Llego a la oficina el martes, nadie se ve bien al bajar de la 129 en una tarde extremadamente calurosa... hambrienta... me duele la espalda.
Aterrizo y tengo trabajo atrasado, lo saco... lo envío... lo disuelvo... al día siguiente me doy cuenta, el monstruo que nos acecha es más grande, es titánico... es apabullante.
A veces, luego de dar clases y ver esos rostros que me miran fijamente mientras yo les explico las teorías del desarrollo humano, o cuando les cuento de nuestros ancestros y todo el camino que recorrieron hasta llegar a estas tierras, o cuando me dicen... "veamos una película"... me digo que no importa el monstruo del trabajo pesado... o el monstruo de mis propios miedos.
Vale la pena este apocalipsis.
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