miércoles, 21 de abril de 2010

Terapia

Ella es un ser etéreo, es muy delgada y blanca. La primera vez que la vi me pareció ufana y banal. Se llama Laura.

Entré al consultorio con ella, es la encargada de una parte de mi terapia. Le entregué el cuerpo golpeado que habito, para ver si logra recomponerlo, chainarlo y regresarmelo un poco remendado, o al menos que ya no truene tanto. Me dijo: “acostate en la camilla”. Yo obedecí como pocas veces hago. Quizá estoy harta de tanto dolor y eso me hace dócil.

Despacio y con mucho cuidado empezó a ubicar dolores, operaciones, cicatrices, torceduras, zafaduras y antiguas fracturas, haciendo un recorrido minucioso y detallado de todas las marcas del tiempo en mí.

Sentía sus manos delgadas apenas pesadas pasar desde mi cabeza hasta mis pies; cuando llegó a la altura de mi plexo solar (que bonito nombre para el pecho) se detuvo un instante. Cambió la expresión de su rostro, me vio a los ojos y me preguntó “¿Por qué estás tan triste?”. Me sorprendió y no tuve acción de preguntar cómo sabía que estoy triste, sino que vino una frase a mi boca: “no lo sé” contesté. Me miraba fijamente con sus ojos negros “tenés una tristeza muy antigua y grande”, los ojos se me llenaron de lágrimas instintivamente “si, ya lo sé” contesté haciendo un gran esfuerzo por mantener mi voz a tono normal. “No te preocupes, todo va a salir bien”

Espero que en realidad así sea.

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