domingo, 16 de agosto de 2009

Porque una vez

casi me caso, si... de eso hace casi un año, andaba enjutada en el pensamiento ajeno y creí que era feliz. Hasta cometí la imprudencia de invitar a varios para que fueran felices conmigo... y ahí andabamos mis hermanas, mi madre y amigos viendo vestidos de novias, pensando un "tema" para la boda y haciendo cálculos temporales para concretar todo con aquel que ahora es un misterio.

Ah... fuí tan normal, tan común y corriente, con un pasaje en la mano hacia Santiago de Chile, esperando que el calendario llegara a la meta... ahora que lo pienso, me siento pendeja, no por ilusionarme, sino por dejarme arrastrar a lo burdo y vulgar de un enlace innecesario.

Pero que chivo fue ir a una fiesta de bodas "fingida" donde quisieron venderme pastel, vino, champagne, música y carnavalito, luces, confeti y antifaces. Recuerdo como mi hermana empezó a entrenar a Sebastian para que fuera el paje y andaba quebrándose la cabeza pensando de dónde iba a sacar la niña adecuada para que fuera pareja de mi inocente sobrino que por poquito le tocó vestir por primera vez un traje de saco y corbata.

Y la boda la iba a oficiar Mynor, importado directamente de Xela para el magno evento, y la realizaríamos en el rancho de Costa Azul de una buena amiga de mi madre y yo tendría un vestido no tan largo (aunque, gracias a Dios el asunto no fue a mas porque con mi madre ya empezabamos a tener discordia por el tipo y gusto del vestido) hecho de manta y llevaria un ramo de hortencias.

Mis hijos serían mis madrinas y padrinos... mi padre íba a estar orgulloso de entregarme a otro hombre que él suponía sería capaz de alejarme de la locura y pondría fin a mi trabajo en el mundo del arte.

Pero entonces sucedió... tenía que seguir con el blog.

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