martes, 26 de mayo de 2015

De nuevo, 26 de mayo

Mi querido Miguel:

El calendario otra vez nos marca 26 de mayo. Mi ser, en automático, se vuelve parco y un poco nublado por este mes, es como si hubiese algo en mi corazón que siempre presagia esta tu ausencia desde hace años. 

No te imaginas cómo detesto este mes desde aquel año en que la lluvia cayó sobre tu cuerpo moribundo en una parada de buses. Siempre he tratado de no pensarlo así, pero no puedo. Soy un fracaso ante el dolor. Luego pienso que a vos no te gustaba verme enojada y mucho menos triste, siempre me lo dijiste, aún cuando eras un muchachito de 15 años que me sacaba prisas entre los pasillos del colegio. Entonces, agarro mi rabia, mi impotencia y mi dolor, los doblo cuidadosamente y los guardo donde no me saquen lágrimas.

Siempre te extraño, eso siempre lo sabrás. 

Hoy encontré una foto tuya y vi tus ojos tan hermosos, tenías 18 años, el cabello negro y la seriedad oportuna de las graduaciones, esa misma foto, sé que está oculta en algún rincón de mi casa, guardada en una caja entre libros, no porque no quiera verte, es porque te estoy protegiendo, protejo ese recuerdo que me dejaste en mi oficina hace años. "Siempre te voy a extrañar" dice en el reverso. Lo recuerdo perfectamente. 

Debo confesarte algo... este mayo ha sido distinto. En serio, por primera vez en muchos años, mayo no me ha maltratado tanto y me ha dejado algunas cosas buenas, entre ellas... vos lo sabes, beatificaron a Monseñor Romero, ese mismo que fue centro de nuestras conversas allá en Arcatao, bajo las estrellas, a la orilla del río, ¿te acordás? Vos espantabas a los sapos que tanto miedo me dan y que tuve que soportar solo porque a vos y al grupo de tus compañeros se les ocurrió que ese lugar era el más maravilloso del planeta y quisieron que nos sentáramos ahí. Si estuvieras acá, hubiéramos ido el sábado pasado, nos hubiéramos requemado y terminado como bembos... hubiéramos repartido bolsas de agua, hubiéramos cantado aquel canto que tanto te gustaba... ese que habla sobre dar dignidad a los pobres y derribar al opresor, hubiéramos llorado juntos, lo sé. 

Pero vos no estás acá, estás allá, seguramente más cerca de Romero que cualquiera de nosotros. Perdoname, Miguel. Mi fe ya no es la misma de antes, creo que incluso se me murió aquel mayo y aunque el dolor no es el mismo, no deja de ser dolor, Perdoname. 

Tu ausencia siempre es difícil para mi.
Siempre te extraño. Siempre te quiero.




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