lunes, 11 de mayo de 2009

Roque

No sé qué hubiera pasado si nuestras juventudes hubiesen coindicido, a lo mejor me hubiera enamorado locamente de tu libertad y vos me hubieras amado incansablemente en una noche y me hubieras sido infiel como siempre lo hicieste con todas tus novias.

Fuiste lo que toda escritora sueña, una fuerte inspiración para noches solitarias y tibias, justo como esta que vivo ahora.

Pero sin embargo, quizo la vida que nunca coicidieramos, vos tenías ya dos años de incógnita muerte cuando yo lloré por primera vez en este mundo…  nunca nuestras lágrimas mojaron nuestros caminos al mismo tiempo.

Fuimos educados en el mismo colegio, los jesuitas hicieron bien su trabajo: deformaron nuestros caracteres y traslucieron el genio creador que nos atosiga frente a páginas blancas. La rebeldía también tiene parte de culpa en sus haberes, que se dejen de cosas… nos enseñaron a pensar. Tus profesores no fueron los míos, yo llegué en tiempos de cambio: vos tuviste que procurar ver chicas fueras del recinto colegial, yo fui de las primeras niñas en educarse en ese colegio. Vos tuviste que aguantar todo el peso de la oligarquía jugando frontón en un edificio inmeso. Yo ví caer esos mounstruos: los “proletariados” pudimos entrar a estudiar y el edificio sucumbió en octubre del 86.

Nuestros ideales fueron casi los mismos, en mi adolescencia fui incendiaria-reaccionaria, aprendí a hacer bombas molotov  caseras y una vez me proclamé comunista-atea frente a un cura, fue mi primer gran pecado contra el clero. Vos te embriagabas a tus quince años y pretendias beberte las horas que te hacían llorar. Como me hubiera encantado consolarte y acompañarte en esa borrachera donde el corazón ya no hace estorbo.

No sé como empezaste a escribir poesía, yo tenía trece años cuando escuché una canción que más que canción era poema y decidí que era así como quería decir las cosas: con libertad de cualquier índole. Vos apareciste al ratito de eso. Andaba yo curoseando en los viejos y clandestinos libros de mi padre… apareciste chiquitito y viejito… todo un pulgarcito. Me atrapaste y heme aquí… presa todavía de esa tu manera particular de decir las cosas.

Estudiaste derecho, a mí me recomendaban mucho estudiar esa carrera, algunos me decían que era adecuada para la pasión y coraje que tengo para defender mis ideas, pero no… no era eso, era otra cosa la que me llamaba y terminé siendo escritora, o al menos lo intento.

Cuando recibí mi primer salario de toda la vida, compré un libro con el cual me saludabas desde una ventana y así inicié mi manía por coleccionar todo lo escribiste. Cuando el tiempo de desempleo y pobreza absoluta me llegó vos me salvaste… vendí todos tus libros y aunque sabía que nunca me pagarían lo que realmente valían, logré ese día ajustar para pagar la casa, la luz que me habían cortado y comí un par de días con ese dinero… No sabes cómo lloré esa pérdida en mi vida. Solo me quedé con un libro tuyo, no pude quedarme sin ti.

Roque, fuiste traicionado. Tus amigos te abandonaron, sé lo que es eso, pero no te quejes… ella, Aída nunca te abandonó, la conocí un día, ahora que es una anciana hermosa entiendo por qué la amaste. También conocí a uno de tus hijos. Me sorprende como tú, no quiero compararlo, es tan como vos, quiere ser autónomo y a veces entra en esta categoría de incomprendido.

Yo me quedé un tiempo muy sola, solo me acompañaban tus poemas, no te imaginas la cantidad de veces que lloré abrazada a tus palabras, veo tus fotos y me hubiera gustado conversar solo una vez con vos y preguntarte: ¿Qué se siente tener el corazón que tenes?

Me acompaña esta noche ese enorme libro que dejé conmigo a pesar de las miserias, está deshojado y bien pulido de tanta lectura, de tanto diálogo contigo, están estas páginas listas para perderme un rato de mis desavencias, para darme un respiro en este mundo que no me gusta del todo pero que a veces se vuelve tan maravilloso como por arte de mágia, para darme ganas de morirme y después darme ganas de vivir por pura y cochina terquedad.

Roque… ¿por qué no resucitas? Necesito un alero adecuado para mi locura.

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