jueves, 3 de mayo de 2012

3 maneras distintas de escuchar una misma canción

o el cuento de cómo tres hombres distintos me han dedicado una misma canción...

Cuando suenan los primeros acordes de esta canción algo dentro de mí empieza a temblar como si estuviera hecho de gelatina... la respiración se me hace profunda, el corazón se me desacelera y los ojos empiezan a llenárseme de lágrimas.

Acto No. 1.

Ella tenía 17 años, era el inicio de una vida semiadulta bastante rara,  no sabía de más pasiones que lo que escribía y los libros que leía. Su profesor de Literatura le dijo que tenía que escribir un cuento escuchando una canción, ella no se decidía cuál, hasta que una tarde cualquiera, en un mes cualquiera, mientras veía llover se le acercó Alfredo, un año mayor que ella, futuro ingeniero, torpe,caótico y desparpajado... la miraba siempre. Fue astuto, siempre hablaban mientras llovía sobre el colegio, hablaban siempre de lo que a ella le gustaba: libros y música. Se fueron encariñando, ella siempre lo esperaba bajo el mismo árbol, ambos esperaban ahí a sus respectivos padres para irse a sus casas. Era costumbre, siempre al despedirse, se decían el nombre de una canción para buscarla y escucharla, ambos se educaban de esa forma, ambos se querían de esa manera. El tiempo se le acababa a ella, no se decidía sobre cuál  canción escribir el cuento para su tarea. 

Llovía, era viernes, Alfredo no llegaba... oscurecía. La soledad se empezaba a gestar dentro de ella. El invierno era tan hermoso en esa época, era una forma de tristeza aguantable, era una forma de ser. Al fin llegó Alfredo, traía un papel en la mano, "Tomá... escuché esta canción y me acordé de vos", le dio un beso en la frente y se fue, la dejó sola bajo aquel enorme laurel de la india... ella por primera vez deseo un beso no en la frente. 

Hay veces que no tengo ganas de verte
hay veces que no quiero ni tocarte
hay veces que quisiera ahogarte en un grito
y olvidarme de esa imagen tuya
pero no me atrevo

El fin de semana buscó y grabó la canción en un viejo cassette, la escuchó tantas veces, una y otra y otra y otra vez más... mientras escribía la historia de dos amantes clandestinos, que de nada ni nadie se tenían que esconder, pero que el miedo de la protagonista le impedía ser feliz a todas luces, no podía.  

Cuando ella entregó su tarea se sintió aliviada, aunque la canción seguía sonando en su cabeza; supo, mientras el jesuita que le daba esa clase tomaba su cuento, que tenía que dejar de ver a Alfredo, no podría soportar el peso de un amor, era demasiado para ella, en el fondo, lo que tenía era un pinche y terrible miedo a abrazarlo y no querer soltarlo jamás. 

Esa tarde le destrozó el corazón. 


Acto No. 2.

Ella tenía 21 años, era libre de todo remordimiento, era autónoma en sus decisiones, no sentía miedo a nada, excepto al amor. Esa dimensión del afecto la aterraba, no podía tomar ningún compromiso con ningún muchacho, "todos son unos tontos" se repetía para no tomarle cariño a nadie. Carlos era otro profesor en el mismo colegio donde ella ejercía la docencia. Ella siempre guardaba la distancia, hasta que una tarde, sin pedirle permiso, Carlos le dio un abrazo, ella no supo qué hacer con su alma que se le salía por los poros. 

Carlos la hacía reír, caminaban juntos al atardecer, contemplaban la hermosa alfombra roja que dejaban los árboles de fuego, él le explicaba el mundo de manera distinta a como ella lo había visto siempre, era biólogo y la vida con él tenía otro significado, otras dimensiones, otros misterios. Empezaron a quererse, hasta que ella sintió que sus límites estaban siendo transgredidos, el sol siempre brillaba, era demasiado festivo para su corazón gris, no soportaba, no lo soportaba a él.

