila, abrazada a mi mamá le preguntaba mil cosas. A mi, honestamente, ya me tenía algo abatida aquella preguntadera. Nunca he tenido mucha paciencia o quizá también tenía miedo y no sabía cómo abrazarme a mi mamá. 

En un momento de ruido y confusión, los soldados vieron a unos guerrilleros que iban en guinda sobre los techos de las casas del otro lado de la calle, hubo disparos por supuesto y luego alguien gritó que pondrían dinamita al furgón. Pensé en Maricela, pero no dije nada, solo pensé que estaría asustada y con miedo, pero peor aún... estaba sola. 

Recé. Porque en esa época y a esa edad, rezar aún es una opción. En medio del caos escuchaba a mi tío que les gritaba a los soldados desde su casa, diciéndoles que no estallaran el furgón, que habíamos 8 niños y niñas en ambas casas, dos mujeres y solo él de hombre. El daño a mujeres y niños, aún en la guerra, es lo más bajo... al menos en aquel tiempo. Recé y me di cuenta que mi mamá también murmuraba una oración. Mi hermana lloraba. 

No recuerdo qué pasó, solo escuché que de repente escuché pasos corriendo, los soldados se iban. A lo mejor seguían a los guerrilleros que los alejaban del furgón, donde sabían que estaba Maricela. Me pregunté si Maricela tenía hermanos y un papá y una mamá. Me pregunté si estaba rezando también. 

Al amanecer del 15 pasó algo extraordinario para mí. Mi papá regresó. Llegó chuco y despeinado, para entonces todavía tenía una melena de fuertes cabellos cafés, venía barbado, nunca lo había visto con barba, siempre ha sido muy disciplinado con eso de la rasurada. A lo mejor por su trabajo en un banco. Tal vez porque a mi mamá nunca le han gustado los barbudos o a lo mejor porque no nos gustaba, a Lorena y a mí, que nos raspara con sus pelitos de guisquil, así les decíamos a sus vellos espinudos del rostro cuando un día no se rasuraba. Llegó y aún con barba lo abracé y le dejé que me chineara para poder arrecostar mi cabeza en su hombro como siempre lo hice siendo una niña pequeña. El mundo se podía acabar, él estaba con nosotras. 

Pero el mundo no se acabó. Pero casi. 

Mi papá traía malas noticias. En su trayecto pudo confirmar varios rumores, la fuerza armada iba a bombardear la zona, los aviones y helicópteros estaban listos. Iban a "fumigar" la zona, teníamos unas horas para buscar un lugar seguro para pasar la noche. Mi tío Alfonso tenía un hermano que vivía en la misma colonia, solo que como a un kilómetro de distancia, esa casa era de dos plantas; ambos, mi papá y mi tío Alfonso consideraron que era el lugar más idóneo para buscar refugio. En la tarde llegaron los muchachos, el mismo barbudo de antes se llevó a Maricela, nos dijo adiós y se fue renqueando, apoyada en su compañero. Iban rumbo a la parte más alta de la colonia. Nosotros, en gran caravana de niños... yo era la mayor de todos, el más chiquito tenía tres años, junto a nuestros padres nos fuimos a la casa del tío Beto. No éramos las únicas familias ahí. La enorme casa estaba atestada de gente. No cabía más. Beto, hermano de mi tío Alfonso tuvo que decirle a una gente que ya no podía darles refugio, no había donde. 

