sábado, 4 de octubre de 2014

La madrugada

Abrió los ojos y se dio cuenta que había dormido poco y mal. El dolor de cuello se lo indicó en el primer y leve movimiento. Había pasado meses con ese dolor, nunca lo comentó porque sabía perfectamente qué lo provocaba: se preocupaba demasiado. Por el trabajo, la familia, la economía personal, la hermana desaparecida, la otra lejana, el sobrino que lloraba, el gato que necesita ser llevado al veterinario, los sueños que eran agradables que se alejaban de apoco. Siempre había sido una matadita.

Tenía pocos días de haber renunciado al trabajo en un periódico local, el día en que le dieron su nuevo trabajo se sintió aliviada, no más madrugadas de cobertura de emergencias o madrugones en la asamblea legislativa, cuando volviera a temblar no estaría reportando la emergencia y se dedicaría (serenamente) a asustarse en su ámbito privado, abrazaría a su gato y comprobaría, de nuevo, que eso de ser atea es una falacia a la hora de los sustos. El día que le dieron su nuevo trabajo, lo supo: vería la luz del sol.

Posiblemente su nuevo trabajo sería igual o más demandante que el anterior, posiblemente... pero no le importaba, podría dormir un poco más, no marcaría su entrada al trabajo a las 5 a.m.... pero sobre todo, lo más importante... es que las madrugadas volverían a ser suyas: para dormir, para escribir, para hacer el amor, para acariciar el corto y bello pelaje de su gato, el frío que antecede a la luz volvería a ser su amigo, la parte más oscura de las jornadas ya no pasaría desapercibida.

Abrió los ojos y se dio cuenta que se quedó dormida en el sillón, mientras veía una vieja película, las noches de viernes ya no era de ruido y ron, prefería quedarse en su casa, tranquila, descansando, no se sintió vieja, pero sabía que ya no tenía el ímpetu de los veintes. Recordó que pronto llegará a los 37 y sin proponérselo, hizo un recorrido mental de tanto tiempo y se sintió feliz por lo realizado. No tenía remordiminetos, ni rencores.

Se sentó y apagó la tele, vio el reloj y no se anunciaba el alba. Se levantó y se fue a su cuarto, se sumergió en su cama y supo que no dormiría más, estaba demasiado despejada, no importaba. La madrugada era suya. Se sintió dueña y señora de su tiempo.

Luego de perseguir la posibilidad de dormir un poco más, en una franca y honesta búsqueda de descanso, decidió levantarse, tomar agua y sentarse a escribir. Octubre había llegado y eso la tenía con tanto entusiasmo como su nuevo trabajo, como cuando estrenó su último amor, hace dos años y medio casi, como cuando descubrió que podía vivir de las palabras.

Los problemas no se habían ido, no estaban resueltos y es casi seguro que vendrán otros. "No importa. La madrugada vuelve a ser mía", pensó.

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