miércoles, 14 de octubre de 2015

Margarita

Podría iniciar este post diciendo que "está linda la mar", pero no. Niña Margarita y yo coincidimos ayer en el seguro social. Ella tiene 89 años, diabetes, prótesis en ambas rodillas, un ojo con cataratas y epilepsia. Yo tengo dengue y apenas 37 años, que comparados con los de ella, son pocos.

Encontrarla sentada en una silla plástica, incómoda y pequeña no fue una casualidad, cientos de salvadoreños que pasamos a diario por el hospital del ISSS, en Zacamil nos enfrentamos a las grandes carencias de los nosocomios públicos, además de las carencias emocionales de las enfermeras y doctores, aunque admito que no todos son iguales, hay unos mejores y otros peorcitos.

No tengo abuelas, la única que conocí se me murió cuando yo tenía dos años recién cumplidos. Quizá esa sea la razón por la cual, cuando mis defensas están bajas, más de alguna abuela siempre se convierte en una fuente de conversación, historias y comprensión. 

Mi naturaleza retraída hizo que ella fuera la que iniciara la conversación, me preguntó qué tenía, le dije que desde hace unos días tengo calentura, dolor de cabeza y rash. "El zancudo le picó a usté" me dijo, refiriéndose al insecto que transmite el dengue.

Al inicio intenté no conversar con ella, pero fue inútil. Me contó, en más de tres horas de espera que solo tuvo una hermana, que murió muy joven y que su marido tiene 15 años de haber muerto, que tuvo tres hijos, un niño que se le murió teniendo un año de vida y dos hijas, una murió cuando cumplió 50 años y otra, la única viva, está en Panamá. Vive sola en un cantón allá por Plan del Pito.

También me contó detalles hermosos, como que su esposo era maquinista en los trenes que llevaban sus vagones atestados de gente desde San Salvador hasta Sonsonate y viceversa, que se enamoró de él a los 19 años y que tuvo que aprender a tortear para poder "ser su mujer"... "viera cómo sufrí" me dijo, me dijo eso al decirme que las mujeres estamos destinadas a llorar cuando nos enamoramos. Me contó cosas no tan agradables, como cuando su marido la golpeó tan fuerte que le quebró una costilla. Odié a su difunto marido.

"Lo extraño" me dijo de repente, refiriéndose al marido occiso. Se casaron cuando cumplieron 40 años de estar juntos y como costó tanto que se casaran, por eso ahora que es viuda no se quita el "de". "Por eso me llamo Margarita DE Aquino", me aclaró. Me contó que a veces, por las noches, ve cosas feas, sobras que la acecha, pero también me contó que a veces, mientras está calladita, se le "ocurren cosas en la mente" y que se ríe mucho de cada puntada.

Por supuesto, hay gente que la quiere, una vecina, que vive frente a su champita que le lleva comida todos los días, "no hay día de dios que esa mujer no me alimente", me dijo. Yo me alegré. "También tengo un nieto, ya tiene una niña de 16 años, yo le digo que no se arrejunte con naiden... que estudeye", me dio ternura su consejo a su bisnieta. Espero que esa bisnieta lo tome en cuenta.

Niña Margarita iba justo antes que mi para pasar consulta, andaba en búsqueda de sus medicinas para la diabetes y para la epilepsia... "los ataques", les dice ella a los episodios epilépticos. Dice que no recuerda muchas cosas. No le creo. Me ha contado su vida a lo largo de casi 70 años. Con detalle me describió su primera casa, donde nació, allá por el Parque Centenario, los juguetes de sus hijos, el llanto de su esposo cuando murió su único hijo varón, de su operación a los 28 años para sacarle la matriz, "estoy hueca desde entonces, por eso ya no tuve más hijos", me dijo. 

Cuando fue su turno, la vi caminar con su bastón pelado y corroído y cerró detrás de si una puerta de madera, a los pocos minutos salió y yo estaba lista para entrar a mi consulta, se me quedó viendo y me dijo "ya va a estar buena, ya va a ver" y se fue, mientras yo entraba a conocer a la doctora más impersonal y nefasta que he visto en meses, solo pensé en lo que le habría dicho a niña Margarita de sus dolores, espero que con ella haya sido de verdad doctora. 

Al salir con mis recetas de medicinas, la incapacidad médica por tres días y mi conjunto de dolamas, ya no vi a niña Margarita, ya se había marchado de aquella fea sala de espera. Posiblemente jamás la vuelva a ver, pero si la ven, díganle que me alivió muchos mis dolores con solo hecho de escucharla, que quiero invitarla a un café con pan y a que me cuente mucho, mucho más. Si la ven, díganle que hay una "especie" de mujeres, que como ella, aún nos reímos de las cosas que se nos "ocurren en la mente".

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