Porque antes,
al despertar,
pensaba en todo lo que tenía que hacer
que el día no tenía suficientes horas,
en las innumerables formas de solucionar mis problemas
y la única forma que siempre ocupo: de tajo.
Antes deseaba
al abrir los ojos,
al abrir los ojos,
que el día fuera gris,
lluvioso, tenue y fresco...
que los odiosos monstruos de mis miedos
tuvieran vacaciones y que no me visitaran.
Eso era antes.
Hoy me sorprendí
cuando desperté,
porque mis madrugadas ya no son lo que solían ser…
ahora me invades.
Cuando abro los ojos
estás ahí,
meciéndote entre mis pensamientos,
moviendo de su lugar mis otras prioridades,
encontrando un lugar propio entre mis ocupaciones,
los problemas, mis sueños y mis estrellas.
Te abrís paso en mis despertares,
llegas insolente a sacarme la primera sonrisa del día,
me sonrojas al acariciar mi pecho con las primeras letras,
invadís ese sagrado momento de descubrir de nuevo la vida.
Y yo me preocupo
porque a veces soy tan torpe,
digo lo que no debo,
hago lo indebido,
busco lo que no existe,
y me preocupo
porque así como se van las amigas
como me abandonan los sueños,
como se caen los proyectos,
como huyen las canciones
así un día vos podes decidir que es demasiada locura
y ya no te encontraré en mis amaneceres.
Luego pienso
“no importa, lo bueno es que ahora amanece conmigo”
pero hay una vocesita interior
que me dice que debo cuidarte,
que no debo asustarte con mis desfachateces,
o con mis miedos descontrolados,
o con mi sensación de no estar vinculada a casi nadie;
es esa misma voz la que me dice
“le debes tantos besos, tenés que saldar esa deuda con él”
me calmo, entonces
me abrazo a tu imagen
y aunque, igual…
pienso en las muchas cosas por hacer,
en los problemas que tengo que resolver,
en las amigas que no entiendo,
en los proyectos que caen estrepitosamente,
en que el día no me alcanza…
pero todo esto ya no me da pavor,
ya no me aterrorizo
sino que te abrazo
y me abandono en tu abrazo
en cada amanecer.
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