No comprendo cómo sucede, pero es cierto. A veces es difícil encontrarlo y cuando llega es más porque él me encuentra a mí y no yo a él.
Y pensé, honestamente, que lo encontraría al llegar a este pueblo incrustado entre cerros y cerros, con un lago vecino... no. Aquí el ruido de la lluvia, el croar de las ranas y sapos que tanto odio, el timbre del teléfono, la gente queriendo preguntar de dónde vengo, qué traigo y para dónde voy... Aquí el ruido constante de una oficina y el interminable rumor de un dolor que me llegó hace una semana y que me exilia de una amistad que quería mucho. Para mientras allá también hay un ruido que me siguió hasta acá... la familia, sus preguntas, sus reproches, su interminable conflicto judío/palestino miniaturizado...
Luego el ruido de los proyectos, las gestiones, las clases, los horarios, los chicos, los compañeros, las compañeras, el reloj que me dice "en 20 minutos inicia tu clase", la voz que sale de mi cabeza y me dice que no debería pensar en conceptos como la amistad, la lealtad, el cariño, el respeto... porque igual si pienso o no en ellos, para ella eso no vale... ella que tanto extraño.
No encuentro silencio.
Es imposible encontrarlo, no digamos perseguirlo, agarrarlo y abrazarlo.
¿Qué es lo real? ¿qué es lo que me fortalece? ¿qué me da paz?
A veces siento que poseo tan pocas cosas, me siento al contrario de cómo me ven... y no es que esté fingiendo... es que no puedo hacer más malabares y a esta hora tengo que reconocer que estoy exhausta. Que quiero acostarme, cerrar los ojos y dormir sin parar, no soñar, no recordar, no sentir esta tristeza que hasta anoche pude llorar.
Ahora que todos se han ido, estas buenas personas... sonrientes, creativas, trabajadoras, éstas que ahora me rodean... ahora llega el silencio y su cuerpo etéreo me abraza, me susurra al oído que me ha extrañado, me pregunta por qué me siento como me siento, me dice que todo estará bien... y yo le agradezco que venga, porque... la mera verdad... estaba cansada de sentirme sola.
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