jueves, 30 de octubre de 2014

La vida, las maravillas y lo cotidiano.

Miguel es mi copiloto, mi compañero de viaje, mi inquilino circunstancial, mi amigo, mi amante y el hombre que un día me encontró, se detuvo a leerme un rato hasta que agarró valor para escribirme y aquí estamos, celebrando un tercer cumpleaños juntos.

A veces no lo entiendo, es demasiado frío y calculado(r), su ser metódico me desconcierta y me da miedo cuando se pone nazi en ciertos temas, pero luego viene su parte tierna, solidaria y comprensiva y pesa más que todo lo malo (suyo o de las circunstancias).

Estoy casi segura que ya había sido así con sus anteriores parejas, no me molesta. En cambio, para mí, encontrarlo implicó primeras veces que a veces siguen sorprendiéndome, porque no fueron a nivel físico, pero si en un área que jamás exploré en serio. Hago planes con él y dejo que él haga planes conmigo, eso... querido mundo, es más de lo que pensé que alguna vez haría. Hay muchas cosas que todavía tenemos en el tintero, pero tenerlas pendientes me da la seguridad de que seguiremos buscando la manera de seguir viviendo los días de la mejor manera: apoyándonos.

Y si quieren nos ponemos menos románticos e idealistas, porque honestamente idealizar a este hombre es imposible, tiene mal genio, es megalómano y a veces sospecho que ha de ser una especie de sociópata, tiene defectos horribles, pero lo que me gusta es que aprendió a manejarlos, ha criado a cuatro personas que cada vez se acercan a la adultez y sé que los mira y se siente orgulloso en varios niveles y facetas, a mi me enamora cada vez que me cuenta detalles de sus infancias, sus pasadas y ocurrencias. Me deja ser parte de su vida... y él ha hecho maravillas en la mía, no crean que nuestra relación es un cuento de hadas, plagado de centellas multicolores y con una banda sonora romántica-empalagosa. No. Es lo más normal de lo que se puedan imaginar. Esa maravilla que Miguel ejerce en mí radica en recordarme (casi constantemente) que yo soy una persona con muchas capacidades, más fuerte que mis propios miedos, que logro hacer cosas buenas y que las malas las puedo corregir; radica en recordarme tomar medicinas, en darme un beso antes de dormir, en insistir en que use el excel (aunque lo deteste), en hacerme un poco de burla para que mi sentido competitivo se active y logre dar más en nuestras discusiones; radica en acunarme y a veces en sacudirme, en acompañarme en mis tristezas y aflicciones familiares y resguardarme de dolores innecesarios. Radica en ir al mercado y cuidar mi alimentación balanceada, en no intentar cambiarme en alguna forma, precisamente eso, es lo que me ha hecho más feliz e irónicamente, lo que más cambios en mí ha provocado.

La vida llegó hace 48 años para Miguel, en #UnDíaComoHoy...  y estoy feliz de que, en medio de todo lo que lee a diario, me haya encontrado hace casi 3 años. Solo espero que podamos celebrar más octubres juntos.


lunes, 27 de octubre de 2014

Los adioses que no se dan

El sábado pasado me avisaron que una profesora que tuve en el colegio murió. Además de haberme dado inglés por tres años y ser la mujer que ha hecho maravillas conmigo sobre un idioma extranjero, fue también mi compañera de trabajo durante casi 9 años. 

Pensé en ir a la vela un rato, pero mi timidez y mi ser huraño me ganaron y al final no fui. La verdad, me da un poco de miedo reencontrarme con un pasado que me costó trabajo perder. Soy una tonta, lo sé.

Me quedé pensando en la fragilidad del ser humano, de repente podes ya no estar. Leyla, mi profesora de inglés, tenía 71 años y según lo que entiendo tenía ya varios meses de estar con problemas de salud. Es "lógico" que la gente mayor muera, no somos eternos, lo sé. Pero, ¿cómo nos enfrentamos a la muerte? Casi nunca estamos preparados. ¿Cómo apreciamos a aquellos que  nos han enseñado tanto? No me refiero solo a un conocimiento académico, sino a esos pequeños-grandes consejos que ayudan en algún momento.

