miércoles, 17 de junio de 2009

El día que me fui de casa

llovía a cantaradas, yo tenía ocho cajas llenas de libros, un bolsón y una maleta que contenían mi escasa vestimenta, un montón de recuerdos y cachibachero en una cajita de madera. Todo era mío, todo lo había comprado con el salario de maestra que entonces me permitía independizarme.

Me fuiste a dejar a la casa que me vería feliz por un tiempo... llegaste, me ayudaste a cargar las cajas de libros, entraste, revisaste las puertas, fuiste al patio, te aseguraste que fuera un lugar seguro, saliste al pasaje y viste a ambos lados, me preguntaste si la casa de la par estaba sola, te dije que si, subiste las gradas de nuevo, te paraste frente a mi, me diste un abrazo y me dijiste... "cerrá bien la puerta cuando te vayas a dormir", te contesté que si. Te diste la vuelta y te fuiste.

Cerré bien la puerta, a pesar que todavía no era hora de ir a dormir. Me dediqué a desempacar las cosas básicas y entonces sonó el timbre.

Bajé las gradas con su pasamanos recién pintado, pregunté: "¿Quién?"... "soy yo!" dijiste, eras vos... me apuré a abrir porque estaba cayendo recia la lluvia... tenías un paraguas viejo cubriéndote, traías una bolsa de papel... "regresé a dejarte esto, ya me voy"... no entraste, agarré la bolsa y te fuiste.

Al abrir la bolsa encontré: una libra de queso duro, una frazada muy calientita (de esas propias para pasar temporales acostada en la cama con solo el gusto de escuchar la lluvia caer) y un termo lleno de chocolate caliente. Tu cariño siempre ha sido un buen "salvavidas" para mí.

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