Cuando sea una anciana tendré algo para contarle a mi pequeño Sebastián, también a los nietos que compartiré con Miguel.
Cuando sea anciana les voy a contar cómo se me empezaron a picar los pulmones, los terribles ataques de asma que adquirí en un año, regresándome a las agonías infantiles de las que me sacó mi mamá a punta de aceite de hígado de bacalao.
Voy a contarles las borracheras monumentales que me puse con gente que he amado durante años, también de los atardeceres que vi en la carretera cada vez que me iba de casa, mientras fui una mujer soltera. Les voy a describir con lujo de detalle el momento exacto cuando un tipo con unas revistas llegó a mi mesa y me invitó a un café, les voy a contar que no me importó nada aquella tarde, que contradije a todas las medidas de protección y me fui a viajar con él.
A todos los herederos de ese canoso les voy a contar que yo fui reacia y que ejercí el cinismo en el amor de manera férrea, que no creí que la vida podía cambiar con una canción, que me dediqué a domar miedos básicos para dedicarme luego a decidir cosas importantes como qué preparar para el almuerzo de los domingos, o el color de las chongas de regalo en los cumpleaños o el sabor de cada buena noticia.
Les voy a contar, cuando ya no pueda caminar, que tuve miedo, que estuve triste, que me espantaron apariciones fantasmales, que mi imaginación me jugó malas pasada, que temblé abrazada a mi gato en noches de violencia, que di muchos besos, que conté estrellas y que he sido infinitamente feliz. Que no tuve un cinco partido en el bolsillo, pero que también tuve la dicha de trabajar siempre. Que siempre busqué la manera de traer a la vida historias del pasado familiar, que no olvido la primera vez que vi en los rostros de la tropa galáctica cada detalle de su papá.
Van a tener que tener paciencia porque pienso contarles sobre todos los libros que leí, pero sobre todo de aquel que mi papá me regaló una vacación de primaria y que fue el primer tesoro que se quedó en mi corazón, les voy a contar de mi mejor amiga, de esa mujer que me soltó justo a tiempo y que me ha cachado durante tantas veces y que yo trato de darle calidad de vida emocional, van a escuchar las monumentales historias sobre las risas que nos arrancaron películas de muñequitos y las voy a ver con ellos, les voy a cocinar las únicas galletas que aprendí a hornear, mientras tanto les voy a contar que mi abuela fue indita, que mi abuelo fue chichipate, que otro abuelo inventó el elote loco y que tuve el amor de una abuela solo durante dos años.
Cada vez que pueda les voy a describir lo que mis ojos ven, les voy a recordar que siempre odié planchar pero que lo hacía pensando que mi familia tenía que verse bien, que tuve que aprender a amar la lesión que tengo en la espalda, que no tuve más remedio que enamorarme de nuevo de la vida luego de una noche en la que desee que llegara la parca, que ese tiempo sombrío, lleno de espanto solo fue soportable gracias al amor de los locos con los que me tocó crecer, que justo tuve que soportar no morirme para conocer a mi primer sobrino.
Les voy a contar las épicas batallas que libré por dormir, de mis caras de odio para la gente pero que han sido solo necesarias para no salir dañada, para proteger a la parte tierna y adorable que saco con la familia.
Sabrán de un hombre que me regaló la libertad de hacer lo que se me antojara, aún si eso significaba luchar por ello, que ese hombre fue el primero que me enseñó que la ternura también es masculina y que en el mundo no solo existe el dolor, el abuso y el miedo. Sabrán de una mujer pequeña y llena de vida que me educó como pensó que era lo correcto, que tuve que amar porque no había otra salida, que me perdonó constantemente y que perdoné una tan sola vez y ha sido suficiente porque ya no había nada más que perdonar. Sabrán que siempre quise preservar su herencia no en hijos propios, sino en hacer lo que me enseñaron.
Las nuevas generaciones sabrán que siempre desee contarle los cabellos a Gerardo, leerle cada sonrisa a Alejandro, conocerle el corazón a Miguel Eduardo, descubrirle los colores de la mirada a Marcela y que siempre me dieron curiosidad los silencios de Elisa, que luché porque Sebastián llegara y nunca se fuera de mi lado.
Los que llegarán con el tiempo sabrán que amé los animales, que Tolstoi fue mi defensor contra las sombras, que tuve un perro llamado Atila y que un conejo negro me ayudó a entender mejor que el amor viene en diferentes frascos, sabrán que escribí, que amé, que ejercí la locura, que fui racional, que me animé a caminar junto a un misántropo, que siempre disfruté los días de lluvia, que una vez tuve cabello azabache, que nunca aprendí a bailar, pero que viví bajo el régimen de la música, que vi incontables películas, que sabía cosas inútiles, que dejé la religión y siempre creí en la bondad, que siempre tuve esperanzas escondidas por si acaso hacían falta, que siempre tuve muchas cosas por contar.
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