Aquella noche del 15 pasé en vela, no pude dormir ni un momento, lo recuerdo tan bien. Muchas veces tendría noches como esa, en las que mis ojos se niegan a cerrarse. Aquella noche se negaban a cerrarse, pero ya no sentía miedo, era otra cosa. Era estar alerta. La casa del tío Beto era su casa, pero también era un almacén de granos básicos, esa era la razón de que la construyeran grande, toda la parte de abajo eran bodegas. Pasamos la noche rodeados de ratas y sacos de yute. Mi mamá se arrinconó con Lorena, quien no podía dormir si no estaba abrazada a ella, bajo una mesa. Yo me senté a su lado, pero pronto me aburrí, me levanté y me fui a buscar a mi papá. Todos los hombres estaban en la terraza, bajo el alerón de hormigón de la segunda planta, los más valientes (sumado a que ya no cabíamos) estaban en la segunda planta, mi papá estaba sentado en un tronco de madera con funciones ornamentales, pero que debido a la multitud en la casa él había tomado como asiento. Me acogió en su regazo y me quedé en silencio con él. Entonces lo vi.

Es lo más espantoso que he visto en mi vida. Aún más espantoso que mis habituales alucinaciones, era más espantoso porque era real. 

En medio de la noche, de aquella oscuridad, se escuchaba un helicóptero pasar y aviones... en medio de esa oscuridad, donde no recuerdo si habían estrellas, de repente, ante mis ojos apareció una lluvia de fuego. Eran trazos cortos de color rojo. Mi papá me explicó que eran balas. Era como una línea de clave morse, dirigida a ciertos lugares. De esos mismos lugares subía otro trazo de balas con dirección al helicóptero. De pronto. Una bengala y su claridad artificial. Vi la cara de mi papá en ese instante. Estaba llorando, con ese llanto de hombre en el que solo se salen las lágrimas y no hay más prueba del llanto que esa, de los ojos les manan lágrimas. Siempre he admirado a los hombres por su manera de llorar. 

Ahí estábamos abrazados cuando llegó el tío Beto. Andaba buscando a uno por uno a todos los jefes de familias, les decía que a cada que encontraba que al amanecer la cosa estaría peor, que la orden de los soldados era arrasar. Mi papá me mandó de nuevo donde mi mamá y yo le obedecí, sabía que debía hablar con mi tío Alfonso, nada se hacía si las dos familias no se coordinaban juntas. Nada. 

A las 6, cuando el toque de queda terminó nos agarraron a todos los críos y regresamos a la casa, me impactó ver las macetas de mi mamá totalmente destruidas por las balas, la orden era... agarren lo que puedan, solo ropa y comida. La decisión era irse en ese instante. Intentaríamos irnos en el furgón, pero si nos detenían y lo confiscaban... nos iríamos a pie, la idea era llegar a los Planes de Renderos, a la casa de mi tía Isabel, hermana mayor de mi mamá. Ella, mi tía, trabajaba como ama de llaves de una familia oligarca. Era el lugar más seguro que encontraron mis papás. En total éramos 8 niños y 4 adultos. Muchos vecinos al ver que nos marchábamos nos pidieron ray, así que en un conteo rápido que hice íbamos alrededor de 25 personas. 

Para llegar desde Mejicanos hasta Los Planes nos tardamos más de 3 horas. Entre registros de la guerrilla, entre los retenes de los militares, entre dejar gente y recoger gente por el camino. 

Cuando llegamos a casa de mi tía nos recibieron con abrazos y cara de desastre. Tuvimos suerte. Entre la noche del 15 y el mediodía del 16 se registraron los combates más fuertes en la zona de mi casa y en el camino vi más muertos de los que una niña de 12 años tendría que ver. Aún recuerdo el cuerpo de un hombre, guerrillero, los soldados lo habían metido de cabeza a un recipiente donde la gente sacaba la basura para que el camión se la llevara, solo se veían las piernas asomando. ¿Cómo es posible?, pensé. Habían hecho un cartel con un cartón de caja de pastel, con algo escribieron "perro comunista". ¿Cómo es posible?

Mientras veía gente ir y venir en el camino, pensaba en Maricela. Nunca más la vimos, en realidad no había por qué verla de nuevo, ni a ella, ni al barbudo, ni a ninguno de su grupo que comió frijoles y arroz en nuestro patio.

