martes, 6 de octubre de 2015

Dolor

Odio el dolor. Tengo un espectro de resistencia del dolor muy pequeño. Aún así, heme acá... eternamente accidental.

La semana pasada, en medio del correr por entregar una licitación, me reencontré con uno de mis más temidos dolores, me dolía una muela. La cordal superior derecha. Tuve que aguantar el dolor, a punta de anastenka, quejarme y tomar acetaminofen como si fueran botonetas, hasta que el sábado pude ir donde la dentista.

Luego de tres horas de lucha, me pudieron extraer la doliente cordal y acá sigo, con analgésicos y antibióticos y el recuerdo de mucha sangre, mucho dolor y mucho miedo.

Cuenta la leyenda que mi miedo básico al dentista me nació con una mala experiencia con el dentista de mi infancia, a los 3 años me sacaron dos colmillos de leche que jamás fueron repuestos y parezco vampiro cholco desde entonces. Al menos me dejaron pareja. En algún punto de mi inconsciente ese hecho quedó untando y por más que me doy autoterapia para cuando me toca ir, no puedo y termino estresada y aferrándome al poco valor que tengo.

Resumen: ya no tengo cordales, sigo con poco dolor y hoy regresé a la oficina, para mientras volvía  meditar sobre eso tan feo que es el dolor, eso que me hace palidecer, eso que siempre me ronda. Aún así, con lo chillona que soy, reconozco que mis dolores son mucho menores que el de otras personas, no sé cómo aguantan, no sé cómo soportan. Las admiro.

Sigo tomando analgésicos, creo que soy adicta. De alguna manera una debe dejar de sentir dolor.

Por cierto, ando buscando un nuevo analgésico, ando otro dolor atascado, por lo general siempre me llega en forma de llamada al celular, por lo general es mi mamá.


No hay comentarios: