Esta semana, en un par de ocasiones me quedé pensando en mis incapacidades matemáticas. Es reconocida y asumida mi eficiencia haciendo cálculos numéricos y esas cosas... como tantas veces me lo han dicho y lo he dicho... lo mío es lo narrativo.
Sebastian, quien al crecer va acentuando los puntos en común que tenemos ha recibido un merecido premio por sus avances en la materia de lecto-escritura, ha terminado de leer su primer libro. La orgullosa madre me lo dijo un día de estos por teléfono. "Sigue siendo igualito a vos, hasta en los problemas con números". Resulta que es el primero en su grado, no solo en aprender a leer, sino también de terminar todo el material anual de lectura, pero a eso se agrega algo más: no da una en matemática, todo su esfuerzo escolar se ve mermado por sus fallas numéricas y mi pobre sobrino pasa frustrantes horas frente al cuaderno cuadriculado, y el tiempo se le escurre entre contar de dos en dos, de tres en tres y de cinco en cinco. No se imaginan lo que lo comprendo!
Hace años, cuando el ÚNICO profesor de matemática que tuve en tercer año de bachillerato logró lo que NINGÚN profesor pudo en trece años de estudios (subir de seis mis notas y lograr, incluso, el único diez de mi historia académica en esa materia) caí en la cuenta que no, que los números son un lenguaje no apto para seres trashumantes como yo.
Con mucha dificultad y obligada por las circunstancias he tenido que hacer uso de ese mundo raro y dominado en su mayoría por hombres, porque, como me dijo esta mañana Miguel: "la aritmética está en todos lados". Tuve una revelación, no es que los número sean "otro idioma", es simplemente otro tipo de expresión, una forma distinta de entender la vida. Eso no quiere decir que sea la ADECUADA forma de entender la vida para mi.
Mientras veía a ese hombre, explicándome un método para que Sebastián pueda aprender a contar "salteado" logré entender por qué a veces he sentido cuando alguien (casi) totalmente numérico no entiende cuando le hablo. Hablamos diferente.
Sin embargo, qué chivo es cuando se encuentran algunas personas y logran entrar en el mundo del otro, adaptando sus lenguajes a un punto medio, donde los numéricos logran apreciar las letras y los letrólogos logramos entender que los números pueden generar otra sensación que no sea frustración o duda. Al fin y al cabo, así es este mundo, una conjunción de muchos lenguajes.
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