La mañana del 16, al llegar a casa de los patrones de mi tía, la niña Carmencita (matriarca de esa familia), mi tía y la Chavelona (otra mujer que trabajaba ahí) nos revisaron a todos los niños, para confirmar si no íbamos heridos, a cada revisado le daban un vaso de leche y un paquete de galletas, esas que en ese tiempo solo se veían si las traían de algún viaje a Estados Unidos. A mi me revisó mi tía Chave, al verme el dedo entablillado me preguntó cómo me había hecho eso, le dije que me había golpeado bajando una caja del pantri de la casa, que eso había sido el sábado en la mañana, antes de la guerra. Me llevó donde el patrón, que era doctor de profesión. Fue él el que dijo que era una quebradura. No podían llevarme al Bloom, así que seguí entablillada, solo que ahora con un vendaje más propio de un doctor. Estaba untándome algo para el dolor, cuando vi la noticia. El doctor estaba viendo la tele, esperando ver noticias cuando yo aparecí en su estudio. Las noticias empezaron y fue cuando volví a preguntarme "¿Cómo es posible?" al escuchar que habían matado a unos jesuitas.  

El doctor sabía que yo estudiaba en el Externado. Había pasado a sexto grado y sobre todo, sabía que ya entendía qué era eso de homicidio. Vio que se me llenaron los ojos de lágrimas y adivinándome el pensamiento me dijo.... "no son los curas de tu colegio". Aún así seguí llorando. Salí de la casa y me fui al patio donde estaba toda mi tribu y le dije a mi papá lo que había visto en las noticias, me abrazó y me dijo lo mismo que el doctor... "no son los de tu colegio", no entendía que me dijeran eso... igual los habían matado, a unos sacerdotes, no importaba si eran o no eran del colegio, estaban muertos. Pensé, si matan curas, pueden matar a cualquiera. 

Pasé en silencio todo el resto de la tarde, llegar a los planes era reencontrarme con el Chele Vicente, papá de mi mamá, mi abuelo se dio a la tarea de llevarme a su tomatera y contarme cuentos del Cipitío y cosas lindas para distraerme. Al empezar a caer la noche me llevó a su "cocina secreta" que estaba en medio de sus plantaciones, me dio café de maíz en jarras de barro y nos fuimos a sentar en una gran piedra a ver el atardecer hermoso desde aquella colina, podíamos ver San Salvador iluminada por las últimas luces del sol. Me dijo algo que me tranquilizó un poco... "si viste muertos, no estés triste por ellos, esa gente ya no sufre". El silencio de mi abuelo y el olor del bambú que nos rodeaba me dieron un poco de paz. 

Aquella noche, por primera vez en una semana pude acostarme en una cama. Sola. 

Esta mañana, al abrir los ojos, descubriéndome sola en mi cama recordé todo esto. Cada detalle, cada olor, cada dolor, cada miedo. Como si tuviera 12 años de nuevo, como si estos 36 años que ahora vivo fueran un sueño. Como si el tiempo diera vueltas en redondo, como dice Úrsula Iguaran. Pero no es cierto. Mi abuelo murió hace años, la guerra terminó, nació Gabriela, me gradué del colegio de jesuitas y me fui a estudiar a la universidad donde mataron a los otros jesuitas, dejé de rezar, sigo sin poder abrazar a mi mamá y la mente me ha ido mutando poco a poco, a veces pienso que es bueno, a veces no sé. A lo mejor soy una cobarde. A lo mejor. 

Hace 24 años pasó todo esto y a veces... pienso que nada ha cambiado.

martes, 12 de noviembre de 2013

Inseguridad

Mi país se está desquebrajando, me lo dijo hoy Tatiana. Por supuesto ella me lo decía en un contexto bien particular, pero cualquier salvadoreño promedio puede decir lo mismo en cualquier circunstancia, en especial si hacemos referencia a la seguridad.

Hoy, influenciada por más de una semana de no dormir bien, he andado más paranoica que de costumbre. En tiempos así me obligo a entrar en calma y hago ejercicio de respiración cuando creo que algo va a pasar y nada que ver. Sin embargo, a veces no es así, si existe una circunstancia real y palpable de inseguridad.

