miércoles, 6 de enero de 2016

Regresar a mi

Durante el último mes estuve muy ocupada, la mudanza, la pintura de la casa, las fiestas de la época... todo me atacó acompañada por una tos del demonio, un par de días pensé que estaba llegando al punto de ir al médico y que me dijera de nuevo "tiene agua en los pulmones". 

Para mientras todo esto pasaba, en mi cabeza pasaban el triple de cosas: organizar mi cosmos interior siempre ha sido un trabajo arduo, cerrar los ojos e intentar dormir fue una lucha en esos días. Para mientras Tolstoi tampoco durmió la primera noche luego de la mudanza y pasamos abrazados en el único sillón que él reconocía como el hogar que tuvo durante dos años. Al amanecer terminamos de ordenar lo básico y cuando vio mi cama, con su habitual forro y  sobre fundas, saltó sobre ella y durmió durante horas, yo lo envidié. 

Creo que soy un poco como Tolstoi, las mudanzas ya no me gustan, me gustaban en los locos años veintes, pero a partir de los treinta, las mudanzas se han vuelto cada vez más hostigues. Cerré en estas vacaciones un ciclo que nadie pensó que cerraría nunca, dejé mi soledad guardada para ocasiones especiales. Fue una decisión que tomé con mente de adulta pero cuya ejecución la viví con algo de resistencia. Ahora que lo pienso, pintamos la casa, arreglamos varias cosas y adecué mis espacios en un intento sincero de soltarme a mí misma. 

Al otro lado de mi estaban ellos. Miguel y los chicos. 

Supongo que estaba acostumbrada a ser egoísta. Esta mañana estaba cocinando y recordé cuando vivía con mis papás y mis hermanas, lo mucho que me gustaba cocinar para ellos, lo mucho que aún sigue gustándome. Pensé que igual me gusta cocinar para el clan, pero hay un algo distinto, un algo que no logro identificar, un algo que no me molesta, pero que está ahí, viéndome a la cara mientras yo me hago la suiza. 

Recorro la casa, a veces con la esperanza de que los demás habitantes no lo noten, para reconocer los nuevos espacios a fin de no tropezar en la oscuridad, para reconocer los olores de este hogar que ya estaba acá cuando Tolstoi y yo llegamos, para acostumbrarme al crujido del techo por las noches, para no tener miedo de los recuerdos que estaban pegados a las paredes antes de tener el nuevo color que los chicos y yo les hemos puesto. 

Recorro la casa para hacer memoria de los caminos que tuve que recorrer para llegar hasta acá, para ostentar mi cabello suelto como muestra de rebeldía y que entienda mi corazón que seguimos siendo la misma, la misma que quiere escribir la historia de la familia, la que no deja que la pisoteen, la que quiere que las cipotas sean fuertes y que amen sus debilidades, la que quiere que los chicos entiendan que la vida está más allá de lo que ven sus ojos, la que siempre supo que Miguel era el indicado, con todo y sus horribles defectos, la que no va a dejar nunca de decir su opinión y tener una opinión particular. Recorro la casa por las noches, descalza, para saberme amada.

Estoy con ellos ahora, pero sin saberlo y sin proponérmelo... he regresado a mi.  

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