Recuerdo cuando cumplí 17 años, es de las edades más lindas para una mujer. Es una edad en la que no se es niña, pero tampoco se es mujer.
Se es frágil y totalmente imponente, se tiene vida y jamás la muerte es una posibilidad real. Se tienen sueños y proyectos que casi nunca se concretan porque la vida está ahí para sorprendernos. No sé cómo lo viven los hombres, pero al menos las mujeres estamos, a esa edad, explorando las emociones que jamás lograremos entender, sin embargo... llegaremos a un punto en el que tendremos que decidir vivir de la manera que nos asegure sobrevivir el resto de la adolescencia.
A los diecisiete pesaba 105 libras, ostentaba el mismo pelo negro, solo que sin las canas que me han nacido en el último año, pensaba que sería doctora y tenía la fantasía de cocinar para centenares de personas que vivían en la calle y pensaba que mis hermanas nunca crecerían y que las cuidaría siempre. No estaba lista para todos los cambios que iban a suceder.
Pasaron 17 años de nuevo y encontré el mismo mundo en el que crecí, en este último año tuve que re aprender muchas cosas, me enamoré y me volví a desenamorar, me encanté de un proyecto y volví a desencantarme de la vida. Posiblemente esa sea la gloria de esa edad, que como en los 17 una puede aprender y emprender nuevas cosas.
¿Por qué hablar este día de los 17?
Hoy cumplen esos años dos niñas-mujeres que tiene una cosa en común conmigo... queremos al mismo hombre. Felicidades cipotas, que disfruten estos 17.
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