Vivir sola me obligó, desde hace diez años, a no sucumbir al miedo... y aunque tengo una red de apoyo bien armada por si acaso trato de que las alarmas no se activen a menos que sea necesario. 

Hoy venía del trabajo, cansada y un poco desanimada, pasé a tomarme un café con Manuel, porque platicar con mi amigo siempre me hace reír y olvidar, por un momento, que a veces no van tan bien las cosas. Pues venía para mi casa cuando empecé a escuchar sirenas de patrullas, como me he propuesto a caminar un poco más, venía subiendo por la calle principal y vi pasar a toda velocidad una patrulla y luego otra y luego otra... se escucharon unos disparos y mi mente - inmediatamente - se obligó a pensar que eran solo cuetes. Es una mentira.

Apresuré el paso y cuando estaba por llegar a la esquina de mi pasaje cuando vi otra patrulla, iba tan rápido y con sirena abierta que ni siquiera se dio a la tarea de rodear el redondel, sino que de una vez se fue en sentido contrario para agarrar el boulevard. 

Llegue a mi casa y cerré la puerta. Con llave. 

A lo lejos seguía escuchándose un murmullo feo, como de gente que no está en la calle, sino que como yo, está en sus casas comentando que a saber qué ha pasado. Yo no tenía con quién murmurar. Aún así, como le avisé a Miguel que ya había llegado a casa, le comenté de las patrullas, por supuesto... él que es un hombre ecuánime y sosegado... ni caso me hizo.

Me despojé de la ropa, los zapatos y los miedos. Estaba en casa. Me acosté porque así me lo había prometido, acostarme inmediatamente llegara y trataría de dormir. La vida se ve un poco mejor desde mi cama. 

Dormí dos horas y media... cosa que agradezco a mi naturaleza. Cuando abrí los ojos recordé el hecho policial y que en realidad nunca supe qué había sucedido, como me ha pasado desde que vive conmigo, pensé en mi hermana y en que viene noche, de madrugada a veces, del trabajo. Hace unas semanas sucedió lo mismo, se escucharon unas motocicletas recorrer la calle que pasa frente a mi casa y luego unas patrullas, sirenas abiertas y a toda velocidad. El resultado fue que los perseguidos se accidentaron y uno de ellos murió. Fue justo a la hora en que Gabriela regresa del restaurante, cuando llegó me dijo con sus ojos de platos soperos que vio el accidente. No le dije nada, pero estaba aliviada de verla entrar a la casa sana y salva.

Sabía que anoche no iba a coincidir su llegada con la persecución de turno, pero al despertar a las 11 pm no pude evitar pensar en lo sucedido. Creo que el asunto de la inseguridad no solo pasa por el eje de la criminalidad y sus estadísticas, sino por la sensación que tiene cada persona de la seguridad/inseguridad. Es feo.

Quitando el hecho de "sentir miedo" es pensar que la vida es frágil y que cualquier situación, que no tenga que ver con vos, puede llevarte al hospital o a la morgue.

Como se imaginarán no pude volver a dormir, como me aburrí de estar acostada desde las 11, luego de escuchar que Gabriela llegó y que terminó su ritual pre-sonámbulo me entró una gran tranquilidad, pero igual no pude volver a dormir, así que me levanté a ver si escribía. Por supuesto, abrí la página de un periódico, ahí estaba ya, esperándome, la noticia de lo sucedido.

La cosa no fue lejos, a penas a dos cuadras de mi casa. Tres heridos, dos capturados. De los heridos, creo que dos eran peatones circunstanciales. Las noticias redactadas en turno nocturno tienen esa peculiar forma de informar sin informar del todo. Dos cuadras.

Lo sé, vivo en un país en el que, veinticuatro años después, siguen sonando las sirenas abiertas de ambulancias, patrullas y donde las balas vuelan y  alcanzan a personas que solo iban pasando. 

viernes, 8 de noviembre de 2013

A veces temo al mar.

