domingo, 20 de septiembre de 2015

Escribir en tiempos secos.

Lo más triste de escribir, como forma de vida, es no poder escribir. 

Tengo casi un año desde que los primeros síntomas aparecieron. Por períodos es peor, en otros lapsos no es tan terrible y logro escribir pequeñeces, pero ciertamente, participar de un taller literario, ha sacado los trapos al sol. No puedo escribir. Nada, no me sale nada, decente al menos.

Por suerte y como parte de mi sobrevivencia he logrado escribir lo necesario en mi trabajo; pero lo mío, lo que siento, lo que pienso, lo que vivo está como escondidito, en estos meses he logrado superar con algún esfuerzo esto que me sucede y he logrado publicar algunos post sin pena, ni gloria. 

Es como un silencio. Un silencio raro y pesado.

Ahora me enfrento de nuevo al reto de una tarea. Dentro de una semana tengo que entregar un cuento con especificaciones concretas. Tengo dos semanas de estar pensando, investigando, delineando algunos detalles de los personajes, pero la historia, la trama no logra salir de mi dedos, transmutarse en el golpe de las teclas y materializarse en esa pantalla blanca que me refleja mis acongojos. Estoy frita. 

Lo peor de todo es que las anteriores tareas han sido menos que respetables, con baches, vacíos y huevos sonoros que no logro rellenar, algo me ha sucedido.

He estado a punto de acusar seriamente de este desastre a mi actual estado de cuasi-felicidad personal, donde mis preocupaciones son mínimas y risibles. Mis papás están bien de salud, mis hermanas dejaron de llenarme de angustia, Sebastián está creciendo fuerte y sano, Miguel y la tropa galáctica me reciben en su casa cada vez más y con más entusiasmo, fuera del soco casi perenne, mi salud se ha restablecido bastante, hasta tengo una relación hermosa y apacible con mi gato, Tolstoi vino a asentarme en una vida doméstica menos exaltada y más rutinaria, las amigas están ahí, siempre en un lugar tibio de mi corazón, tengo un trabajo en la mina, que, aunque es pijiado, me provee de suficiente solvencia económica y hasta ahorro. ¡Ahorro! Estoy frita, soy feliz.

¿Qué hago ahora? Tantas veces lo hemos dicho en el taller, la felicidad no es buen material literario. Más si una la padece. 

¿Y si me doy una purga? ¿Y si busco la tragedia a través de las noticias diarias? ¿Y si me conmociono con historias ajenas? ¿Y si agarro mi mochila y me voy de viaje como lo hacía hace diez años?

No me mal interpreten, no deseo tragedia en mi vida, solo quisiera escribir decentemente una historia que tengo atorada en la cabeza. 

Permisito, voy a ir a regar la hierbabuena, que sea dicho de paso, ha logrado sobrevivir, por si andaban con el pendiente. 

No hay comentarios: