jueves, 17 de septiembre de 2015

Sembrar para cosechar

Como parte de mi crecimiento personal, hace como tres años decidí salir de mis egoísmo básicos y me propuse tres cosas:  mantener una relación sana (en la medida que se pueda) con una pareja estable, adoptar una mascota y sembrar plantas.

He conseguido dos, ahí tengo a Miguel y a Tolstoi, bien que mal, sin daños lamentables y permanentes.

He fallado con lo de las plantas. Hace casi tres años, una amiga me regaló una violeta y la pobre ha sobrevivido a los desastres de Miguel y Tolstoi... Miguel la botó desde la segunda planta de la casa donde antes vivía y a Tolstoi le pareció divertido masticar sus hojitas peluditas. Como he podido rescaté a la violeta y ahí está... viva. No ha dado flores, pero al menos me queda el consuelo de que no ha muerto en estos años. 

Aún así mi propósito me pedía más verde, mi madre siempre ha cuidado su jardín con esmero y el domingo que la visité lo vi tan lindo, pequeño, pero hermoso. Me sentí un desastre. 

Hace unas semanas compré un ramo de hierbabuena en el mercado central, no la necesitaba para cocinar, mi idea era al fin iniciar mi pequeño huerto y darle compañía a la pobre violeta. La puse en pocillo con agua e inició mi paciente espera a que surgieran las pequeñas y débiles raíces de los tallos. Funcionó. Cada día veía la hierbabuena con buena salud, frondosa y muy verdecita. Me encanta verla así. El martes en la noche andaba dando vueltas por la casa, tratando de reconstruir los vestigios de semanas de abandono por tanto trabajo en la oficina y decidí que era hora de sembrar la hierbabuena, busqué la maceta que ya había designado y removí la tierra, justo como lo hacía mi abuelo Vicente, que fue un habilidoso agricultor, luego saqué la hierbabuena del agua y la puse lo mejor que pude en los hoyitos que le preparé, con amor le puse más tierra y la regué mucho. La entronicé junto a la violeta. 

Esta mañana fui a verla y me di cuenta, la hierbabuena está triste, se ve doblada y con algunas hojas arrugadas, cabizbaja, es como si supiera que estando sembrada en la tierra no podrá emprender aventuras y eso la pone triste. No sé, tal vez mi alma sigue siendo demasiado nómada y pienso ese tipo de estupideces, pero creo que yo también me pongo triste cuando algo me ata. 

Le puse agua, le platiqué, le pedí que no se muriera, Tolstoi fue testigo e incluso no intentó mordisquearla como siempre lo hace cada vez que la bajo de su trono, la miraba anonadado, como cayendo en la cuenta de que a lo mejor se está muriendo. "No te murás", le dije a la planta. Necesito que sobreviva, que se alce orgullosa con sus hermosas hojas, que perfume mi casa, que me deje el aire festivo, necesito saber que le hará compañía a la violeta, que sea dicho de paso, hasta se veía más alegrita con la compañía. 

No sé si la hierbabuena seguirá viva. Lo espero, para mientras he leído dos artículos en internet de cómo cuidarla, ya me apropié de un para consejos que aplicaré. Creo que uno no solo cosecha lo que siembra, sino que también cosecha un poquito de conocimiento, de preocupación  e interés por lo que hemos sembrado. Quizá estoy echando raíces. Finalmente. 

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