Algunas personas que me conocen saben que no me gusta mucho ir al mar. Creo que solo Carmen se imagina el por qué real del hecho. Solo ella.

Excusas existen muchas: hace calor, el sol es insoportable y casi siempre hay demasiada gente. Si me propongo puedo sacar al menos otras tres excusas para no ir.

Confieso que desde marzo del 2007, a pesar de haber ido varias veces, solo he disfrutado dos veces. Posiblemente debido a la compañía en ambas ocasiones.

El mar me da miedo. No tanto por ahogarme en sus aguas, o de que me atrape y jamás me libere y cosas poéticas como esas, o por mis constantes sueños en los que estoy de pie frente a él y una enorme pared de agua se avalanza sobre mi o los sueños en los que veo sus aguas cundidas de cadáveres putrefactos.

El mar siempre ha sido un ente extraño en mi vida, recuerdo a mi papá que me llevaba en brazos cuando yo no pasaba de los tres años, me tomaba y me llevaba a sus aguas, porque simplemente a mi me daba miedo que la espuma del mar me tocara, él siempre me decía... es agua... no te va a hacer nada... no es que no le creía, es que mi naturaleza siempre me ha dicho que el agua, como los sentimientos, son traicioneros.

Ayer me llamó Carmen. Era para invitarme a ir al mar. Ella que sabe de mi miedo, que sabe que es lógico y que a veces (solo a veces) incontrolable, ella me dijo... "vamos... no hay que temer a nada" y luego pienso... tiene razón.

El mar me da miedo porque me dan ganas de morirme cuando lo veo, pero luego pienso que la muerte también es parte de la vida.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Cuando la tristeza ronda

De todas las emociones creo que la que más conozco es la tristeza. Quizá sea que me ha acompañado demasiado tiempo ya.

Existen toda una variedad de tristezas, están aquellas que son como lluvia fina y suavecita, como para recordarnos que tenemos piel, está la tristeza fuerte y dura, que nos duele y que nos provoca un llanto desmedido. También la tristeza a través del tiempo, que es aquella que aparece de cuando en cuando y que nos trae recuerdos que creímos olvidados. La tristeza del que se ha ido para no volver y de los que ya se fueron y que no quieren volver, la tristeza de caer en la cuenta que los cálculos nos han fallado. 

Los detonantes son tan distintos también, a veces la tristeza viene por un novio que es un patán, o porque no nos va bien en la oficina, viene pegada a la piel de una madre o un hijo, posiblemente también porque una está predispuesta a la depresión continua según una psiquiatra o porque el cielo tiene demasiadas nubes hechas girones. Porque se es incapaz de pedir una disculpa o por la incapacidad de poder perdonar algo que nos hicieron... aunque se deseara... Ciertamente la tristeza trae cierta pesadez, de la cual no sabemos ni cómo tratarla y en estados así solo quisieramos gestos o una palabra que nos hagan saber que todo estará bien. Que esta lluvia finita que nos moja en seco, que este viento que se lleva nuestras cometas demasiado lejos y las pensamos perdidas de repente se irán un rato y nos dejarán listos para cuando regresen.

Hoy estoy triste. Vos también... varias de mis amigas andan así y Gabriela también tiene un golpe de nostalgia. A lo mejor sea algo en el ambiente o que simplemente todos tenemos circunstancias particulares que nos dejan el corazón un poco estrujado. No importa. Te mando un beso y esta tristeza hecha canción. 


martes, 5 de noviembre de 2013

Cultura y otras cuestiones áridas en mi país.

Según Carlos Cañas Dinarte existen al menos 150 definiciones sobre cultura. Yo no sé si serán tantas, pero ciertamente toda la vida he tenido la disyuntiva de saber hasta dónde y de dónde podemos sacar un concepto "correcto" de Cultura.

