lunes, 25 de mayo de 2015

"Porque le diste reparo al desarraigo de mi corazón..."

Durante las últimas semanas me han llamado guerrinche, subversiva, izquierdosa, bochinchera... nada hay nuevo bajo el sol.

Por mi trabajo me tocó revisar mucho material sobre el beato Óscar Romero, él que no era un desconocido para mi, volvió a tocar las fibras finas de mis rebeldías. Esa rebeldía que nació no con el conflicto armado, sino con el suave ritmo de una canción de cuna.

Para mi, hablar de Monseñor Romero no es quedarme solo con lo que él dijo, con su denuncia solidaria y amorosa hacia los pobres, sino también es hablar de la historia completa de mi país. Es reconocer los fallos, las alegrías y las matanzas, también las esperanzas y los tropiezos de este pueblo. Es reconocer, si lo quieren ver desde la visión bíblica: un largo éxodo en búsqueda de la identidad.

En estas últimas semanas vi viejas fotografías del beato, pero en mi casa también me dediqué a buscar en mis recuerdos las fotografías de mi familia, de mi papá con su leónica melena de hombre joven, de mi mamá sosteniéndome en sus brazos finos y blancos, los rostros de mis hermanas, siempre felices y sonrientes, de mi sobrino, que es el que más se parece a mí en tantos aspectos. En todos estos recuerdos tan propios vi mezclarse la historia de la capital. La historia que compartimos con miles de cientos de personas. 

Me vi a mi misma, con pocos años de vida, sentada a los pies de la estatua de San Martín de Porres, bañada por la luz de colores de los vitrales de la Iglesia El Rosario, vi a mi madre, con su hermoso vestido azul oscuro confirmando mi fe ante Monseñor Romero, yo era una bebé de un año, vi a mi madre sentada a mi lado, en una foto fechada un 30 de marzo de 1980, estábamos en el Parque Infantil, ella lloraba porque acababa de discutir con mi papá, los tres íbamos a catedral aquel día para despedir al mártir, pero nos separamos porque así son las parejas en sus primeros años, en especial si son jóvenes, como lo eran en aquellos años mis papás. Mi papá siguió su camino y tuvimos que esperar hasta el día siguiente para saber que no había muerto en el ataque que perpetró la policía durante el funeral. Esos acontecimientos, han marcado siempre mis marzos. 

Recordé mis años de estudio, en el colegio y en la universidad, aquella fe ciega que profesé y que me mantuvo atenta y fuerte en tantas ocasiones, aquella fe que también me hirió. 

Mi fe murió. Al menos eso he creído desde hace más de 10 años.

El que no logra morirse del todo en mi corazón es Romero, se lo decía el sábado a Miguel, mi único vínculo con la iglesia, esa iglesia que a veces he creído tan injusta, deshumanizadora e intolerante, es Monseñor, ese hombre tímido, conservador, tan de pueblo, que a pesar de ser así... logró salir de sí para que otros pudiéramos ser.

Confieso que me molestó mucho que me dijeran todo lo que dijeron... no porque sea un insulto, sino porque al final, con esa actitud muestran que no solo los de derecha, sino también los de izquierda, en su mayoría, o al menos los que están el poder, no comprendieron de verdad lo que Monseñor intentó hacernos ver.

Me molesté mucho en mi trabajo, porque no me dejaron retratarlo como lo veo yo, al final entendí que no soy yo la que debe darlo a conocer, bajé mis ínfulas de sabionda y me entregué a la línea que me pedía el cliente, lo importante, pensé, es que yo sé cómo fue él. Lo que significó para todo este país. Monseñor sigue aquí, conmigo. En una foto, en un recuerdo, en una frase, en una canción que tanto me lo recuerda.

Hoy Monseñor es un hecho histórico, es un reconocimiento tardío pero bien merecido, es una multitud, es una cólera... es un halo de sol, es una nube llena de lluvia, es un alivio, es una camiseta, es una esperanza nueva, es un milagro esperado, es una estatua. Es un latido vivo aún. Es un ancla para mi corazón.


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