jueves, 1 de octubre de 2015

Un año

Hace un año entré a la oficina, la verdad no era la primera vez, antes había tenido dos entrevistas, una en los primeros días de enero, en aquel entonces no me dieron la plaza, me fui a un diario donde aprendí a trabajar con redes (en serio) y a reajustar mis horarios, vivir entre la penumbra y el delirio de nunca parar. La verdad no era la primera vez, de hecho siempre he tenido trabajos intensos, o ¿será que yo soy la intensa?

A mediados de septiembre del año pasado me dio chickungunya y mientras sudaba una calentura, Mel me llamó, me dijo que había una oportunidad de trabajo en la agencia, me preguntó si podía ir de nuevo. Le dije que estaba enferma, que me diera un par de días para recomponerme y que llegaba. Todo parece que fue ayer.

Tengo amigas que tienen muchos años de trabajar en publicidad, unas me decían que era maravilloso, pero también recordaba cuando las he escuchado quejarse y llorar. Aún así, pensar que no me levantaría a las 4 a.m. todos los días, fue suficiente como para abandonar mi puesto en el diario. No ganaría más, pero tendría vida. Tonta de mi.

Tener trabajo en este país es una bendición, dice mi mamá, para mi es una fortuna y un largo proceso de venderse laboralmente de la mejor manera. Posiblemente sea una mezcla de las dos formas de ver las cosas, como siempre mi mamá deja una miga de su fe en lo cotidiano y eso la hace feliz. ¿Quién soy yo para contradecir eso?

Empecé con entusiasmo mi nueva labor. Jamás había trabajado en publicidad y me di cuenta que hay otras formas de escribir, formas muy distintas a las que estaba habituada, lo institucional, lo estructurado, lo objetivo. Pensé que no iba a sobrevivir y, con miedo, pensé que me echarían al cuerno al descubrir que me cuesta escribir ofertas o que mi mente divaga en las reuniones o que descubrirían que odio no ponerle puntos finales a las oraciones, solo porque al cliente no les gustan los puntos finales, pensé que algún día el dueño del negocio me encontraría contestataria y yo lo encontraría a él de malas y me mandaría al cuerno porque hago reclamos de los procesos y porque me desvelo un día sí y otro también. Pensé que no duraría. Pero acá estoy.

En medio de todo lo malo que pueda pasar con un cliente o con dos o con varios, de las agarradas de pelo con las ejecutivas, de las interminables explicaciones a algunos compañeros que no, que no se puede redactar de una forma que ellos quieren lo que no deben, a pesar de todo eso, he encontrado a personas buenas, personas que me han escuchado, que han tenido en cuenta lo que razono, gente que ha apreciado mi milenario arte de escribir documentos aburridos. He encontrado a un compañero con el que hacemos camisetas, a un jefe que se sienta frente a mi escritorio a hablar de libros que lee y me pregunta qué debe leer después, a una compañera que insiste que me maquille los ojos,  una mujer habilidosa para hacer decoraciones, otro jefe que es suavecito, pero que en su tranquilidad, sé que ve mi trabajo y me defiende de los que me acusan de mala gente. 

Me desvelo, si. Hay tiempos terribles, si. Como en todos los lugares. Hay satisfacciones, si. Cuando Marcela me manda un mensaje que dice "vi un anuncio de 'XXX', bien bonito les quedó", me queda en la cabeza todo lo que implicó, no solo para mi, sino para todos los que trabajamos acá, el que ese anuncio lo vea una niña y le guste. Me gusta.

Hoy cumplo un año acá. Muchas cosas buenas y malas me han pasado acá, pero sobre todo, muchas cosas he aprendido acá, para mi eso es lo importante, siempre me he sentido bien donde aprendo, donde la gente me hace aprender, donde la gente, fuera de las frustraciones laborales, tiene la delicadeza de desearte un buen día. 

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