Por suerte o por mala suerte desde bachillerato he estado más o menos cerca de las artes, en diferentes ramas y circunstancias, no todas esas ocasiones fueron buenas o constructivas, al menos si he sobrevivido. A pesar de que mi dui dice que soy escritora nunca me he considerado artista, sin embargo si me considero alguien que me gusta saber de arte. 

El sábado cenábamos con unos amigos y discutíamos sobre varios asuntos relacionados. Resulta que las tres mujeres del grupo de cinco personas hemos trabajado juntas en un proyecto artístico y cultural. Mis excompañeras de trabajo siguen en el rubro, yo me dedico a otro tipo de proyectos en la actualidad, más de orden social. 

Términos como "democratización del arte", "popularización del arte", "bellas artes vrs desarrollo cultural", "investigación antropológica y social del arte" y otros tantos salieron a bailar en la plática. Por supuesto hablamos de la mala gestión que ha tenido la Secretaría de Cultura de la Presidencia, la cual ha estado en paro desde hace una semana y casi ningún medio de comunicación ha reportado. Es triste saber que "el arte y la cultura" de este país está en manos que no han sabido gestionar adecuadamente para toda la población. Solo hay que ver que la oferta de las Casas de la Cultura son clases de manualidades y otras ofertas que si bien son buenas, no ayudan a fomentar al desarrollo de la cultura, como la lectura, la investigación y la apropiación de la identidad.

Pero todo esto pasa en el ámbito "público" de la cultura nacional... ¿y en el "privado"? Pues la cosa no mejora...

Resulta que el Centro Cultural de España, lugar autónomo en el que se ha fomentado el arte en casi todas sus expresiones desde hace años tuvo a bien a abrir La Casa Tomada, una especie de casa de la cultura bastante "elite". En este lugar se congregan los artistas contemporáneos "mas renombrados" (¿?) del país, sumado a que se ofrecen toda una variedad de talleres y actividades. Todo se ve muy bien, hasta que uno ve de cerca.

Como lo dije al inicio, nunca me he creído artista o parte de un colectivo artístico, aunque puedo compartir intereses y gustos con personas que si lo son. Por ende, casi siempre paso muy a la orilla de ese mundillo, sin embargo, hace un mes decidí que quería participar de un taller de encuadernación y de restauración de libros. Para eso, una debía enviar un mail para exponer las razones de querer participar. Envié el dichoso correo y me senté a esperar.

Un día antes de la fecha estipulada para iniciar el taller llamé para ver si había sido seleccionada ya que no habían noticias de parte de los organizadores, una voz cortante y mal educada me indicó que aún faltaba para la fecha de "comunicación" de los espacios a llenar. A una semana de esa llamada se "anunció" que por la escasa convocatoria se movería el taller una semana, que en cuanto tuvieran claridad de los participantes llamarían. Sigo esperando.

Dira el lector o lectora... "pero esto puede ser un hecho aislado"... lamento decir que no. No es la primera vez que yo, u otras personas conocidas intentan acceder a este tipo de formación cultural o artística y somos dejados para después. Sumado a otros hechos que dicen mucho de la seriedad de dicha institución, como la vez en que fuimos a una muestra de cine independiente con Miguel, cuya convocatoria era a las 6 p.m. y nos dieron las 6:45 p.m. y  no se veía modo de pasar, siquiera, del lobbie del cine.

Es peculiar el hecho de que para diferentes convocatorias de certámenes en esa institución se vean galardonados artistas muy vinculados a cierta jueza o que incluso trabajan en la institución.

u_u

El desarrollo artístico y cultural de mi país va mal. A veces dan ganas de mandar todos al carajo, pero resulta que una vocecita nos dice... si no fuera esto, no habría nada.

Es feo tener que cruzarce de brazos y saber que no habrá cine en el Muna porque hay huelga indefinida de SECULTURA o que no todos somos "los elegidos" de los que administran espacios culturales "independientes o privados".