martes, 12 de noviembre de 2013

Inseguridad

Mi país se está desquebrajando, me lo dijo hoy Tatiana. Por supuesto ella me lo decía en un contexto bien particular, pero cualquier salvadoreño promedio puede decir lo mismo en cualquier circunstancia, en especial si hacemos referencia a la seguridad.

Hoy, influenciada por más de una semana de no dormir bien, he andado más paranoica que de costumbre. En tiempos así me obligo a entrar en calma y hago ejercicio de respiración cuando creo que algo va a pasar y nada que ver. Sin embargo, a veces no es así, si existe una circunstancia real y palpable de inseguridad.

Vivir sola me obligó, desde hace diez años, a no sucumbir al miedo... y aunque tengo una red de apoyo bien armada por si acaso trato de que las alarmas no se activen a menos que sea necesario. 

Hoy venía del trabajo, cansada y un poco desanimada, pasé a tomarme un café con Manuel, porque platicar con mi amigo siempre me hace reír y olvidar, por un momento, que a veces no van tan bien las cosas. Pues venía para mi casa cuando empecé a escuchar sirenas de patrullas, como me he propuesto a caminar un poco más, venía subiendo por la calle principal y vi pasar a toda velocidad una patrulla y luego otra y luego otra... se escucharon unos disparos y mi mente - inmediatamente - se obligó a pensar que eran solo cuetes. Es una mentira.

Apresuré el paso y cuando estaba por llegar a la esquina de mi pasaje cuando vi otra patrulla, iba tan rápido y con sirena abierta que ni siquiera se dio a la tarea de rodear el redondel, sino que de una vez se fue en sentido contrario para agarrar el boulevard. 

Llegue a mi casa y cerré la puerta. Con llave. 

A lo lejos seguía escuchándose un murmullo feo, como de gente que no está en la calle, sino que como yo, está en sus casas comentando que a saber qué ha pasado. Yo no tenía con quién murmurar. Aún así, como le avisé a Miguel que ya había llegado a casa, le comenté de las patrullas, por supuesto... él que es un hombre ecuánime y sosegado... ni caso me hizo.

Me despojé de la ropa, los zapatos y los miedos. Estaba en casa. Me acosté porque así me lo había prometido, acostarme inmediatamente llegara y trataría de dormir. La vida se ve un poco mejor desde mi cama. 

Dormí dos horas y media... cosa que agradezco a mi naturaleza. Cuando abrí los ojos recordé el hecho policial y que en realidad nunca supe qué había sucedido, como me ha pasado desde que vive conmigo, pensé en mi hermana y en que viene noche, de madrugada a veces, del trabajo. Hace unas semanas sucedió lo mismo, se escucharon unas motocicletas recorrer la calle que pasa frente a mi casa y luego unas patrullas, sirenas abiertas y a toda velocidad. El resultado fue que los perseguidos se accidentaron y uno de ellos murió. Fue justo a la hora en que Gabriela regresa del restaurante, cuando llegó me dijo con sus ojos de platos soperos que vio el accidente. No le dije nada, pero estaba aliviada de verla entrar a la casa sana y salva.

Sabía que anoche no iba a coincidir su llegada con la persecución de turno, pero al despertar a las 11 pm no pude evitar pensar en lo sucedido. Creo que el asunto de la inseguridad no solo pasa por el eje de la criminalidad y sus estadísticas, sino por la sensación que tiene cada persona de la seguridad/inseguridad. Es feo.

Quitando el hecho de "sentir miedo" es pensar que la vida es frágil y que cualquier situación, que no tenga que ver con vos, puede llevarte al hospital o a la morgue.

Como se imaginarán no pude volver a dormir, como me aburrí de estar acostada desde las 11, luego de escuchar que Gabriela llegó y que terminó su ritual pre-sonámbulo me entró una gran tranquilidad, pero igual no pude volver a dormir, así que me levanté a ver si escribía. Por supuesto, abrí la página de un periódico, ahí estaba ya, esperándome, la noticia de lo sucedido.

La cosa no fue lejos, a penas a dos cuadras de mi casa. Tres heridos, dos capturados. De los heridos, creo que dos eran peatones circunstanciales. Las noticias redactadas en turno nocturno tienen esa peculiar forma de informar sin informar del todo. Dos cuadras.

Lo sé, vivo en un país en el que, veinticuatro años después, siguen sonando las sirenas abiertas de ambulancias, patrullas y donde las balas vuelan y  alcanzan a personas que solo iban pasando. 

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