jueves, 6 de noviembre de 2014

La mordida

Como sabrán, Tolstoi es el primer gato en mi vida. Antes de él... los gatos no me parecían tan simpáticos, honestamente. Supongo que era parte de la mala fama que tienen los pobres. 

Tolstoi es un gato de diez meses, como suele suceder cuando estamos criando a otro ser vivo, nos sorprendemos con sus logros y sus "cositas". Una vez Flor (quien me lo dio en adopción) me dijo que lo tengo demasiado consentido. Tiene razón. 



Llegó siendo una pelotilla de pelos, chillona y miedosa, pasó el primer día escondido bajo la mesa del comedor, hasta que agarró valor para salir y nos hemos hecho compañía desde hace 7 meses. 

Habitualmente es un animal muy tranquilo, yo lo jodo y le digo que parece "gato-perro" porque cada vez que llego muestra felicidad de verme cruzar la puerta, a mi no me importa si es solo para cumplir la función de alimentarlo, no es así en el fondo. Cuando me he ausentado por cuestiones familiares y aunque Miguel llega a alimentarlo ya me ha recibido con el amor en sus ojos.



Ciertamente comprendo su naturaleza animal, trato de entenderle ahora que se está volviendo un gato adulto, pero siempre habrán cosas con las que no entenderé.

Anoche llegue a casa y lo dejé que estirara las patitas en el balcón del apartamento, como suele hacer... inició su rutina: husmeó las plantas de la vecina, se acostó haciendo maromas en el piso de cemento, hizo equilibrio sobre el murito del balcón y de repente escapó. Dejé las cosas que llevaba en la mesa y agarré mi pistolita de agua porque escuché que los gruñidos presagiaban una pelea gatuna. Chester es el gato de los vecinos de la tercera planta, es un enorme y peludo gato rayado anaranjado. Al salir del apartamento los vi. Tostoi tenía la espalda totalmente arqueada y el pelo encrispado, mostraba sus terribles y  mortíferos colmillos a Chester, quien estaba acostado pero bufeando feo desde su balcón, se veían como amenazándose, como en esas películas del western, solo faltaba la clásica tonada de Ennio Morricone. 

No fui la única en salir, la dueña de Chester, una adolescente muy simpática también salió y me preguntó si la pequeña amenaza de su gato era mío, le dije si, en eso estábamos cuando Chester dejó su trono, su territorio y se le tiró encima a mi Tolstoi. Jamás había visto a mi pequeño gato en esas poses... antes se había peleado con otros gatos, pero siempre el golpeado (tal cual bulling) había sido él, anoche lo vi pelear en serio. 

La dueña de Chester y yo nos asustamos y dijimos lo mismo, al mismo tiempo: "¡No!".

Subí las gradas que me separaban de la tormenta de pelos, uñas y dientes y lancé dos chorros de agua. Inmediatamente Chester se fue corriendo a brazos de su dueña que venía bajando las gradas, se refugió en ella. Creí que Tolstoi saldría corriendo a su lugar seguro dentro del apartamento, no fue así. Cuando vio que Chester corrió, no lo siguió, se dio la vuelta y me atacó. Me mordió. Me mordió muy duro en la mano con la que disparé el agua. La dueña de Chester se asustó y terminó de regresar a su balcón, solo me djo "cuidado". Yo solté la pistola de agua por la mordida que iba acompañada con zarpazos, el instinto me hizo abrazar a Tolstoi para detener el ataque. No me pregunten por qué, pero hice eso. Le gritaba "Quieto" y no obedecía, sentí su cuerpo totalmente tenso y en eso recordé lo que me dijo una vez la veterinaria, cuando se quería inmovilizar a un gato, se le debe agarrar con firmeza de la nuca y dar un tirón. Lo hice y logré que me soltara. Regresé al apartamento y lo encerré en el cuarto que está vacío. Ahí me di cuenta de la cantidad de sangre que tenía saliendo de la mordida. Era bastante. 

Regresé a recoger la pistola que tiré en las gradas y ahí estaba la vecina, asustada, ya había encerrado a su Chester y se me acercó para preguntarme si estaba bien, le dije que si, pero estaba asustada y molesta, cerré mi balcón y me encerré en mi apartamento. Mientras, Tolstoi aruñaba y golpeaba la puerta que lo encerraba. 

Decidí que Tolstoi estaría castigado un rato, al menos hasta cuando escuchara que había dejado de luchar y hacer berrinche. No sé si hice bien. Como en la mayoría de cosas en mi vida, no sé que hacía. 

Me limpié la mordida y documenté con una foto, para contarle a Miguel, también para recordar que debo buscar la mejor manera de tratar a mi gato a la hora de un conflicto. 



Me quedé pensando en la agresividad, no solo de mi mascota, sino esa que casi siempre está cerca, cuando nos sentimos agredidos, amenazados o acorralados, también pensé en eso que nos paraliza, que nos saca de la pataleta y de las consecuencias de las mordidas, actos o enojos. Me quedé pensando que tomarle cariño a algún ser vivo, a veces implica también un poco de dolor.

Dejé salir del cuarto a Tolstoi una hora después, solo abrí la puerta y me di vuelta, no quería verlo, ya se había calmado y se asomó a la puerta del cuarto, ya cuando yo estaba en la sala que queda de frente. Despacio se acercó, husmeó y como si supiera que hizo algo muy malo se fue acostado como cuando quiere que lo acaricie. Yo no le prestaba mucha atención, no le hablaba y trataba de no verlo directamente, seguí viendo tele y cuando llegó la hora me fui a mi cama. Por supuesto me siguió en silencio.

Esta mañana también lo ignoré un poco, como si me entendiera, antes de cerrar la puerta, le dije.. "no estoy enojada, pero me molesta lo que hiciste", por supuesto, cuando ya iba en la 44 pensé que estoy bien loca al hablarle al gato, como si eso fuera garantía de que reflexione sobre su naturaleza.

Debo aprender tanto. De Tolstoi, de la agresividad, de cómo reaccionar, del amor... y de mí. 

1 comentario:

Carolina dijo...

Pues que le diré los gatos son seres especiales, no hay duda.

A mi me pasó algo similar: Yo prefiero los perros, he tenido perro como mascota desde antes de
nacer y sé como tratarlos y que esperar, pero de gatos... no se nada.

Mi esposo, sin embargo, es amante de los gatos; y en febrero de este año adoptamos a una gatita abandonada
porque sé que extraña al gato que tenia (y que falleció) antes de casarnos.

Mi perra no es agresiva, pero tiene inquinia especial con los gatos -como todo perro- y una vez que entró a la casa acorraló a pequeña bola de pelos de la Yoru en una esquina, la cual estaba bufando, tensa y con los pelos del todo el cuerpo erizos.

Yo traté de levantarla, halándola del lomo, para quitarla de ahí y subirla al sofá, fuera del alcance de la perra, y en lugar de tener una gata agradecida, me llevé una potente mordida en la mano para después salir huyendo.

Cuando mi esposo llegó a casa y le comenté de lo sucedido y comenzó a reirse con ganas. Yo, enfadada, le pregunté que le causaba tanta gracia y me dijo que los gatos son así: seres extremadamente orgullosos y que, al defenderla de la perra, la había hecho quedar mal, como una cobarde que no puede defenderse sola, y que por eso me había mordido.

Me comentó que el otro gato que tenía él era igual: que una vez se interpuso en una pelea que Moris tenía con otro gato y el Moris lo mordió porque lo había "humillado" frente al otro gato, al defenderlo.

Supongo que esas actitudes es una mera cuestión de ego gatuno.