Leyla se fue, no me despedí en persona, pero si tuve un momento en el que pude recordar todo lo que me enseñó esta mujer, que en su sencillez, en su vida cotidiana-normal, hizo grandes aportes a la vida de muchas generaciones, casi 35 años batalló con adolescentes y jamás voy a olvidar cuando me veía corriendo por los pasillos del colegio, siempre atareada y me decía... "Calma, Karlita". 

jueves, 23 de octubre de 2014

Amo las palabras

Quisiera recordar cuál fue la primera que pronuncié, sería maravilloso retroceder en el tiempo y verme de pocos meses, balbuceándole a mi mamá lo primero que aprendí a decir. ¿Por qué? Porque es parte de lo que soy. 

Amo las palabras, decirlas, escucharlas, escribirlas y leerlas... siempre me han parecido maravillosas porque son ellas las que nos transforman como personas... somos viles, groseros, desconsiderados, horribles o somos buenas personas con ellas. También (y eso es lo que nos pasa a casi todos) podemos ser ambos tipos de personas. Todo, por decirlas. 

Con esas palabras que tanto he amado desde siempre, incluso cuando no las digo, he logrado todo lo que soy como persona. He dicho verdades y he mentido también, he dado alivio y he dañado. He hecho tantas cosas con ellas. 

Y existen algunas que son mis favoritas: Violeta, compasión, comida, café, oreja, alegría, nube, amor, libro, música. Otras son nombres que me encantan y que son parte de mi repertorio casi diario, cuando menciono al hombre que me abraza, al recordar a mi sobrino, al contar quiénes son las personas que admiro. Sus nombres también me han forjado.

Hoy cumplo 37 años y durante mucho tiempo estuve buscando o pensando la razón de estar aquí, de ser la hija que soy, la hermana que ha fallado en tantas maneras, de haber estudiado esto que "no me sacará de pobre" pero que me enriquece tanto, de haber encontrado a Miguel, precisamente, por las palabras que escribo, de tener a los amigos que tengo. No crean, no encuentro todavía esa razón, creo que estoy lejos de conocerla, pero de algo si estoy segura, estoy agradecida. 

Amo las palabras, son un magnífico recurso para decir que estamos vivos y que es maravilloso, aún con los sustos por los temblores, los sapos y la muerte ajena, aún con las soledades atroces, aún con el dolor corporal, aún con las cosas que tengo que solucionar, no importa. Este día he abierto los ojos de nuevo. 

miércoles, 15 de octubre de 2014

El amor en tiempos del terremoto...

o 60 segundos que no son aptos para acordarse que se está sola.

Debo hacer una introducción a este texto: desde mis 8 años temo a los temblores. Me dan pánico.

El primer terremoto del cual tengo consciencia es el del 86, estaba en segundo grado y tuve que ver el edificio del colegio donde estudiaba en estado ruinoso. Ese día, el 10 de octubre de hace 28 años mi mamá se salvó de morirse en el derrumbe del edificio Rubén Dario. Aquel día no fue a trabajar y me había prometido llegar a traerme al colegio al mediodía y llevarme a comer sorbete. Cuando tembló, iba hacia el colegio a cumplir su promesa. Claro, no comimos sorbete, pero abrazarme a su cintura me dio la certeza que no importaba cuánto se moviera la tierra, en medio del caos y el pánico que me tocó vivir aquel mediodía, viendo a miles de niños y niñas llorando del susto, profesoras esforzándose por no perder los estribos y bachilleres organizándonos en grupos para sentarnos en la cancha central del colegio y rezar, no importaba nada de eso, abrazarme a ella me dio la certeza de que estaba segura.

Luego la vida me tuvo que enseñar, ya siendo profesora, a calmarme, a no llorar, a abrazar a otros niños y adolescentes a la hora de la emergencia cuando la tierra volvió a soltarse en el 2001, dos veces. El rector del colegio, donde antes había estudiado y que en ese momento me daba trabajo, en su sabiduría me curó la histeria de la mejor manera: me puso a cargo de una función en los comités de emergencia. Siempre he pensado que eso, darle una responsabilidad a alguien, le cura a cualquier los miedos, las inseguridades y también la pendejez. A cualquiera. Así que fue así que aprendí a contenerme y no salir corriendo y ver que los alumnos se organizaran para no acabar lastimados y atender a los pequeños que no tienen control de sí y terminan llorando como cuando yo, a los 8 años, terminé llorando sin terminar de entender por qué esta tierra parece hamaca. Nuevamente, abrazarme a otras personas calmaban a mi corazón.

