martes, 23 de junio de 2009

Traslado

A las 5:30 pasar por el centro de San Salvador, con el cielo totalmente cerrado, gris, hay luz porque ni modo, pero más que luz es solo claridad que me hace entender que ya terminó la noche, pero que no amanece aún.

Me aferro fuertemente a los veinte centavos de dólar que me sacarán de esta dimensión tan lejana, tan silente, tan maloliente.

El Hula-Hula sigue ahí entre sus árboles y sus miles de puestos de venta, algunos son hogares al mismo tiempo, una señora a lo lejos grita a los pocos transeúntes que tiene atol de maíz tostado para aliviar el hambre, el frío y la soledad.

La iglesia "El Calvario" no es a esta hora un destino de excursión, ni tampoco está apta para verla, anda todavía sin maquillaje y sus múltiples hijos todavía no llegan a instalarse a sus faldas para vender ruda, muérdago y valeriana... solo voy yo. Camino sin querer estar, sin querer existir. Las heridas me han estado doliendo. Va a llover, lo anuncia el aire eléctrico que envuelve a todo lo que nos movemos y a lo inmóvil también.

Quiero llegar a la oficina ya, sentirme segura, calmar este frío, sentarme y pensar y quitarme (por fin) esta tonada que me atacó (sin poder creerlo) en el Centro de San Salvador.

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