martes, 11 de febrero de 2014

Saber estar de pie.

El enojo me ha andado toreando desde el sábado, al parecer la poca paciencia que había logrado acuñar en los últimos dos años desapareció como por arte de magia... en el supermercado, en el camino a casa y al llegar... y cuando llegue, justo en la puerta y luego en un enorme charco que encontré a media casa... estallé. 

Justo en ese momento iba llegando Miguel y Gabriela terminaba de alistarse y me encontraron en un berrinche total y explosivo como de los pocos que me habían visto tener, en especial Miguel. 

Verlos ahí de pie, ayudándome a arreglar el desastre que me rodeaba y buscando el resto del almuerzo mientras yo me despachaba en cocinar arroz y carne... verlos ahí sin perder los estribos como yo me trajo de un solo golpe a la realidad, ellos no tienen la culpa de la frustración o enojo que yo pueda sentir, por una u otra razón. No puedo pasar llevándomelos. Recordé que soy un ser humano racional y me calmé, terminé de cocinar y para cuando nos sentamos a comer ya me sentía menos fúrica y ellos ya me veían con otros ojos. 

En la noche, mientras cenábamos con Miguel (Gabriela ya andaba trabajando) me lo dijo... "pero todo se arregló y la pasamos bien".

Esta mañana otra vez... algo pequeño detonó no solo enojo y molestia, sino una terrible tristeza. Terminé llorando como una tonta en mi cubículo, tratando de calmarme porque si escribía justo lo que sentía iba a ser peor, tardé casi media hora en regresar a la racionalidad y escribir justo lo que tenía que escribir, aunque tuve una respuesta considerada del otro lado de la pantalla me quedé pensando, no solo en el motivo de la molestia, que para mí es válido, sino también en mi reacción. ¿Por qué lloré?

Posiblemente sea porque la persona (y el otro resto de su familia) con la que chateaba me importan mucho, bastante diría yo y eso me trae pensamientos encontrados, "esto nunca me había pasado", "¿cómo resolver esto?", "¿cómo le hago entender que siento feo cuando veo un panorama así?".

Ya se lo he dicho a Miguel, mi problema no es esperar... mi problema es no tener "dead-line", no tener un parámetro de medición en el cual pueda sacar conclusiones, en el cual pueda verificar avances o retrocesos, un parámetro que pueda abrazar satisfecha, porque no importa si es corto o largo, es mío y lo comparto con otra persona. Pero si no lo tengo, me siento vacía. 

Como tenía una inmensidad de trabajo no podía estar dorándome el ombligo y tuve que atragantarme el sentimiento y seguir con mi rutina natural de cada día. 

Qué difícil es, lo hablábamos con mi jefa, respecto a cuestiones laborales, pero que se aplica a todo esto... saber estar de pie. No solo es cuestión de no caer al suelo y llorar todo lo que se quiera llorar, sino también implica no perder la ecuanimidad y no dejar que otros, con actitudes adrede o sin querer-queriendo, terminen de ponerte mal. Supongo que es una de las grandes consecuencias de vivir en sociedad y más aún cuando te estrenas en el mundo de los afectos prolongados. 

"Pero todo se arregló... y la pasamos bien", nuevamente. Creo. 

Saber estar de pie también implica saber arreglar las cosas o tratar de arreglarlas entre dos personas, no solo una. Lo que me lleva a pensar otra tanatada de cosas y concluyo que a veces soy egoísta porque no quiero tener todo este montón de preguntas, porque nadie nos enseñó a "arreglar" algunas cosas y nos pasamos o de pragmáticos o de sentimentales. 

Hablé con mi mamá esta noche. Nuevamente la paciencia iniciaba su viaje lejos de mí... tuve que agarrarla del pelo para que no se me fuera y que mi mamá escuchara otra vez a la energúmena que parió hace casi 37 años atrás. Al final, debo admitirlo, algo de razón tiene esta mujer, no puedo vivir sola para siempre.    

Debo recordarlo siempre... debo saber estar de pie, en cada situación. 

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