Segundo acto

El lunes llegué temprano a mi casa, hice lo que me gusta.. cené y me quedé viendo televisión. Jugué con Tolstoi y noté que andaba todo inquieto, como escondiéndose, cuando salía andaba buscando pleito conmigo, recordé que no lo he llevado a su castración y supuse que su violencia era generada por el torrente de hormonas.

9:51 p.m.

Cuando empezó a temblar no me alarmé (tanto), pero al ver que no paraba, que iba en aumento, me puse de pie y caminé hacia la puerta de la sala, a penas son unos cuantos pasos, pero era difícil darlos. Tolstoi había salido de su escondite y estaba en medio de mis piernas, tratando de sujetarse a mi piel y maullaba a gritos, yo también quería gritar, pero ¿a quién? Estaba sola.

El ruido de las cosas al caer, las mamás arriando a los hijos, los hombres en histeria colectiva regañando a todo los que se les pusiera en frente, las llaves de las puertas de los pasillos del edificio sacando el pasador, el tropel de gente corriendo por las gradas, todo eso me recordó que estaba en la segunda planta y recordé el instante en que decidí vivir en un edificio de cuatro plantas... me odié.

Todo esto en sesenta segundos, cuando logré caminar, seguía temblando yo. Llegué a la puerta del apartamento y me costó abrir porque el temblor la desniveló, cuando al fin pude, vi a mi vecina, cartera en mano, enfundada en pijama y con cara de espanto. Jamás habíamos cruzado palabra, pero en ese instante me dijo "niña, salga... hay que bajar". Entonces fue cuando pensé... "fue un terremoto".

Regresé al apartamento, levanté el teléfono y marqué a casa de Miguel, a la casa de mi mamá, las líneas totalmente caídas, fui a buscar la maleta para meter a Tolstoi y a buscarlo, tuve que sacarlo a arrastras de debajo de la cama y lo metí a su maleta. No quería, luchó y me pegó un par de arañazos en defensa propia, tuve que gritarle para que se calmara, o para calmarme y terminé de meterlo a la fuerza, cerré y tomé mis llaves. Cuando volví a salir al pasillo, vi que mi vecina iba pasando frente a mi apartamento, en un extraño deja vú, solo que ahora se había cambiado la pijama y vestía pantalones y una camiseta, bajamos. Creo que fuimos las últimas.

Abajo había caos: un par de mujeres lloraban, las mamás abrazaban a sus hijos pequeños, los adolescentes reían nerviosamente y hablaban gritando y algunos hombres mostraban la serenidad requerida para ser padres de familia. Uno chineaba a una niña de pocas semanas de nacida, al fin conocí a la bebé que nos desvela con su llanto a media madrugada. Ahora dormía. Yo no tenía a nadie a quien abrazarme. No sé si del miedo o de soledad pero hice lo que el instinto me mandó, empecé a caminar hacia la calle. Caminé, con suerte la energía eléctrica no se fue y había luz, patrullas y ambulancias se movilizaban con sirenas y luces abiertas. Abundante gente en la calle, no me dio miedo o creo que ya no me quedaba. Los vigilantes de la fábrica cercana estaban todos en la calle, rifles en mano, pero más que a la defensiva, abrazándolos, yo abrazaba la maleta de Tolstoi. Cuando mi mente se despejó un momento caí en la cuenta que caminaba en rumbo a la casa de la única persona con la que puedo contar en un kilómetro a la redonda, Miguel.

Me detuve. Vi la calle que a esa hora es tan oscura y sola, ahora estaba iluminada y la gente en la calle la mantenía en con suficiente ruido como para volverse a asustarse, no por ellos, pero volví a asustarme. ¿Cómo llegaría ahí? Seguramente él estaba ocupado en consolar o serenar a sus hijas, en ver que su primogénito regresara a salvo a casa y que el buen G. saliera de casa porque seguramente le habría dado hueva salir o al contrario... estaría con el estoico aspecto de los adolescentes callados, pero por dentro asustado. Me regresé. Supe que no podía irrumpir.

