Comprendo que los cambios son una cuestión inevitable y que debido a eso, asentarme en una posición inamovible no sería lo mejor para mi subsistencia. Es decir, no ha habido más remedio que adaptarme, era eso o morir.
Por ende, adaptarme ha sido más bien una cuestión de sobrevivencia, más que de gusto.
Luego de años de observación, llego a la conclusión de que a lo que más me cuesta adaptarme es a la cuestión afectiva. Me acongoja/me molesta/me duele/me desespera y todo lo que se el ocurra el hecho de encariñarme con alguien, pues me adapto mucho a esa compañía, a ese afecto, a esa relación, pero luego... algo pasa, algo sucede, algo que puede que dependa o no de mí y la otra persona decide que no, que mejor no, que no soy la adecuada, que no soy confiable, que no merezco la pena, que no quieren hablar, que mi versión no les gusta, que soy demasiado "asá" y en realidad debería de ser "así".
Y en medio de la tristeza, de mi propia molestia, de la molestia ajena, del tiempo muerto, de mi forma bizarra de ver las cosas, viene este ridículo pensamiento: nunca logro adaptarme a mi propia forma de afecto.
Y en medio de la tristeza, de mi propia molestia, de la molestia ajena, del tiempo muerto, de mi forma bizarra de ver las cosas, viene este ridículo pensamiento: nunca logro adaptarme a mi propia forma de afecto.
1 comentario:
Ya somos dos.
Saludos.
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