Hay pecados que nunca debemos cometer, no querer en igual correspondencia es uno de ellos, todo se hizo gris entre ellos, y lo que ella creyó insignificante, para Carlos no lo era. Empezaron a evadirse en los pasillos, en cada cambio de clase, ya no iban al cine, no almorzaban juntos, él no le dejaba más post-it's en la puerta de su oficina, ni ella le llevaba dulces, ni lo visitaba en la sala de profesores.

Una tarde, mientras llovía, entró ella con su taza, iba por café para calmarse el frío, cuando el gangoso radio de la sala de profesores escupía canciones aleatoriamente, entró él también.

Hay veces que no dejo de soñarte,
de acariciarte hasta que ya no pueda,
hay veces que quisiera morir contigo 
y olvidarme de toda materia
pero no me atrevo...

No pudo evitar pensar en Alfredo, quien cinco años antes le dedicó la misma canción, el corazón estaba jugándole una mala pasada.

"Siempre que escucho esa canción no sé por qué pienso en vos" dijo Carlos, ella no pudo más con el peso de la situación incómoda y de una vez por todas le destrozó el corazón. "No pensés en mí, hay millones de cosas y personas en las que podes pensar" dijo ella, con ese tono tan característico de la frialdad, tomó su taza y se fue.


Acto No. 3.

No podía dormir desde hace años, la vida le había quitado ese privilegio, al parecer también el privilegio de los amores furtivos. Los hombres se cansan, tanto o más que las mujeres y ella seguía sin amar de verdad.

Él había aparecido de la nada, de la nada se materializó una tarde, una noche, entre cerveza y cerveza la besó. Ella estaba cansada de olvidar, de ser triste, de ver llover... tenía 32 años y quería darle una tregua al corazón... él era simple y complejo, reunía muchas voces dentro de sí, ella quiso comprender...

La noche era su amiga favorita, estaba, como siempre, escribiendo, cuando de repente, de la nada... un bip le anunció un mensaje en su celular, no lo sabía aún, pero estaba segura que sería él, solo él le enviaba mensaje a esa hora porque sabía que nunca duerme temprano. "La primera canción que te dedico es esta..." y las letras de "La Célula que explota" venían en el resto del mensaje.

Hay veces que no sé lo qué me pasa
ya no puedo saber qué es lo que pasa adentro
somos como unos gatos en celo
somos una célula que explota 
y es no la paras...

No lo admitió hasta meses después, cuando el adiós fue eminente, pero iniciar un amor con esa canción no es lo más adecuado, lo sabía por experiencia, pero aquella noche ella quería ser feliz, era feliz... salió al patio y vio al eterno gato de aquella enorme casa en San Marcos, se hicieron mutua compañía, mientras él estaba lejos, en una playa... borracho.

No importaba, ella sabía que era uno de los amores más honestos que había tenido nunca... hasta que terminó.

Prólogo

La mañana estaba gris, como ella le gustaba, no llovía, pero el sol no la ofendía con su alegría excesiva. Desde siempre fue melancólica... no podía evitarlo.

Se sentó en su silla, se dispuso a iniciar esa mañana de trabajo, debía terminar la redacción de un proyecto, puso su reproductor en "aleatorio", sumergirse en la música mientras escribe es una de las cosas que más le gustan, no puso que sería un grave error. Habían sonado un par de canciones, cuando iniciaron los primeros acordes de aquella canción que le recordaba a tres hombres, tres épocas y tres maneras de afecto, tan distintos entre sí.

No pudo evitarlo. Pensó en los tres y en lo hueco que se siente tener el corazón lleno de recuerdos. No pudo evitarlo... lloró mientras, de nuevo, su célula explotaba.


2 comentarios:

Miguel G dijo...

Muy buen relato, haces ver las cosas complejas tan simples...por eso te leo.
Casi nunca me gusta comentar en tus relatos personales -ya se que es tontera mía- pero este me gustó sobremanera y tenía que decirtelo.

KR dijo...

Gracias por leer y comentar... y si... tontera la tuya... jajajaja.