Es difícil sentirse sola, no tener a quién abrazarse. Al menos a otro ser que no solo diga miau. Cuando ya estaba de nuevo frente al edificio me di el lujo de llorar. Las primeras noticias empezaban a circular en voz alta... 7 punto y algo, con epicentro en oriente. Pensé en mi hermana que vive en Ilobasco, luego en mi familia, que estaba segura que estaban más lejos del epicentro y pensé en Miguel y sus cuatro pollitos. Pensé también en mi y en lo estúpida que soy. Por sentir miedo, por sentirme sola y por no saber qué hacer a la hora de las emergencias; me metí las manos en la bolsa y me di cuenta que solo tenía veinticinco centavos y las llaves. Solo eso. Ni identificación, ni nada que me ayudara en caso de que temblara fuerte de nuevo. Ahí estaba, cuando las lágrimas al fin se me soltaron. Es feo sentir desamparo. En eso empezaron a caer grandes gotas de lluvia y noté que alguien me hacía señales desde el parqueo de abajo de los edificios, era mi vecina... "Vecina, vecina... véngase para acá" me gritaba... caminé hacia aquella desconocida y al llegar me dijo con seriedad y un poco de molestia... "¿Qué se había hecho? Estuve buscándola... no entre al edificio, pueden haber réplicas, vámonos para el carro, más que ya empezó a llover".

No la abracé porque sigo sin poder tener actos de afecto con desconocidos, pero ganas no me faltaban.

Tolstoi y yo encontramos con ella un rato de consuelo y un lugar seco y cerrado para pasar la lluvia. Ella, mi vecina, también vive sola. Ella pudo hablar con su familia y me ofreció su celular para contactar a la mía, pero fue inútil. Nos quedamos conversando, cuando vimos que todos los vecinos habían entrado a sus apartamentos, también nosotras regresamos.

Tolstoi durmió en su maleta, por si tocaba salir corriendo de nuevo en la madrugada, yo no pude dormir, hasta entrada la noche pude hablar con Miguel y con mi papá. Luego las amistades más cercanas se acercaron más vía internet. Fui calmándome. Recordé que aunque el temblor me agarrar estando sola, no lo estoy en el fondo, pero como decía un viejo amigo.. "a la hora de una enfermedad y un temblor es que los salvadoreños vemos quién es quién". Tan sabias sus palabras.

jueves, 9 de octubre de 2014

Vivir sin celular

"¿Aló?, si... no.... ella no tiene más este número"

Tengo casi dos semanas de no tener celular. Puedo decir y asegurar que los primeros tres días fueron horribles, no me encontraba, ni encontraba a los demás.

Estamos acostumbrados a la inmediatez, a lo instantáneo y a lo soluble. Estamos bien jodidos.

Paralelamente, descubrí que mi violeta tiene ahora 5 flores, tuve que esperar casi 8 meses para que floreciera de nuevo, me alegra verla cada mañana engalanada con ese color morado fuerte, es preciosa en serio, esa planta a soportado casi de todo, cuando el años pasado me la regalaron para mi cumpleaños, me dijeron que era tremendamente delicada, cuando me lo dijeron pensé "ya se me murió", pero no... soportó una caída desde la segunda planta, las travesuras de Tolstoi, el hecho de que se me olvida (de vez en cuando) regarla y otras tantas cosas.

Otro caso importante que implica la NO inmediatez es que ahora me tardo cerca de una hora para trasladarme a mi trabajo, antes agarraba un bus y en 10 o 15 minutos estaba en mi ex oficina, ahora si tengo suerte llego en unos 45 minutos, en la mañana, pero en la noche... ya me he tardado hasta una hora y media. entre el tráfico y buscar rutas alternas.

