Me aferro fuertemente a los veinte centavos de dólar que me sacarán de esta dimensión tan lejana, tan silente, tan maloliente.
El Hula-Hula sigue ahí entre sus árboles y sus miles de puestos de venta, algunos son hogares al mismo tiempo, una señora a lo lejos grita a los pocos transeúntes que tiene atol de maíz tostado para aliviar el hambre, el frío y la soledad.
La iglesia "El Calvario" no es a esta hora un destino de excursión, ni tampoco está apta para verla, anda todavía sin maquillaje y sus múltiples hijos todavía no llegan a instalarse a sus faldas para vender ruda, muérdago y valeriana... solo voy yo. Camino sin querer estar, sin querer existir. Las heridas me han estado doliendo. Va a llover, lo anuncia el aire eléctrico que envuelve a todo lo que nos movemos y a lo inmóvil también.
Quiero llegar a la oficina ya, sentirme segura, calmar este frío, sentarme y pensar y quitarme (por fin) esta tonada que me atacó (sin poder creerlo) en el Centro de San Salvador.
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