Vivir sin celular es estar consciente del tiempo, del tiempo que invertimos en esperar. Antes les dije, los tres primeros días fueron horribles, no lograba comunicarme "rápido" con mi gente (que son prácticamente Miguel, a veces mis papás y algunos contados amigos), pero luego de casi dos semanas todo está bajo control. En la noche, cuando aterrizo a casa, le envío un old fashion mensaje a Miguel vía web y ya. "Ya en casa" escribo y me relajo de saber que él se relaja, porque lo comprendo, este país está lleno de inseguridad y no sabes si vas a regresar con bien.

Confieso que desde ayer estoy considerando dejarme así, sin celular. Uno se hace más creativo y recuerda la importancia del respeto del tiempo ajeno (en el caso de quedar con alguien más para reunirse), se hace menos dependiente y el tiempo discurre en otras cosas: leer en el bus, ver las plantas florecer (y no tomarles foto para subirlas a instagram) ver atardeceres o simplemente contar las gotas de lluvia que caen sobre el vidrio del bus mientras viajas a tu casa.

Como ejercicio, en realidad es bueno.

martes, 7 de octubre de 2014

Una cuestión peluda

Quiero cortarme el pelo.

La mujer que no ha vivido con el cabello (realmente) largo no entenderá mi posición. A estas alturas del partido solo la razón ha evitado que agarre una máquina y me pase la 0. Sí, así de drástico, porque resulta que eso de "tan chulo tu pelo" no es suficiente para resarcir el sufrimiento que se experimenta.

Alguna radical dirá... "las mujeres nunca están satisfechas con el pelo que tienen, si son colochas quieren ser lacias, si son lacias quieren ser colochas, si son pelo negro, quieren pelos de elote y viceversa", pues no. A mi siempre me ha gustado mi pelo, negro profundo, muy liso y de crecimiento (a veces casi sorprendentemente) rápido, ni siquiera las muy abundantes canas que han salido con más frecuencia en el último año me molestan. A mi lo que me abate es el calor. Menos mal que no vivo en San Miguel.

Lo terrible de este calor creo que radica en que nunca aprendí a peinarme. Me hago moños y al rato ya estoy como si nada hubiera hecho, la cascada de pelo sobre la espalda. Tratando de ser menos radical pensé en no pasarme la 0, pero si de dejármelo corto, dos veces en mi vida lo intenté, pero termino con el aspecto de esos niños regañados. Miguel tiene la teoría de que es porque mi cara es muy redonda y a las mujeres de cara redonda no nos va ese tipo de corte, no lo sé... He visto redondeces en otras mujeres y se ven lindas... las odio.

Esta cuestión de pelos nunca tendrá fin. Yo no soy yo con pelo corto, la serenidad me agarra de nuevo y asumo las molestias y consecuencias de tener una mata de pelos abundantes como la que tengo, pero me dura poco y así estoy.

Mi mamá siempre usó el pelo corto en su juventud, se veía tan hermosa. Una nueva cosa que apuntarte madre. ¬¬

Ciertamente extraño a mi tía Melia, la única mujer en este ancho mundo que ha logrado encontrar el punto adecuado para que yo ame mi cabello. Sus tijeras tenían bien medidos mis gustos y mis ansiedades.

lunes, 6 de octubre de 2014

Tengo que hacer algo

Tengo que hacer algo con la plaga de pequeñas hormigas locas que hay en mi sillón, me quedé dormitando en él al llegar del trabajo y me levanté con la fea sensación de miles de picadas, sin tener absolutamente nada, es fea esa sensación de "sentir algo" sin verlo. Jamás me ha gustado.

Bien irónico, me agradó la siestecita, pero eso que me recorran hormiguillas minúsculas no me agrada. Como buena salvadoreña, ya me tetuntié un poco para quitarme esa sensación, siempre me he preguntado por qué nos damos "golpecitos" cuando algo nos pica.

Tengo que hacer algo con esta sensación que tengo desde hace una semana, cuando renuncié a mi anterior trabajo y luego de "invertir" mucho recibí a cambio un descuento injusto e injustificado. Ya lo intenté, lo confieso, consulté a un par de abogados, llamé al call center y fui al Ministerio de Trabajo... todos... TODOS, me dieron opiniones diferentes del asunto, algunos me dan la razón, otros apelan a un "vacío legal" al que mi anterior patrono puede agarrarse y salir de campeón. Me siento molesta y es primera vez que lo digo abiertamente. No solo porque me han jodido, sino porque sé que seguirán haciéndolo con otras personas. Alguien me dijo.. "ni modo, dejalo pasar" pero me pesa que nadie nunca diga nada.

Es como esta sensación con las hormiguitas locas de mi sillón, no me matan, pero molestan en un momento de descanso.

Luego lo pienso un poco más y siendo racional y fría, sé que mi antiguo patrono es capaz de esto y de más... y de alguna forma, no me extraña, pero si me afecta que la persona que determinara esta injusticia es alguien a quien aprecio mucho. Creo que eso es lo que me molesta, es esa la hormiguilla loca que me recorre sin darme paz. Jamás lo pensé de esta persona.

¿Lo dejo pasar? ¿sigo buscando justicia? ¿podría confiar el caso a un burócrata que me mira somnoliento y con sus muchos años encima me dice "ah, es que ahí es mejor asumir demencia"?

Al final yo voy a resolver, bien o mal, pero voy a resolver estos pocos días antes de que la primera quincena en mi nuevo trabajo llegue y todo será lindo, como ha sido hasta ahora... pero ¿y la gente que se quedó ahí y la que seguirá llegando?

Tengo que hacer algo... y pronto, para quitarme esta molestia.

sábado, 4 de octubre de 2014

La madrugada

Abrió los ojos y se dio cuenta que había dormido poco y mal. El dolor de cuello se lo indicó en el primer y leve movimiento. Había pasado meses con ese dolor, nunca lo comentó porque sabía perfectamente qué lo provocaba: se preocupaba demasiado. Por el trabajo, la familia, la economía personal, la hermana desaparecida, la otra lejana, el sobrino que lloraba, el gato que necesita ser llevado al veterinario, los sueños que eran agradables que se alejaban de apoco. Siempre había sido una matadita.

Tenía pocos días de haber renunciado al trabajo en un periódico local, el día en que le dieron su nuevo trabajo se sintió aliviada, no más madrugadas de cobertura de emergencias o madrugones en la asamblea legislativa, cuando volviera a temblar no estaría reportando la emergencia y se dedicaría (serenamente) a asustarse en su ámbito privado, abrazaría a su gato y comprobaría, de nuevo, que eso de ser atea es una falacia a la hora de los sustos. El día que le dieron su nuevo trabajo, lo supo: vería la luz del sol.

Posiblemente su nuevo trabajo sería igual o más demandante que el anterior, posiblemente... pero no le importaba, podría dormir un poco más, no marcaría su entrada al trabajo a las 5 a.m.... pero sobre todo, lo más importante... es que las madrugadas volverían a ser suyas: para dormir, para escribir, para hacer el amor, para acariciar el corto y bello pelaje de su gato, el frío que antecede a la luz volvería a ser su amigo, la parte más oscura de las jornadas ya no pasaría desapercibida.

Abrió los ojos y se dio cuenta que se quedó dormida en el sillón, mientras veía una vieja película, las noches de viernes ya no era de ruido y ron, prefería quedarse en su casa, tranquila, descansando, no se sintió vieja, pero sabía que ya no tenía el ímpetu de los veintes. Recordó que pronto llegará a los 37 y sin proponérselo, hizo un recorrido mental de tanto tiempo y se sintió feliz por lo realizado. No tenía remordiminetos, ni rencores.

Se sentó y apagó la tele, vio el reloj y no se anunciaba el alba. Se levantó y se fue a su cuarto, se sumergió en su cama y supo que no dormiría más, estaba demasiado despejada, no importaba. La madrugada era suya. Se sintió dueña y señora de su tiempo.

Luego de perseguir la posibilidad de dormir un poco más, en una franca y honesta búsqueda de descanso, decidió levantarse, tomar agua y sentarse a escribir. Octubre había llegado y eso la tenía con tanto entusiasmo como su nuevo trabajo, como cuando estrenó su último amor, hace dos años y medio casi, como cuando descubrió que podía vivir de las palabras.

Los problemas no se habían ido, no estaban resueltos y es casi seguro que vendrán otros. "No importa. La madrugada vuelve a ser mía", pensó.